Estoy listo para vivir la Cuaresma este año. Por favor, no me malinterpreten. El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. Algo dentro de nosotros siempre se resiste al llamado sobrio hacia el arrepentimiento y la reorientación de nuestras vidas del Miércoles de Ceniza. Pero después de haber enfrentado los retos de la pandemia de este año, tengo que admitir que la idea de volver a las cosas de antes no ha sido tan atractiva. Hemos sido forzados a cambiar. ¿Cómo podemos sacar el mayor provecho de estos retos?
La Iglesia, enraizada en el Evangelio, propone una disciplina con tres elementos: la oración, el ayuno y la limosna, para guiarnos durante este tiempo santo. Las disciplinas de la cuaresma están dirigidas hacia una renovación. La Cuaresma es un tiempo que nos llama al arrepentimiento y la conversión continua de manera más insistente que cualquier otro tiempo. Este es el tiempo para prepararnos, junto con toda la Iglesia, para celebrar y experimentar una nueva vida en la Pascua.
El Miércoles de Ceniza nos exhorta a arrepentirnos y creer en el Evangelio. ¿En qué es exactamente lo que nos exhorta a creer? El Evangelio proclama que Dios nos ama a cada uno y tiene un plan para nuestras vidas. Reconoce lo que sabemos por experiencia, que el pecado se interpuso en el plan de Dios y lo desordenó todo. Afirma que Jesucristo murió y resucitó victorioso por ti y por mí. Solo podemos compartir el gozo de su victoria si reconocemos nuestro pecado y la necesidad que tenemos de un salvador. La Cuaresma nos pone en contacto con esa profunda hambre y necesidad espiritual.
Si realmente buscamos una conversión profunda a Cristo y deseamos vivir como discípulos suyos, parece extraño que tomemos penitencias o disciplinas en la Cuaresma para simplemente descontinuarlas en la Pascua. Desafortunadamente, esa es la manera en que vemos este tiempo penitencial.
El discipulado es un camino de toda la vida y una manera de vivir en el día a día. Las disciplinas más fructíferas de la Cuaresma nos ayudan a enfocarnos en esas áreas de nuestra vida en las que el Señor nos está llamando a una mayor conversión y arrepentimiento. En otras palabras, no se trata solamente de pensar en qué placer podemos “dejar” durante la Cuaresma, sino reconocer de qué pecado debemos arrepentirnos en nuestras vidas para poder seguir más fielmente a Cristo. ¿Qué obstáculos necesitamos remover? ¿Qué relaciones debemos restaurar, sanar o terminar? ¿Qué malos hábitos debemos descontinuar? ¿Qué virtudes (buenos hábitos) debemos fortalecer? Nuestras acciones de ayuno, limosna y oración abren nuestros corazones a la Gracia de Dios para que podamos seguir a Cristo de manera más cercana y hagamos cambios duraderos que renueven nuestras vidas.
La mayoría de los católicos reconoce la importancia de una buena confesión durante el tiempo de Cuaresma. Es la manera en que nos preparamos para una celebración fructífera de la Pascua. Confesamos humildemente nuestros pecados buscando la misericordia divina y experimentamos la gracia liberadora de la reconciliación con Dios y su Iglesia.
Desafortunadamente, demasiados católicos se acercan al Sacramento de la Penitencia solamente durante la Cuaresma. Si realmente nos beneficia, ¿por qué no acercarnos a él con más frecuencia?
La gracia de la Cuaresma es una invitación a hacer cambios permanentes en nuestras vidas. ¿Qué tal si pensamos en cambiar nuestra actitud acerca del Sacramento de la Penitencia? Comenzando esta misma Cuaresma, los invito a acercarnos a este gran sacramento de misericordia con más frecuencia. Sin la gracia y la sanación que nos brinda el Sacramento de la Penitencia, ¿cómo podemos experimentar la misericordia y conversión profundas que el Señor quiere de nosotros?
San Juan Vianey, el santo patrono de los sacerdotes, reconocía la importancia de este sacramento para la renovación de la vida de su parroquia. Se pasaba muchas horas escuchando confesiones porque veía en este gran don, rechazado en su tiempo tanto o más que lo es en el nuestro, la clave para liberar a su gente de las ataduras del pecado y conducirlos a la santidad.
Predicando sobre su importancia, orando por la conversión de sus feligreses y pasando muchas horas disponible en el confesionario, era testigo de los muchos frutos de renovación espiritual en su parroquia. La renovación comenzaba con el Sacramento de la Penitencia, el cual ayudaba a que sus feligreses experimentaran la misericordia de Dios y abrieran sus corazones a la recepción fructífera de la Eucaristía y tuvieran deseo de realizar obras de caridad.
“Es hermoso pensar que tenemos un sacramento que sana las heridas de nuestras almas”, decía San Juan Vianey.
¿Por qué no acercarnos a recibir más frecuentemente los beneficios de este gran sacramento? Todos anhelamos la profunda experiencia de libertad y paz que trae consigo una conciencia limpia, y el ser liberados de las ataduras del pecado. Así describe San Juan Vianey los efectos de este sacramento: “Nuestro Buen Dios, al momento de la absolución, tira nuestros pecados detrás de su espalda; en otras palabras, los olvida; los destruye; nunca más volverán a aparecer”.
Esta Cuaresma piensa en grande. Reconoce la necesidad de cambios reales y conversión continua. Un compromiso con la celebración frecuente de la celebración del Sacramento de la Penitencia transformará ese resultado que esperas, de ser solamente un sueño a convertirse en una realidad.