Mientras se acerca el Día de Acción de Gracias, muchos de nosotros recordamos la historia del primer Día de Acción de Gracias en América, cuando los peregrinos y la tribu Wampanoag se sentaron para celebrar un banquete, donde dieron gracias por todo lo que se les había dado y por lo que habían superado el año anterior. Celebrar esta festividad y conmemorar su experiencia nos invita a estar agradecidos por todo lo que hemos recibido.
Las familias y los líderes que participaron en el primer Día de Acción de Gracias se enfrentaron a grandes retos ante la llegada de nuevas familias a América. Los pueblos indígenas mostraron a los peregrinos los cultivos autóctonos y les enseñaron técnicas de agricultura y caza para que pudieran establecer sus familias en su nuevo hogar. A pesar de estos desafíos, al final dieron gracias por lo que se les había dado. Los peregrinos sobrevivieron gracias a la ayuda de los nativos de los alrededores. Al principio consideraron a sus vecinos paganos y hostiles, pero finalmente admitieron que la mano de Dios estaba actuando entre ellos. Al final resultó que Dios era más grande que su imaginación.
Los peregrinos también agradecieron haber sido encaminados hacia un nuevo modo de vida. El motivo de su gratitud era la bondad de Dios. A pesar de las carencias que habían sufrido, sabían que la riqueza y la fecundidad de esta nueva tierra eran incomparables. La mayoría de los sufrimientos que habían padecido se debían más a su ignorancia que a la insuficiencia de la tierra o a la falta de generosidad de la naturaleza. Estaban agradecidos por haberse equivocado. De hecho, los peregrinos de este primer Día de Acción de Gracias fueron bendecidos.
Hoy en día, todas estas lecciones siguen vigentes para nosotros. Mientras nos abrimos paso por el desierto de nuestra época, deberíamos hacer un inventario y reconocer nuestra deuda de gratitud. Tenemos que estar dispuestos para aprender a reconocer nuestras bendiciones y dar gracias si queremos convertirnos en el “ejemplo a seguir” en nuestra generación.
Al igual que los que nos precedieron, debemos estar más atentos a nuestro entorno, tanto a las oportunidades como a las amenazas, especialmente en la era digital. Si queremos que nuestra sociedad prospere en el áspero país que nos rodea, debemos escuchar lo que se dice y, a veces, aprender a ignorar. Al igual que nuestros antepasados, a veces nos cuesta pensar en más de una cosa a la vez. Al pensar en nuestras opciones y deliberar sobre nuestro futuro, podemos quedarnos prendados de soluciones sencillas. Con frecuencia preferimos que nuestras opciones sean “sí” o “no”, y nada más. Pero las situaciones complicadas requieren análisis detallados y soluciones complejas.
Si queremos seguir el ejemplo de nuestros antecesores, tenemos el reto de descubrir cómo sobrevivir en un mundo hecho de decisiones difíciles y problemas complejos.
Por ejemplo, ahora nos enfrentamos a la ruptura de un entendimiento compartido de la sociedad común. No somos capaces de ponernos de acuerdo sobre cómo debe ser nuestra vida juntos. (Considere la polarización evidente durante la reciente época de campaña y elecciones).
Cuando comenzamos a analizar los problemas a los que nos enfrentamos, incluida la tragedia cada vez mayor de las personas sin hogar, nos damos cuenta de que no hay soluciones sencillas, pero debemos resistirnos a la idea de que no las hay. Nos enfrentamos a muchos otros desafíos aparentemente insuperables en nuestra sociedad, pero no podemos eludir el reto de resolverlos.
Cuando nuestros antecesores fueron capaces de observar a su alrededor lo que los desafiaba, empezaron a reaccionar. No hubo un camino fácil hacia la vida que querían hasta que estuvieron dispuestos a encontrarlo.
Nuestra identidad estadounidense se basa en nuestra voluntad de buscar lo que es justo y hacer lo que otros se sintieron incapaces de hacer. Puesto que sabemos que la respuesta a nuestras necesidades nos llega a través de la benevolencia y la amorosa providencia de Dios, sabemos que nuestra primera reacción debe ser dar gracias.
El mundo al que nos enfrentamos no es el desierto de nuestros padres o nuestros abuelos, sino el nuestro. El don de vivir en este momento es nuestro; se nos invita a dar gracias por nuestras propias bendiciones aquí y ahora.
No estamos amontonados entre los bosques de Nueva Inglaterra en 1621, pero estamos llamados a observar el mundo al que nos enfrentamos y encontrar la manera de prosperar. No siempre es fácil, pero sabemos que Dios no nos abandonará.
Dios está con nosotros, así que con toda confianza demos gracias.