Cada año, durante la cuaresma, la Iglesia nos invita a iniciar un camino de arrepentimiento y renovación. ¡Estamos de nuevo en ese tiempo! Lo iniciamos el Miércoles de Ceniza.
Aun cuando no es un día de guardar, la misa del Miércoles de Ceniza es una de las más populares y a la que asisten más personas en todo el año. Nos habla de nuestra necesidad de corregir los errores.
Estamos llamados a arrepentirnos y creer en la Buena Nueva: que Dios nos ama. Que nos envió a su Hijo Jesús para sufrir y morir por nosotros. Que ha resucitado de la muerte y nos comparte su vida. Este es el corazón del Evangelio. La Cuaresma nos lo recuerda.
Desde los primeros siglos del cristianismo, la Cuaresma ha sido un tiempo de preparación final para el bautismo. Por eso en años recientes y en el primer domingo de cuaresma, en catedrales a lo largo y ancho del mundo, los catecúmenos y candidatos participan en el Rito de Elección y en la llamada a una conversión continua para prepararse para la celebración de su bautismo y los Sacramentos de Iniciación en la Vigilia Pascual.
Unos siglos después, la Cuaresma se convirtió en un tiempo especial que observan todos los miembros de la Iglesia, quienes acompañan a los catecúmenos con sus oraciones y se preparan a renovar sus propias promesas bautismales en la Pascua. Este es el objetivo y el rico significado de la Cuaresma aún en nuestros tiempos.
Comenzamos el camino de Cuaresma siendo marcados por las cenizas. Ese camino nos lleva a la celebración gloriosa de nuestra victoria sobre el pecado en el Triduo Pascual. Compartimos el camino pascual de Jesús de la muerte a la vida nueva.
La Cuaresma es un tiempo de arrepentimiento durante el cual reconocemos nuestros pecados, imploramos misericordia y oramos por un cambio en nuestro corazón. Desafortunadamente a veces nos satisfacemos a nosotros mismos con algunos gestos superficiales durante la Cuaresma. El Señor nos ofrece mucho más. La verdadera gracia de la Cuaresma nos invita a un arrepentimiento profundo y a reordenar todo lo que se ha desordenado y distorsionado por el pecado en nuestras vidas.
En el Evangelio del Miércoles de Ceniza, Jesús nos reta a asegurarnos que nuestras observancias religiosas estén dirigidas a complacer a Dios, en lugar de impresionar a los demás: “absténganse de hacer actos religiosos para que la gente los vea”. Nuestras prácticas cuaresmales necesitan las dos cosas, una intención interna y una expresión externa.
En el mismo Evangelio, Jesús nos ordena las tres prácticas tradicionales del tiempo de Cuaresma: oración, ayuno y limosna. Estas prácticas son válidas para todos los cristianos de todas las edades. Podemos ser creativos en como usarlas, pero es importante que todas nuestras prácticas cuaresmales incluyan algún aspecto de cada una de ellas.
El ayuno es una manera de expresar nuestra oración con nuestro cuerpo al tiempo que buscamos liberarnos de los apetitos indulgentes. Como católicos, tenemos la obligación de ayunar y abstenernos de comer carne en algunos días de la Cuaresma.
Pero el ayuno puede ser mucho más. Podemos también ayunar o abstenernos de otros placeres o hábitos distractores, tales como redes sociales, televisión, etc. El renunciar a nosotros mismos, en cualquiera de sus maneras, nos ayuda a crecer en libertad interior. El alejarnos del pecado y buscar el perdón a través del Sacramento de la Penitencia es un elemento fundamental de la manera en que nos preparamos para la Pascua, a través de la Cuaresma.
Es la oración la que hace de nuestro ayuno y otras obras de penitencia una verdadera cualidad interior. Muchos individuos, familias y parroquias tienen sus propias costumbres cuaresmales. El tradicional Via Crucis de los viernes es una manera popular de acompañar al Señor en el camino de su pasión y una manera de entrar más profundamente en el misterio del amor de Dios por nosotros.
El leer y orar con las Escrituras, especialmente las lecturas litúrgicas de cada día, puede hacer de este un profundo tiempo rico en gracia. Algunos se comprometen a asistir a la misa diaria más frecuentemente.
La limosna, o el compartir con los demás, es importante para que nuestras prácticas espirituales no nos hagan centrarnos en nosotros mismos, sino buscar a los demás en misericordia. El camino de la Cuaresma nos da la oportunidad de expresar nuestro arrepentimiento abriendo nuestros corazones a ambos, al Señor y a nuestros hermanos y hermanas, especialmente los pobres. El abstenernos de cosas para dárselas a los pobres como un fruto de nuestra propia renuncia personal, es otra manera de combinar las disciplinas del ayuno y la limosna.
La práctica de obras corporales y espirituales de misericordia nos puede guiar en las prácticas cuaresmales e incluso hacerlas más fructíferas. Dirigir un estudio bíblico, visitar los enfermos, los que no pueden salir de casa y los encarcelados, ofrecerme como voluntario para alimentar a los hambrientos o participar en una colecta de ropa en mi comunidad son algunas de las muchas maneras en que somos invitados a participar plenamente del tiempo de Cuaresma y experimentar un cambio profundo y duradero en nuestro corazón.
Las maneras de vivir la Cuaresma son tantas como nuestra creatividad lo permita. La Iglesia nos ofrece los estándares mínimos, tales como la obligación seria de abstenernos de carne en los viernes de Cuaresma y abstenernos de carne y ayunar el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Construimos sobre los cimientos, pero se nos motiva a buscar aún más.
Algunos de nosotros dejamos las cosas para mañana. Puede que quieras esperarte a que la Cuaresma se vaya a acabar para comenzar. Pero debemos decidir hoy mismo cuales son las maneras en que el Señor me llama a vivir este tiempo.
¿Cuáles son los pecados que necesitamos eliminar? ¿Cuáles son las virtudes que necesitamos cultivar? ¿Cuáles son los pasos que debemos tomar para cumplir estos buenos deseos? Comienza con estas preguntas y formula un plan simple y realista.
La Cuaresma es un camino de fe que compartimos con los demás. Oremos unos por otros.