Era el año 1911. Se programó un evento especial para la ciudad de Madrid, España. El evento fue el XXII Congreso Eucarístico Internacional y se necesitaba un himno especial para el evento solemne. El himno que se produjo fue tan exquisito que su teología de la Eucaristía ha influenciado a todo el mundo de habla hispana y del mundo entero. El himno ha sido traducido a docenas de idiomas y continúa encendiendo el amor por Cristo presente en la Eucaristía.
El himno se conoce con varios nombres: “A Cristo Jesús: Himno oficial del XXII Congreso Eucarístico Internacional”, “Himno de los Adoradores” y el título más popular de "Cantemos al Amor de los Amores". (Este himno fue traducido al inglés por Mary Louise Bringle más de 50 años después con el título, “Come sing to God, the love beyond all others”)
La letra original fue escrita por el Reverendo Padre Restituto del Valle, O.S.A., y la música fue compuesta por Ignacio Busca de Sagastizábal, entonces organista de la ahora Basílica de San Francisco el Grande en Madrid. Aquí están las primeras palabras de ese gran himno eucarístico:
Cantemos al amor de los amores,
cantemos al Señor...
Dios está aquí...,
venid, adoradores,
adoremos a Cristo Redentor…
La teología eucarística, que se repite en este himno, y a lo largo de la historia de la Iglesia, es simple y profunda. Se puede resumir de la siguiente manera: Dios es amor. Este Dios de amor está realmente presente en la Eucaristía. Cuando te alimentas con la Eucaristía, te alimentas con nuestro Dios que es amor. Estamos siendo alimentados con el máximo amor, el amor divino, Dios mismo, quien nos une en un cuerpo, una comunidad, por su gracia, por su amor, nos hace santos. Nuestra cumbre y fuente es la Eucaristía. Nuestra cumbre y fuente es Dios. ¡Nuestra cumbre y fuente es el amor! El Papa Benedicto XVI habló de esta verdad en "Sacramentum Caritatis" y el Papa Francisco también lo ha dicho.
El Papa Francisco ha estado rodeado de esta teología eucarística toda su vida y se manifestó claramente el domingo 23 de junio de este año pasado. Ese domingo, el Papa Francisco celebró la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo en la Iglesia de Santa Maria Consolatrice, en el pequeño barrio de Roma Casal Bertone. Terminó su homilía con estas palabras que reflejan claramente este aspecto de la Eucaristía como amor...
“Lo que tenemos da fruto si lo damos, esto es lo que Jesús quiere decirnos; y no importa si es poco o mucho. El Señor hace cosas grandes con nuestra pequeñez, como hizo con los cinco panes. No realiza milagros con acciones espectaculares, no tiene la varita mágica, sino que actúa con gestos humildes. La omnipotencia de Dios es humilde, hecha sólo de amor. Y el amor hace obras grandes con lo pequeño. La Eucaristía nos los enseña: allí está Dios encerrado en un pedacito de pan. Sencillo y esencial, Pan partido y compartido, la Eucaristía que recibimos nos transmite la mentalidad de Dios. Y nos lleva a entregarnos a los demás. Es antídoto contra el ‘lo siento, pero no me concierne’, contra el ‘no tengo tiempo, no puedo, no es asunto mío’; contra el mirar desde la otra orilla.”
“En nuestra ciudad, hambrienta de amor y atención, que sufre la degradación y el abandono, frente a tantas personas ancianas y solas, familias en dificultad, jóvenes que luchan con dificultad para ganarse el pan y alimentar sus sueños, el Señor te dice: ‘Tú mismo, dales de comer’. Y tú puedes responder: ‘Tengo poco, no soy capaz para estas cosas’. No es verdad, lo poco que tienes es mucho a los ojos de Jesús si no lo guardas para ti mismo, si lo arriesgas. También tú, arriesga. Y no estás solo: tienes la Eucaristía, el Pan del camino, el Pan de Jesús. También esta tarde nos nutriremos de su Cuerpo entregado. Si lo recibimos con el corazón, este Pan desatará en nosotros la fuerza del amor: nos sentiremos bendecidos y amados, y querremos bendecir y amar, comenzando desde aquí, desde nuestra ciudad, desde las calles que recorreremos esta tarde. El Señor viene a nuestras calles para decir-bien, decir bien de nosotros y para darnos ánimo, darnos ánimo a nosotros. También nos pide que seamos don y bendición.”
Termino esta columna una vez más invitando a mis lectores a acercarse a Jesucristo, presente en el Santísimo Sacramento y guardado en cada sagrario. Acércate con reverencia y dile a Jesús: “Gracias Señor por alimentarme con tu vida y tu infinito amor. Ayúdame a ser un discípulo eucarístico para predicarle al mundo tu Presencia Real al proclamar a través de mi vida mi amor por ti y por los demás. Es por eso que me alimentas a mí y a millones más con tu infinito amor. Amén.”