Por varias semanas, las naciones del mundo han sido testigos del creciente sentimiento de terror y desesperanza que ha traído un sufrimiento indescriptible sobre la nación soberana de Ucrania, por la no provocada invasión rusa.
El bombardeo, la muerte y la destrucción continúan aun a pesar de las duras sanciones económicas. El número de personas desplazadas en Ucrania y los millones que han huido como refugiados, están alcanzando un nivel nunca antes visto desde la Segunda Guerra Mundial.
Aun cuando las medidas diplomáticas, las sanciones y la asistencia humanitaria son respuestas necesarias, tenemos también como cristianos otros recursos espirituales que debemos usar para promover la causa de la paz.
Durante este tiempo de Cuaresma, les pido que seamos más intencionales en nuestros esfuerzos de oración, ayuno y obras de misericordia, para que podamos abrazar una solidaridad más significativa con nuestros hermanos y hermanas sufriendo en Ucrania.
Podemos ofrecer nuestro ayuno por ellos. Podemos rezar el rosario por la paz. Podemos contribuir económicamente a los fondos de apoyo que se han creado para ayudar a los desplazados y refugiados, tanto dentro de Ucrania como en cualquier otro lugar del mundo al que han sido forzados a huir buscando su seguridad. Pidamos también por la conversión de Vladimir Putin y sus consejeros.
Estoy agradecido con el Papa Francisco por anunciar su intención de consagrar a Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María durante le solemnidad de la Anunciación del Señor (25 de marzo), y pedirles a los obispos del mundo que hagan lo mismo, realizando este acto solemne de consagración.
En 1917, Nuestra Señora se apareció a tres niños pastores en Fátima, Portugal, y les pidió que hicieran oración y penitencia por el fin de la Primera Guerra Mundial, y así proteger al mundo de los efectos de la revolución sin Dios que estaba sucediendo en Rusia y que buscaba esparcir por el resto del mundo un reino de comunismo ateo.
La Virgen les pidió a los niños que rezaran el Rosario, que rezaran por la conversión de Rusia y les pidió también que consagraran a Rusia a su Inmaculado Corazón. Les advirtió que, si su solicitud no se cumplía, vendría otra guerra aun más terrible. Ese fue el camino de la paz que la Virgen María nos presentó a principios del siglo XX.
Al comenzar la tercera década del siglo XXI, debemos reconocer que podríamos estar frente a otra inimaginable guerra mundial. Las armas y las sanciones no son el camino duradero de Dios en busca de la paz. La oración, la penitencia y las obras de misericordia son el arsenal que debemos usar.
El viernes 25 de marzo, me uniré al Papa Francisco y a todos los obispos del mundo, consagrando a Rusia y a Ucrania al Inmaculado Corazón de María. En comunión con el Papa Francisco, invito a todos los sacerdotes y fieles laicos a unirse conmigo en oración por la paz y la consagración de estas naciones al Inmaculado Corazón de María, nuestra madre.
“Oh María, Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros, en esta hora de tribulación, recurrimos a ti. Tú eres nuestra Madre, nos amas y nos conoces, nada de lo que nos preocupa se te oculta. Madre de misericordia, muchas veces hemos experimentado tu ternura providente, tu presencia que nos devuelve la paz, porque tú siempre nos llevas a Jesús, Príncipe de la paz. Nosotros hemos perdido la senda de la paz. Hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales. Hemos desatendido los compromisos asumidos como Comunidad de Naciones y estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes. Nos hemos enfermado de avidez, nos hemos encerrado en intereses nacionalistas, nos hemos dejado endurecer por la indiferencia y paralizar por el egoísmo. Hemos preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades, alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas, olvidándonos de que somos custodios de nuestro prójimo y de nuestra casa común. Hemos destrozado con la guerra el jardín de la tierra, hemos herido con el pecado el corazón de nuestro Padre, que nos quiere hermanos y hermanas. Nos hemos vuelto indiferentes a todos y a todo, menos a nosotros mismos. Y con vergüenza decimos: perdónanos, Señor. … Guíanos por sendas de paz. Amén”.
Padre Francisco Acto de Consagración
al Corazón Inmaculado de María