El pecado corrompe todo lo que toca. Los terribles efectos del pecado incluyen un oscurecimiento de nuestro intelecto y un debilitamiento de nuestra voluntad. El pecado nos ciega. Nos debilita. La fe nos ilumina. Sin embargo, la reflexión honesta nos confronta con el hecho de que, aunque los cristianos hemos sido iluminados por el don de la fe y fortalecidos por la gracia del Espíritu Santo, los efectos del pecado nos han dejado con puntos ciegos y debilidades morales.
El Espíritu Santo nos está llamando la atención hoy día sobre nuestra ceguera al racismo. El racismo no es nada nuevo. El racismo no es simplemente un mal social corrosivo. También es un pecado contra Dios y la familia humana. Es un pecado que se aloja en los corazones humanos y corrompe las culturas y las sociedades. Es un pecado que nos ciega a la igualdad fundamental entre todos los seres humanos y la dignidad dada por Dios a cada persona pues todos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.
El racismo fue el comienzo a lo que después fueron los horrores del holocausto de los judíos y otros en la Alemania nazi. Estaba incrustado en las actitudes culturales que desplazaron a los pueblos indígenas en toda América del Norte y trató de erradicar sus culturas nativas. Fue institucionalizado en las leyes segregacionistas de las leyes Jim Crow, leyes que propugnaban la segregación racial en todas las instalaciones públicas, luego de la abolición de la esclavitud, lo cual es considerado como el “pecado original” de nuestra nación.
Las actitudes racistas y las cegueras continúan creando situaciones intolerables en todo el mundo donde la migración reúne a personas de diferentes colores, credos y etnias. El racismo generalmente no se reconoce como un factor significativo en nuestra incapacidad para enfrentar y remediar seriamente la crisis de inmigración que se ha vuelto algo imposible de erradicar en nuestra nación y en tantas otras naciones.
Como demuestran los recientes acontecimientos en El Paso y en otros lugares, estamos presenciando, con una frecuencia alarmante, tensiones raciales latentes que estallan en violencia en todo el país. Muchos se sorprenden al ver estos brotes de intolerancia racial y violencia. Ingenuamente habíamos enviado tales como estos a un pasado racista mucho menos ilustrado.
Vivimos en una época en la que es difícil mantenerse al día con el rápido ritmo de los avances científicos, tecnológicos y digitales. Nuestra cultura ha adoptado una cosmovisión evolutiva que supone que el progreso es la trayectoria inevitable de la historia humana.
Pero, realmente no hay paralelo al progreso en el universo moral. La naturaleza humana no ha cambiado ni evolucionado de manera fundamental. Incluso ayudados por la gracia, todavía luchamos con los efectos del pecado. No somos tan sabios ni tan fuertes como pensamos que lo somos. Todavía caemos fácilmente como presa del orgullo espiritual. La naturaleza humana, aunque fundamentalmente buena, es una naturaleza caída y herida por el pecado.
Todos seguimos siendo pecadores. Como profesa nuestra fe, creemos que hemos sido redimidos por la sangre de Cristo que murió y resucitó por todos nosotros. Pero no podemos descansar confiando que es suficiente la fe y las virtudes de las generaciones pasadas y solo contar con ellas para que nos sostengan en el futuro. Somos tan susceptibles al pecado, incluido el pecado del racismo, como aquellos que nos precedieron. Podemos aprender de la historia, pero también somos capaces de repetir sus errores.
Arrepentimiento, y nuestra continua conversión, son tareas para cada persona en cada generación. A medida que nos enfrentamos con la evidencia preocupante del racismo en nuestra sociedad, todos estamos llamados a examinar nuestras propias conciencias, incluyendo nuestras propias cegueras que el Espíritu Santo nos va revelando cuales son.
¿Cómo nos llama el Señor a afirmar la dignidad de cada ser humano desde la concepción hasta la muerte natural? ¿Cómo se nos desafía a rechazar cada manifestación de racismo que divide el Cuerpo de Cristo? Racismo que también va disminuyendo la promesa de nuestra gran nación y debilita a la familia humana.