No puedo recordar cuánto tiempo llevamos viviendo con la pandemia del COVID. Parece que ha sido por mucho, mucho tiempo. Y nos ha desgastado a todos.
Al día de hoy, el COVID-19 y sus variantes han reclamado más de 650,000 vidas solamente en nuestro país. La mayoría de nosotros conoce a familias, compañeros de trabajo y feligreses que han perdido a alguien debido a este virus mortal. Quizá tú eres uno de ellos. Millones se han enfermado y se han recuperado.
La pandemia afecta cada aspecto de nuestras vidas. Sin duda que nos ha impactado social y económicamente. Ha afectado la educación de nuestros hijos y estudiantes en general a cada nivel. Tristemente, ha sido politizado de toda manera que podamos concebir (usar o no usar el cubrebocas; vacunarse o no vacunarse).
Sin poder evitarlo, la pandemia también ha afectado nuestras vidas religiosas y espirituales. En los primeros meses, antes de que pudiéramos entender cómo desacelerar la transmisión del virus y antes que tuviéramos una vacuna disponible, las iglesias de todo el país y del mundo entero se cerraron y la Misa estaba disponible solamente de manera virtual. Las fieles podían solo recibir la comunión espiritual. Gracias a Dios ya hemos dejado eso atrás.
Desafortunadamente, muchos no han regresado a la Misa. Quizá aun sienten miedo. Quizá están enojados. Quizá su fe se ha debilitado debido a esta experiencia traumática y desorientadora.
He estado orando sobre estas cosas en los meses pasados. Y he llegado a la conclusión de que hemos estado librando una batalla no solamente contra un virus mortal, sino también contra fuerzas espirituales. No se de donde salió el virus, pero estoy seguro de que el Maligno ha usado la pandemia para sembrar semillas de miedo y desconfianza, y para dispersar mentiras que nos han puesto a unos contra otros y nos han esclavizado en su plan destructivo. Es el Padre de las Mentiras y se deleita en vernos atacarnos unos a otros, desearnos el mal, calumniarnos y que pensemos que el otro tiene malas intenciones.
Estoy muy agradecido con los avances científicos, médicos y tecnológicos que han hecho posible que el mundo se movilice en contra de este virus mortal. Pero, como cristianos, debemos también emplear nuestras armas espirituales en esta batalla. Estamos luchando contra principados y potestades que están empeñados en nuestra destrucción. Necesitamos desenmascarar al enemigo y organizarnos contra las fuerzas que quieren destruirnos. El enemigo es astuto y escurridizo. ¿De qué hablo? Aun cuando existen muchas posibilidades que me vienen a la mente, ofreceré un solo ejemplo. Y creo que será un ejemplo apropiado.
La pandemia nos ha estresado a todos. El regreso a clases ha sido un reto muy difícil para los padres de familia, los profesores, administradores y estudiantes de nuestras escuelas católicas, al igual que en todas las escuelas. Se deben tomar decisiones difíciles para preservar la posibilidad de continuar con clases presenciales: uso de cubrebocas o no, requisito de vacunas o no.
En tiempos como este, todos estamos vulnerables a las asechanzas del Maligno. Quiere hacernos sus rehenes. Para no caer en su trampa, debemos evitar hacer juicios o saltar a conclusiones sobre los motivos de los demás, debemos evitar el miedo y evitar esparcir rumores. Nuestras armas son la oración y el ayuno. Debemos practicar las virtudes de la paciencia, la vigilancia y la solidaridad. Nuestra labor como discípulos es el construir; la misión del Maligno es la de destruir y sembrar división. Estamos llamados a practicar la caridad en palabra y obra.
Al tiempo que miramos al futuro, no podemos como cristianos hacer a un lado nuestra responsabilidad de orar unos por otros, especialmente por aquellos que tienen la poco envidiable responsabilidad de tomar decisiones que no serán bien recibidas por todos (quizá a veces por nadie). Hemos aplaudido la labor de nuestro personal de emergencia y personal médico durante los días más difíciles de la pandemia. Mostremos ahora nuestro apoyo y apreciación por nuestros profesores, directores y personal en general de las escuelas. Dios está con nosotros.