¡El discipulado es una forma de vida! Como la vida misma, es un viaje lleno de ricas bendiciones y desafíos difíciles. Dar buenos frutos en el transcurso de este peregrinaje de toda la vida es nuestro objetivo. El fruto que damos glorifica a Dios.
A medida que nos acercamos a Jesucristo a lo largo de nuestras vidas, experimentamos la dimensión total de este viaje con toda su textura y profundidad. El viaje, o el camino, es una imagen antigua del discipulado y la vida cristiana. De hecho, fue una de las primeras formas de describir a la Iglesia cuando se hacía referencia a los discípulos como miembros del “Camino” (Hechos 19,23).
A lo largo de los últimos años he tenido el privilegio de recorrer a pie tramos del Camino de Santiago. El Camino es una red de antiguas rutas de peregrinaje que atraviesan Europa y culminan en la tumba de Santiago el Mayor, en Santiago de Compostela, en el noroeste de España. Los peregrinos han recorrido "el Camino" durante siglos. Fue durante una peregrinación por el Camino que comencé a concebir mi última carta pastoral.
Cada vez que hago este viaje, me afecta profundamente. Mientras camino por mi camino, pido a Dios la gracia y la sabiduría para perseverar fielmente en el camino que el Señor ha elegido para mí, liderando la arquidiócesis como sucesor de los apóstoles. Todos somos peregrinos en un viaje, un camino, al cielo. Navegamos por un sendero marcado con cerros y valles, sobre un terreno llano y rocoso. Encontramos la fuerza para el camino a través de la oración, los sacramentos, las Escrituras y la comunidad de fe que nos alienta y nos centra en el amor de Cristo. Como católicos, nunca caminamos solos.
El camino del discipulado presenta muchos desafíos y se fortalece con el aliento de los compañeros peregrinos. Para los primeros cristianos, el Camino era más que un camino físico o un lugar en un mapa. Era el camino del discipulado, una forma de vida. Aún hoy, es un camino que nos ha dado Jesucristo por el que nos conduce y acompaña. Como siempre, nuestro camino de discipulado requiere que aprendamos de él y sigamos su ejemplo.
La fe cristiana es un llamado a un proceso de conversión continua a Jesucristo que durará toda la vida, a una adhesión plena y sincera a su persona y a la decisión de seguir sus pasos. La fe nace del encuentro personal con Jesucristo que busca nuestro compromiso de vivir como él vivió.
De esta manera, nosotros, como creyentes, nos unimos a la comunidad de discípulos y hacemos nuestra la fe de la Iglesia (DGC, # 53). Comenzando con mi carta pastoral “¡Vayan y hagan discípulos! Construyendo una cultura de conversión y discipulado” y su documento de planificación Visión 2030, estamos trazando un camino que nos guiará por etapas durante muchos años por venir.
El deseo más profundo de mi corazón es ver florecer a la Iglesia del centro y oeste de Oklahoma como una comunidad de fe que nutre y forma fervientes discípulos misioneros. Nuestra tarea es preparar un buen terreno para recibir la semilla de la fe. Buena tierra, dando buenos frutos.
Vemos a Jesús en los Evangelios invitando a otros a convertirse en sus seguidores, enseñándoles a ser discípulos. Estas lecciones son escuelas bíblicas de discipulado. Encontramos una de esas escuelas bíblicas en Mateo Cap. 13, que es la Parábola del Sembrador, una meditación apropiada para nosotros sobre el tema del discipulado. Los animo a que hagan una pausa y lean este pasaje (Mateo 13,1-9; 18-23). Presten especial atención al entorno.
La historia comienza con Jesús dentro de una casa. Sale de la casa y se sienta cerca del mar para enseñar a los que se agolpan para escucharlo de cerca. Se reúne una multitud tan grande que se sube a un bote para evitar ser empujado al mar. Desde el bote, continúa enseñando a las multitudes que se reúnen a lo largo de la orilla. La parábola comienza: "Un sembrador salió a sembrar".
Escuchamos que parte de la semilla del sembrador cae en camino duro y los pájaros vienen y devoran la semilla de inmediato. Otras semillas caen en terreno rocoso y como hay poca tierra, no pueden echar raíces. Las plantas brotan rápidamente, pero sin raíces mueren. Otras semillas caen entre espinas. Las espinas crecen junto a las plantas y las ahogan. Finalmente, una parte de las semillas caen en buena tierra y producen grano: algunas se multiplican por cien, otras por sesenta y otras por treinta.
En Oklahoma, que es el estado de la tierra roja, podemos fácilmente identificarnos con esta parábola, ya que muchos de nosotros estamos familiarizados con la agricultura, la jardinería y la siembra; trabajando con varios tipos de suelo. Jesús explica que la semilla es la Palabra del Reino, la Palabra de fe.
Nuestra tarea es preparar un buen terreno para recibir la semilla de la fe. Incluso la buena tierra necesita ser cultivada y cuidada, nutrida y regada.
¿Qué tan bien nos preparamos no solo para la semilla de la fe, sino para todas las demás oportunidades que Dios nos da para crecer – el alimento espiritual, el agua de la gracia y el acompañamiento de otros creyentes?
Todos estos tipos de tierra están presentes en cada uno de nosotros. En nuestros corazones, experimentamos dureza. Algunas veces nuestros corazones son tierra rocosa y terreno espinoso. Todos nos enfrentamos a tentaciones y distracciones. Hay cosas que dividen nuestros corazones y compiten por nuestra atención y disminuyen nuestro fruto.
Sin embargo, todos tenemos buena tierra, a todos se nos invita a cooperar con la gracia para hacer crecer nuestra receptividad a la Palabra de Dios en nuestros corazones. De hecho, la tarea principal de la vida espiritual es cooperar con la gracia de Dios y cultivar tierra buena en nuestros corazones, arrancando todo aquellos que compita, nos distraiga e impida nuestra capacidad de recibir la Palabra de Vida que viene de Dios. Entre más tierra buena hay en nuestros corazones, más es nuestra capacidad de dar frutos para el Reino. Los frutos son evidencia de un auténtico discipulado.
San Agustín nos motiva con las siguientes palabras, “algunos dan más fruto, otros menos, pero todos tienen un lugar en el granero”. Invito a todos como arquidiócesis, y como el Cuerpo de Cristo, a un renovado compromiso con el discipulado auténtico.