Robert Hugh Benson era un hijo del arzobispo de Canterbury que se convirtió a la fe católica y se hizo sacerdote. Era también un prolífico autor de libros de ciencia ficción. En su novela “El señor del mundo”, describe a un papa ficticio que tiene que enfrentar a un mundo que está en contra de la herencia y los valores cristianos. La novela fue escrita en 1895, pero se sitúa 100 años después, en la sufrida y complicada Europa de 1995. En la historia, el mundo se ha puesto en contra del papado y de toda expresión cristiana, limitando severamente la capacidad de las personas de creer y practicar su fe.
En respuesta ante esta situación, el papa regala todas las propiedades de la Iglesia al gobierno italiano y se queda solo con un pequeño terreno alrededor del Vaticano que se convierte ahora en la casa de papa. Al hacerlo, buscaba garantizar un poco de independencia del gobierno que quería controlarlo y tener un poco de respiro para lanzar iniciativas para renovar la Iglesia.
Además de mantener un territorio propio, el papa les pide a todas las familias católicas nobles del mundo, que se muden a Roma para vivir su fe en solidaridad con el papa y el clero. En la historia, el papa se convierte en el rey con su cortejo de nobles a su lado.
Asegurando su soberanía, los fieles tenían entonces un camino para salir adelante. Estaban unidos por la sangre real que corría por sus venas. Estaban también unidos en su identidad y servicio a su soberano. Dado que están juntos, pueden mostrarle al mundo lo que significa ser fieles, con el papa como su rey y su identidad real fluyendo de él. Lean la novela y encontrarán una conclusión asombrosa. ¡Los intrigará!
Aun cuando esta idea de una sociedad católica noble suene distante para la sensibilidad americana del siglo XXI, era una idea todavía muy activa en la imaginación de muchos europeos de 1895. Por cientos de años los católicos de Europa, y muchos otros lugares, habían sido educados en la idea de que debía existir una clase de personas dedicadas al servicio de su soberano católico y debían expresar su fidelidad a través de él.
Esta coherencia entre identidad y realeza era una posibilidad tentadora y un camino prometedor para renovar la Iglesia en problemas. En la mente del novelista, este llamado ficticio a la nobleza resonaría en la imaginación de sus lectores.
¿Qué podría ser más atractivo que una ciudad entera totalmente integrando su fe y practicas católicas en todas las maneras posibles? Para los lectores del P. Benson, era totalmente coherente pensar que esa posibilidad aún estaba presente para la fe europea.
Esta hambre de integridad está aún muy viva entre nosotros al momento de celebrar la Solemnidad de Cristo Rey. La fiesta litúrgica fue establecida por el papa Pío XI en 1925, no mucho tiempo después de que el P. Benson escribiera su novela.
Virtualmente toda familia noble había desaparecido de la vida pública para ese entonces. Pero aun a pesar de la ausencia de realeza, el papa Pío quería poner la atención de todos los creyentes en la supremacía real de Cristo en todos los aspectos de nuestra vida. El papa quería que todos supiéramos que Jesús es el verdadero soberano.
Ya sea que inclinemos la cabeza a un rey o no, celebramos a Cristo como el culmen de la fe y el propósito de todo lo que hacemos, ya sea sagrado o secular.
El papa Pío proclamó que no existe un espacio separado, no hay una porción de nuestra vida en la que la promesa de Cristo no esté presente. Celebramos a Cristo, el rey de todas las cosas, y nosotros, su pueblo, buscamos servirle en todas las cosas. Buscamos esa integridad en nuestras vidas y nuestro servicio a Cristo nuestro Rey.
Sin embargo, en el mundo secularizado y complicado en el que vivimos se espera que hagamos lo opuesto. La sociedad secular espera que estructuremos nuestras vidas de tal manera que la religión se vuelva un compartimento aislado. Nuestra fe debe ocupar un espacio privado y se prohíbe su expresión en otros lugares. Ni una pizca de nuestra fe debe asomarse en el resto de nuestra vida, al menos no en la vida pública.
Se considera que la fe no tiene un lugar en las controversias de nuestro mundo, De hecho, se espera que los creyentes nos mantengamos al margen; que nos quedemos callados porque las enseñanzas de Cristo no deben influir en ningún otro aspecto de la vida social.
La Fiesta de Cristo Rey nos recuerda que los católicos nos rehusamos a ser marginados del mundo. Nuestra práctica fiel nos llama a poner todo en nuestras vidas a los pies del don de la bondad y el amor de Cristo. Así como la sangre noble corre a través de cada parte de la vida de un aristócrata, nuestra fidelidad a Jesús corre a través de toda nuestra vida.
No existe un lugar en el que la promesa de la misericordia de Jesús y el temor a la justicia de Dios no esté presente. Se nos ha prometido el don de la vida nueva para que lo extendamos como regalo a cada dimensión de nuestras vidas y a cada rincón del mundo. Cristo Rey es el Rey de todo cuanto existe.
En noviembre de 1927, en la Ciudad de México, fue ejecutado el P. Miguel Agustín Pro precisamente por reconocer la visión de la proclamación del papa de que Cristo es Rey de todo. El padre Pro siguió practicando de manera heroica su fe católica y ejerciendo su ministerio sacerdotal aun a pesar de las prohibiciones del gobierno.
Por sus acciones de resistencia, fue arrestado y declarado culpable de oponerse a decretos gubernamentales. Fue condenado a muerte. Al momento que los soldados levantaban sus rifles y esperaban la orden de disparar, el padre Pro gritó: “Viva Cristo Rey”. Murió compartiendo el sentimiento del papa y con la convicción del evangelio en sus labios.
Su vida fue una prueba de que no existe un lugar en donde el poder del evangelio no alcance a llegar. Desde el deseo de una nación a practicar su fe de rodillas hasta el último suspiro de un hombre condenado a muerte, Cristo es Rey.
La muerte del Beato Miguel Pro no fue ciencia ficción y el drama que produjo no fue la trama de una novela. El drama continua hasta el día de hoy. Enfrentamos resistencia e incluso persecución por vivir nuestra fe con integridad. Nuestra invitación es a que permitamos que Cristo gobierne en cada dimensión de nuestra vida.
Cristo debe ser el Rey de nuestras vidas. ¡Viva Cristo Rey!