by Luis Soto, Subdirector Ejecutivo del Secretariado de Evangelización y Catequesis
Sin duda que los hispanos y los anglosajones somos distintos, y en muchas maneras. Nuestros gustos, comidas, historia e historias, figuras, etc. Una de las maneras en que reflejamos nuestras diferencias es la manera que llegamos a descubrir la identidad de una persona.
Por ejemplo, cuando conozco a una persona de origen anglosajón, normalmente la primera pregunta que me hace es “¿a qué te dedicas?” Como si pudiera descubrir quién soy al conocer lo que hago. Por el contrario, cuando conozco a una persona latina, su primera pregunta normalmente es “¿de dónde eres?” Parece como si nuestro origen describiera algo de quiénes somos. Y aunque sin duda es así en ambos casos, hay algo mucho más grande que nuestra profesión o país de origen y que determina quienes somos.
La identidad es lo que nos hace ser lo que somos. Las características, creencias, ideas y carácter que nos hace ser quien somos, distintos a todos los demás seres. Alguien puede decir que soy hispano/latino como primera identidad porque esto marca mi conducta, mi primer idioma, mi comida, mis gustos, mi origen y mi manera de expresarme. La identidad se va formando a lo largo de nuestra vida. Mi familia, historia, fe y opciones van formando mi identidad.
Soy latino y lo seré toda mi vida. Mi visión del mundo y la realidad están marcadas por ese hecho. Soy y lo seré por el resto de mis días y es algo de lo cual estoy sumamente orgulloso. Sin embargo, y sin lugar dudas, mi primer y más importante identidad. La que me debería identificar y destacar por encima de cualquier otra, es que soy cristiano católico.
San Pablo dice que el que encuentra a Cristo, el que se dice cristiano, debe “transformarse”. Y transformarse por medio de una renovación de su mente (Rom 12,2). El que es de Cristo debe en pocas palabras cambiar su sistema de creencias, su conducta, su manera de expresarse, su manera de ver el mundo y relacionarse con él. Sabe que su origen y destino son eternos y su patria definitiva no es de aquí, sino en amistad eterna con Dios.
Soy yo el que se transforma por el encuentro con Cristo. Y al transformarme yo, transformo lo que me rodea. Mi identidad no puede ser la misma. Cuando hablo, cuando actúo y me presento ante el mundo, es la identidad católica la que debe prevalecer. De hecho, Dios le cambia el nombre a los que llama a lo largo de toda la Biblia, precisamente para marcar en ellos una nueva identidad.
“El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios”, dice el Catecismo de la Iglesia Católica (27). Somos suyos, le pertenecemos. Hemos sido creados no solo por él, sino para él. Encontramos nuestra plenitud en él. Nuestra identidad viene de él. O como lo afirma San Pablo “¿Acaso no saben que su cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en ustedes y han recibido de Dios, y que no se pertenecen a ustedes mismos? ¡Han sido comprados a buen precio!” (1 Cor 6,19-20)
Mi identidad primera y más importante no está pues marcada ni por mi lugar de nacimiento, ni por el color de mi piel, ni por el idioma que hablo. Mi identidad me es dada por Dios como hijo suyo, es un don suyo. Su deseo, su nombre, está inscrito en mi corazón. Y cuando amo, lo debo hacer impregnando su nombre en cada acción. Y su voluntad debe estar grabada en mi mente, porque ha sido transformada. Y cuando veo, veo con sus ojos y mi conducta debe asimilarse a la suya. Dios debe tener el primer lugar en nuestras vidas.
Así que te invito de ahora en adelante. Cuando conozcas a alguien no lo mires desde los ojos humanos, sino desde la perspectiva de Dios. Sabiendo que antes que nada es un hijo o hija de Dios. Que su identidad, aquello que la hace ser quien es, no es lo exterior, ni sus gustos, sino el nombre que lleva inscrito en su corazón.
Mi ministerio en la Arquidiócesis de Oklahoma City está intrínsecamente ligado a la comunidad hispana. De alguna manera, mi responsabilidad es el ministerio hispano. Sin embargo, mi reto es que no sea solamente un ministerio hispano, sino que sea antes que nada un ministerio con una identidad católica clara e inequívoca.
En todo ministerio de la Iglesia, la primer y más importante identidad que debemos considerar es la católica. Si lo único que guía nuestro ministerio es la etnicidad, la raza o el idioma, nunca lograremos construir la unidad que el Señor nos pidió. “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que actúa por todos y está en todos.” (Ef 4, 5-6)
El reto frente a nosotros es construir en unidad una cultura e identidad que sea intrínseca e inequívocamente católica, particularmente entre los católicos hispanos de Oklahoma City.