En la primera carta de San Pedro, el autor nos exhorta con estas palabras: “Sean sobrios y velen. Su adversario, el diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanle firmes en la fe” (1 Pe 5,8-9).
El demonio, a quien San Ignacio de Loyola se refiere como el enemigo de la naturaleza humana debido a su odio, tiene muchas tácticas. En estos tiempos actuales, está empleando una de las más antiguas y efectivas. Está sembrando la discordia y la división. La obra del maligno es siempre el dispersar y dividir. El fruto del Espíritu Santo, por el contrario, es siempre la unidad y la paz. San Pablo nos pide que vivamos de una manera digna de nuestro llamado, “poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” (Ef 4,3).
Vivimos un tiempo de crisis sin precedentes. Aun cuando desearíamos que el 2020 se quedara atrás, ¡este año no será fácil de olvidar! La pandemia global, la suspensión de misas públicas (que sigue en pie en algunos lugares), la violencia en las calles por motivos raciales, la incertidumbre económica y las profundas divisiones políticas a solo unas semanas de una elección crucial, son todas señales de divisiones latentes y nos hace sospechar que el maligno está detrás de todo esto para sus propósitos corruptos.
Muchos ven todos estos retos desde la perspectiva económica o política. Y buscan las soluciones por esas vías. Ciertamente la política y la economía juegan un rol importante en una sociedad justa. Sin embargo, como creyentes, reconocemos una lucha mucho más fundamental. Es la lucha entre la luz y las tinieblas, entre la verdad y la mentira, entre la vida y la muerte. Sabemos el resultado final. La vida vencerá. ¡Jesucristo triunfa!
Sin embargo, y como San Pedro nos exhorta, debemos estar vigilantes. El demonio no deja de trabajar. El maligno busca sacar provecho de cualquier división. Tiene muchas tácticas y herramientas. Toma algo que es bueno y lo corrompe. Un ejemplo claro es cómo usa las redes sociales para promover mentiras y verdades a medias, miedo y sospechas para promover la discordia.
Desafortunadamente, el rencor y la división que causa la recomendación de usar mascaras y protectores faciales para prevenir el contagio de COVID-19, es un ejemplo claro. ¿Quién se beneficia de las acaloradas divisiones, insinuaciones y desconfianzas que provocan estos conflictos? Sin duda que no es una obra del Espíritu. Es verdaderamente escandaloso que nos hagamos pedazos discutiendo las maneras seguras de participar en la misa, especialmente cuando consideramos que ¡hay algunos que ni siquiera tienen la posibilidad de participar en misas públicas, aunque quisieran! (¡Hagamos oración por los fieles de la Arquidiócesis de San Francisco!)
Pero si el demonio tiene sus tácticas y armas, la fe también nos ofrece sus propias armas: la oración, el ayuno y la práctica de la virtud. En un tiempo en que la sociedad se encuentra tan polarizada, los católicos tenemos la importante tarea de contribuir al diálogo civilizando el tono de nuestros discursos, hablando y actuando con bondad y respeto cuando nos dirigimos a los demás, al tiempo que promovemos la unidad del Espíritu a través del vínculo de la paz.