En la Navidad celebramos el Nacimiento de Jesús y los maravillosos acontecimientos que rodean su Natividad. Nos adentramos en el sorprendente misterio de que la segunda Persona de la Santísima Trinidad asumió la naturaleza humana y nació de la Santísima Virgen María. Nos sumergimos en el Misterio de la Encarnación: Dios se hizo hombre en Jesucristo.
Dios ha estado presente en el mundo siempre y sigue presente a través de su Creación. Todas las cosas son y existen gracias a su Palabra creadora. Ha revelado su Presencia a través de todo el desarrollo de la Historia de la Salvación. Está presente en las promesas y alianzas que hizo con los patriarcas, así como a través de la Ley y los profetas. Sin embargo, en el Misterio de la Encarnación, Dios transformó su manera de hacerse presente ante su pueblo.
En la Encarnación, Dios ya no sólo está presente para su pueblo sino con su pueblo. Tal como lo predijo el profeta Isaías: “Le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios con nosotros”.
Mediante la Encarnación, Dios está con nosotros de una manera nueva. No es nueva en el sentido de que no haya estado con nosotros antes, sino nueva en el sentido de que lo que había planeado desde toda la eternidad, es ahora revelado y hecho manifiesto. Siempre ha estado con nosotros a través de su poder, pero ahora nos lleva a una comunión más íntima consigo mismo al asumir nuestra humanidad.
Esta comunión con nosotros no terminó cuando Jesús resucitó de entre los muertos y ascendió a la diestra del Padre. La Encarnación, la presencia de Dios con su pueblo, se ha prolongado en tiempo y en espacio en el misterio de la Iglesia. La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo y, en este misterio, Dios permanece presente con nosotros. La comunión con Dios se mantiene en y a través de su Iglesia.
En este momento de la vida de la Iglesia, la totalidad de la Iglesia se ha embarcado en un proceso llamado el Sínodo sobre la Sinodalidad, sobre el cual escribí hace unos meses. Este Sínodo es una invitación del Santo Padre no sólo para los obispos, sino para todos los fieles, de cualquier estado de vida, para caminar juntos en comunión con Dios y los unos con los otros. En cierto sentido, nos está llamando a vivir más auténticamente la comunión de la Encarnación que se prolonga en la vida de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo.
Más que una simple función, un programa o un objetivo por cumplir, el sínodo es un ejercicio de comunión eclesial: Para unirnos entre nosotros, acercarnos juntos al Señor y escucharlo en la oración.
Nosotros, como Iglesia en los Estados Unidos, también estamos comprometidos en un proceso simultáneo de tres años llamado Avivamiento Eucarístico. La Eucaristía está en el corazón de la comunión de la Iglesia, por lo que el Sínodo sobre la Sinodalidad y el Avivamiento Eucarístico se desarrollan providencialmente de forma paralela y se influyen mutuamente.
La Eucaristía es, por una parte, la semilla de la comunión de la Iglesia y, por otra, su fruto en pleno. Esto significa que la Eucaristía hace a la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía. Nuestra comunión eclesial encarnada se expresa y se celebra más profundamente en el Sacrificio Eucarístico, es decir, en la Misa.
Es la fuente y cumbre de nuestra vida cristiana en común, de nuestra vida juntos en la fe en Cristo. El Avivamiento Eucarístico debe incluir un reavivamiento de nuestro sentido de comunión, es decir, un aprecio y amor renovados por la Iglesia, por pertenecer al Cuerpo y por nuestro deber de cuidarnos los unos a los otros.
Un aspecto del misterio que celebramos en la Navidad, se revela hoy para nosotros en el Sínodo y en el Avivamiento Eucarístico. La comunión de la Encarnación se vive hoy en la comunión de la Sagrada Eucaristía y en la comunión del Cuerpo Místico de Cristo.
En estos últimos días de preparación para la Navidad, rezo para que centremos nuestra atención en la comunión que Dios nos ofrece a través de su Hijo y para que nos comprometamos siempre a vivir esta comunión todos los días.