“Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron” (Mateo 25,40).
La manifestación definitiva de nuestra relación con Jesucristo se extiende a través de nuestras relaciones con los que nos rodean, especialmente con los más vulnerables y marginados de entre nosotros, desde los no nacidos o los moribundos hasta los que se enfrentan a la pobreza y los inmigrantes.
Mientras nuestra nación hace frente a los graves y complicados problemas que plantea la inmigración, la Iglesia debe encabezar y ser un ejemplo al acoger a los distintos recién llegados, y proporcionar asistencia y atención pastoral a los inmigrantes, los migrantes, los refugiados y las personas en tránsito.
Como han reconocido los obispos de los Estados Unidos y México, el sistema actual de inmigración necesita una reforma urgente. Como Estado, debemos ofrecer recomendaciones exhaustivas para cambiar las leyes y las políticas con el fin de lograr un sistema de inmigración más humano y justo, protegiendo al mismo tiempo a los habitantes de Oklahoma.
Desafortunadamente, algunas de las iniciativas aprobadas el Martes por los legisladores de Oklahoma no consideran la humanidad de los hombres, mujeres y familias que emigran a Estados Unidos. La legislación de inmigración- Proyecto de Ley HB 4156 - es profundamente deficiente.
Mientras se redactaba esta columna, el Senado del Estado estaba examinando un proyecto de ley sobre inmigración – Proyecto de Ley HB 4156 – que es profundamente deficiente.
Según los autores del proyecto de ley, su intención es perseguir las acciones delictivas cometidas por algunos inmigrantes indocumentados en el Estado, especialmente en relación con el cultivo ilegal de marihuana. Sin embargo, la nueva ley afectaría inadvertidamente a hombres y mujeres que llevan una vida productiva con sus familias, sometiéndolos a penas de cárcel, multas elevadas y expulsión en un plazo de 72 horas, separándolos de sus cónyuges e hijos.
Seamos claros, la inmigración ilegal no es lo correcto y deben contemplarse medidas para proteger las fronteras de Oklahoma, especialmente contra la afluencia del tráfico de personas y de drogas. Uno de los principios básicos de la enseñanza Católica sobre la inmigración es precisamente que “los Estados soberanos poseen el derecho de controlar sus frontera”.
Pero también debemos reconocer que la gran mayoría de los inmigrantes indocumentados en Oklahoma son miembros íntegros de nuestras comunidades e iglesias, no delincuentes violentos. Ayudan a sus comunidades de muchas maneras y prestan servicios necesarios. Son nuestros amigos, vecinos y feligreses, y también son algunos de los más vulnerables de nuestro entorno.
Para estas familias, el proyecto de ley propuesto sólo causará miedo y trauma. Existe una mejor manera de hacer las cosas.
La solución requiere una legislación específica para hacer frente a los delitos violentos y a los cultivos ilegales de marihuana que afectan a las zonas rurales de Oklahoma, sin olvidar el efecto de la ley en las familias trabajadoras que contribuyen de muchas maneras positivas a nuestras comunidades.
Aunque somos una nación de leyes que deben respetarse, podemos llevar a cabo reformas que se ajusten a nuestra moral y nuestros valores. Debemos asegurarnos de que la dignidad de cada persona humana sea respetada y promovida en cada ley que apoyemos.
El proyecto de ley HB 4156 se perfila como una legislación deficiente que perjudica a las comunidades, separa familias y debilita nuestra economía. No aborda los verdaderos problemas delictivos a los que nos enfrentamos en Oklahoma – buscando un sentido erróneo de la justicia a costa de la misericordia.
Imploro al Gobernador Stitt que vete el proyecto de ley en cuanto llegue a su escritorio deteniendo sus consecuencias no deseadas para las familias de Oklahoma.