“Mayo es el mes de María, y me maravilla y no sé por qué”. Así comienza el poema “El Magnificat de mayo” de Gerard Manley Hopkins. Deberíamos maravillarnos también. La coronación de la Virgen en mayo, el día de las madres, la fiesta de la Visitación y la abundancia de las flores en la primavera son todas buenas razones para asociar a María en este hermoso tiempo del año.
Durante el mes de mayo, la creación entera estalla con belleza y vida nueva. Quizá esta es la razón por la cual asociamos a María con este tiempo de abundancia. La abundancia de la naturaleza durante el mes de mayo es un reflejo de la continua fecundidad del vientre virginal de María en la vida de la Iglesia y sus hijos espirituales.
Desde el siglo II, María ha sido llamada la Nueva Eva, un nombre que significa "madre de los vivos". María es verdaderamente más digna de este nombre que la primera Eva, ya que, al dar a luz a Jesús, María dio a luz a la Vida misma. La primera Eva dio a sus hijos sólo la maldición del pecado y la muerte.
Hemos recibido una participación en esta Nueva Vida a través de María, y a través de la Iglesia de la cual ella es la imagen y el modelo. Movidos por la agitación de la gracia dentro de nosotros, los cristianos nos volvemos a María con la espontaneidad de los niños que acuden a su madre en busca de alimento, de consuelo, de ayuda en tiempos de necesidad. Para nosotros, que somos sus hijos, ella es, en efecto, como dice el centenario himno mariano, "nuestra vida, nuestra dulzura y nuestra esperanza".
El papel maternal más importante de María en nuestras vidas es ayudar al Espíritu Santo a llevarnos a la plena madurez de Cristo. Suavemente, pero sin falta, María nos lleva a Jesús. Así como ella instruyó a los mayordomos del vino en Caná, ella nos ordena: "Hagan lo que Él les diga" (Jn 2,5).
De principio a fin, la Inmaculada Virgen María permaneció totalmente cooperativa con la obra de la gracia de Dios en su vida. Su oyente corazón estaba siempre listo para responder con la obediencia de la fe. Ella siempre estaba preparada para hacer la voluntad de Dios. Nunca se trató de ella. Como exclamó a su prima Isabel: "El Todopoderoso ha hecho grandes cosas por mí, y santo es su nombre" (Lc 1,49).
En 1965, san Pablo VI publicó una carta encíclica titulada “En el mes de mayo”, en ella escribió a los fieles motivándolos a que “se eleven en este mes mariano nuestras súplicas para implorar con crecido fervor y confianza sus gracias y favores”.
Mayo, el mes de María, nos ofrece una oportunidad para renovar y descubrir algunas de las ricas devociones marianas que la Iglesia nos ha ofrecido a lo largo de los siglos. Por ejemplo, podemos rezar el rosario a diario durante el mes de mayo, para que, meditando los misterios de la redención con María podamos conformarnos más perfectamente a su divino hijo. Podemos rezar diariamente la oración simple pero hermosa del Angelus, la cual nos recuerda y nos invita a reflexionar en el misterio de la encarnación por el sí de María al arcángel Gabriel.
La belleza de esta devoción es que nos ayuda a cimentar nuestro día en la oración. Hay muchas maneras de honrar a María con prácticas devocionales e imitando sus virtudes.
Mayo es un mes de extraordinaria abundancia. Abundancia que fluye en el camino de Dios. María nos enseña que, para poder llenarnos de la vida abundante de Dios, debemos primero vaciarnos de todo lo que no sea Dios. Nos enseña a que hagamos espacio para Dios.
María no es solo la madre de Dios, sino la primera discípula del hijo que ella misma concibió en su vientre virginal: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).