Todos que aquellos que manejan por el sur del I-35 en Oklahoma City estos días, sin duda que pueden ver la construcción de una enorme iglesia justo junto a la calle 89. Es el futuro Santuario al Beato Stanley Rother, que rápidamente comienza a tomar forma.
Y, por su parte, aquellos que manejan por el boulevard Shields, en el lado oeste de la construcción, se asombrarán de ver un pequeño monte con un camino en espiral alrededor para subir a la cima. Esta pequeña loma de tierra captura la atención de todos los curiosos que pasan por ahí, incluso más que la misma enorme iglesia. El monte del Tepeyac es un elemento esencial de las instalaciones del Santuario, que se convertirá en lugar de peregrinación para atraer a peregrinos todo el año, pero especialmente en la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe el 12 de diciembre.
En diciembre de 1531, la Santísima Virgen María se apareció a un laico indígena, San Juan Diego, y le confió la misión de llevar su mensaje al primer obispo del Continente Americano, el obispo Juan de Zumárraga de México.
A través de Juan Diego, María pidió que se construyera una iglesia en el cerro del Tepeyac, el lugar donde se había aparecido a este humilde hombre. Cuando el obispo exigió una señal que diera certeza a esta solicitud tan extraña de parte de un mensajero tan inesperado, María respondió no solamente haciendo aparecer rosas en diciembre en una montaña rocosa, sino imprimiendo de manera milagrosa su propia imagen en la tilma (ayate) que Juan Diego usó para llevar las rosas al obispo.
La imagen milagrosa de María, que aparece con un rostro mestizo como el de las personas a las que apareció – así como los muchos símbolos que se encuentran en la imagen misma – se convirtió en modelo de predicación perfectamente inculturada del Evangelio de Jesucristo en estas tierras recientemente “descubiertas” por los europeos.
Lo que siguió a la aparición, fue el crecimiento más grande de evangelización en la historia de la Iglesia. Comúnmente en la historia cristiana, la evangelización sucede después de la conversión de un rey o gobernante. Pero, en esta ocasión, el origen fue la respuesta obediente de un humilde hombre laico que obedeció la solicitud de María que se construyera un templo en nombre de su hijo en aquel lugar.
Con la aprobación del obispo, se construyó el templo, y se puso en ella la imagen para que todos pudieran verla. Cuando las personas humildes veían la imagen milagrosa de María, la cual lucía mestiza como ellos, se convertían al experimentar el amor de Dios hacia ellos comunicado por el rostro amoroso y compasivo de la Virgen, la cual se encuentra embarazada de su Divino Hijo. En pocos años, millones se convirtieron y se bautizaron.
Este evento en el cerro del Tepeyac fue un impulso dramático a la primera evangelización del Continente Americano. Su presencia puede aun sentirse en ese lugar sagrado, santificado por su visita en 1531, en donde hasta el día de hoy se venera su imagen. La presencia de María entre los apóstoles en Pentecostés cuando recibieron el Espíritu Santo llevó a San Juan Pablo II a describir a María como la Estrella de la Nueva Evangelización.
La Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe el 12 de diciembre, así como la Solemnidad de su Inmaculada Concepción el 8 de diciembre, son dos de las principales fiestas del tiempo de Adviento. Ambas nos apuntan a la venida de Cristo, la Palabra hecha carne.
Mi oración, que confió a Nuestra Señora de Guadalupe, la Estrella de la Nueva Evangelización, es por un derramamiento nuevo del Espíritu Santo sobre la Iglesia de Oklahoma, al tiempo que avanzamos en este camino sinodal de discipulado y misión.
Al igual que con la primera evangelización del Continente Americano, la nueva evangelización en nuestro tiempo comienza con un encuentro con la persona de Jesucristo. María nos facilita ese encuentro. La conversión y la misión surgen de ese encuentro con su gracia y misericordia divina y, sin ese encuentro, todos nuestros esfuerzos son vanos.
Nuestra Señora de Guadalupe, Estrella de la Nueva Evangelización, ¡ruega por nosotros!