Esta es la sexta y última columna de esta serie sobre los Mandamientos de la Iglesia. Como lo dije antes, estos preceptos son leyes propuestas por la Iglesia que “tienen por fin garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de oración y en el esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y del prójimo” (CIC 2041).
Después de haber escrito sobre la importancia de la Misa y los sacramentos, las disciplinas del ayuno y la abstinencia y otros temas, en columnas anteriores, hoy quiero escribir sobre la obligación de apoyar la misión de la Iglesia a través de sus muchas obras apostólicas.
Durante sus viajes misioneros, San Pablo pedía a los cristianos de las comunidades que había fundado, que ayudaran a la madre Iglesia en Jerusalén. Evidentemente, habían surgido algunas necesidades en Jerusalén que hacían que San Pablo mencionara su situación de necesidad a otras Iglesias locales.
Para ello, estableció una colecta e invitó a todos a participar. “Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al que da con alegría. Y poderoso es Dios para colmaros de toda gracia a fin de que, teniendo, siempre y en todo, todo lo necesario, tengáis aún sobrante para toda obra buena” (2 Cor 9,7-8). Dios es fuente de toda bendición y tenemos la obligación de usar sus bendiciones para enriquecer a los demás sin empobrecernos a nosotros mismo haciéndolo (2 Cor 8,12-13). Como administradores de los dones de Dios, la manera en que usamos los dones que nos ha brindado deben siempre dar mayor gloria a Él.
Esta colecta por la Iglesia de Jerusalén era una oportunidad para que los cristianos pudieran poner su fe en acción, y para demostrar de manera práctica la caridad que era la fortaleza y el poder que los unía en su comunión con el único Cuerpo de Cristo.
Nuestra comunión (vida compartida) en el Cuerpo de Cristo es la justificación teológica del quinto mandamiento de la Iglesia: “ayudar a la Iglesia en sus necesidades” (CIC 2043). De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, este mandamiento significa que los fieles tienen la obligación de colaborar en las necesidades materiales de la Iglesia, cada uno de acuerdo con su capacidad. Esto se logra no solo compartiendo los recursos económicos, sino también siendo buenos administradores de nuestro tiempo y talento.
El Código de Derecho Canónico es aún más explícito y nos ayuda a entender el contexto más amplio de este precepto. “Los fieles tienen el deber de ayudar a la Iglesia en sus necesidades, de modo que disponga de lo necesario para el culto divino, las obras de apostolado y de caridad y el conveniente sustento de los ministros” (Canon 222). En otras palabras, los fieles tienen el deber de ayudar a que la Iglesia cumpla su misión.
Vivimos nuestra fe y crecemos en santidad en comunión con los demás, a través de la influencia mediadora de la Iglesia, sus sacramentos y sus obras apostólicas. Aun cuando hemos recibido nuestra fe y esperanza de salvación a través de nuestra pertenencia a la Iglesia, tenemos la obligación de participar activamente en la promoción de la misión de la Iglesia. Lo hacemos, al menos en parte, a través de nuestro apoyo material y económico a la Iglesia, incluyendo nuestro apoyo a nuestras parroquias, nuestra arquidiócesis y otras obras apostólicas, tales como caridades católicas y muchas más. Esto es parte de la significa ser un discípulo, de lo que significa responder totalmente al llamado de Cristo. Promover la misión de la evangelización, es decir, la llamada a “ir y hacer discípulos”.
Cristo ama a la Iglesia como el novio ama a su novia. La amó hasta el punto de dar su vida por ella (Ef 5,25). Hemos recibido el Espíritu de Cristo y por medio de una conversión continua nos vamos gradualmente haciendo del mismo pensar que Cristo. Al hacerlo, compartimos sus preocupaciones, valores, gozos y tristezas. Al tiempo que crecemos en el amor a Cristo por una comunión más profunda en su Espíritu, necesariamente crecemos también en amor a su Iglesia. La conversión continua nos lleva a un deseo más profundo de compartir generosamente de nosotros mismos y de nuestros recursos con Cristo y apoyar activamente la misión de su Iglesia. El quinto mandamiento de la Iglesia nos recuerda de la obligación de vivir en caridad y justicia.