by Pedro A. Moreno, O.P. Secretariado de Evangelización y Catequesis
Gran mensaje, pequeño evangelio.
Marcos es el más pequeño de los evangelios inspirados por Dios, y considerado por algunos, pero no todos los expertos bíblicos, como el primer evangelio escrito. Le tomaría a un lector promedio alrededor de una hora leerlo de principio a fin.
Comienza, y casi termina, con una declaración de fe similar:
“Este es el comienzo de la Buena Nueva de Jesucristo Hijo de Dios.” (Mc 1,1).
Jesucristo, nuestro salvador y redentor se presenta como el Hijo de Dios, un tema clave en su evangelio, a una audiencia no judía, los gentiles. Marcos también es conocido como Juan Marcos, hijo de María de Jerusalén y primo de Bernabé. Fue un colaborador cercano tanto con Pedro como con Pablo. Muchos creen que la mayor parte de su evangelio fue probablemente tomado del mismo Pedro mientras estaba en Roma. Pedro y Marcos fueron amigos muy cercanos.
“Pedro se orientó y fue a casa de María, madre de Juan, llamado también Marcos, donde muchos estaban reunidos en oración.” (Hechos 12, 12).
“Los saluda Aristarco, mi compañero de cárcel, y Marcos, primo de Bernabé, acerca del cual ya recibieron instrucciones.” (Col 4, 10).
“Los saluda la comunidad que Dios ha congregado en Babilonia, también los saluda mi hijo Marcos.” (1 Pe. 5, 13).
La razón por la que el evangelio de Marcos es tan corto es triple. Marcos no pasa tiempo en la infancia o niñez de Jesús; no amplía las historias de la resurrección; y se concentra más en lo que Jesús hace y poco en lo que Jesús dijo. Todo esto en conjunto resulta en un evangelio muy corto de solo 11,300 palabras. El evangelio de Lucas es casi el doble de largo.
Marcos desea resaltar el poder y la autoridad de Jesús, pero, a pesar de esto, los seguidores de Jesús no creen en él. Lo rechazan e incluso sus propios discípulos lo malinterpretan y lo abandonan al final cuando es torturado y asesinado en la Ciudad Santa. Siempre me ha impresionado que la mayor declaración de fe en Jesús no fue hecha por un discípulo u otra persona de la comunidad judía, sino por un gentil, el centurión romano al pie de la cruz: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios.”
En una nota al margen, un pequeño y peculiar hecho relacionado con el Evangelio de Marcos es que siempre parece tener prisa. Él disfruta el uso de palabras como “inmediato” o “inmediatamente”. Palabras que rara vez se usan en el resto de las Sagradas Escrituras.
Su evangelio también nos habla del Reino de Dios, y lo conecta con el discipulado y la cruz; un mensaje claro para todos los cristianos en Roma que en ese momento estaban sufriendo bajo las persecuciones del emperador. Además, un claro recordatorio para todos los discípulos, de todos los tiempos, de que seguir a Jesús no es una invitación para unas vacaciones en un crucero o un pasadía en el campo, seguir a Jesús significa llevar una cruz diaria.
“Luego Jesús llamó a sus discípulos y a toda la gente y les dijo: ‘El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga. Pues el que quiera asegurar su vida la perderá, y el que sacrifique su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. ¿De qué le sirve a uno si ha ganado el mundo entero, pero se ha destruido a sí mismo? ¿Qué podría dar para rescatarse a sí mismo? Yo les aseguro: si alguno se avergüenza de mí y de mis palabras en medio de esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga con la Gloria de su Padre rodeado de sus santos ángeles.’” (Mc 8, 34-38).
Gracias, Señor, por el Evangelio de Marcos. (Cuandoquiera que fuera escrito.)