¿Qué apetecemos?
Por Pedro A. Moreno, O.P.
Secretariado de Evangelización y Catequesis
Nacimos con hambre. Los antojitos y los deseos de platos especiales son parte de lo que somos.
Hay días en que las meriendas o apetitosas botanas llenan el corazón de amor, paz, alegría y felicidad.
Hoy, comí una perfecta, y bien jugosa, hamburguesa. Cocinada exactamente como la pedí. También tenía una magnifica combinación de lechuga, tomates, encurtidos y cebollas asadas. La cantidad justa de mayonesa, mostaza y kétchup, todo en un buen pan tostadito por fuera y rico por dentro. Para unirse a esta obra maestra, excelentes papas fritas. Disfruté cada detalle, cerré los ojos, sonreí y le agradecí a Dios por este sabroso banquete.
Este es uno de los platos que componen mi lista de comidas reconfortantes, las que traen un efecto emocional. Comidas que traen alegría al corazón. Y pregunto: ¿De que tienes hambre? ¿Qué anhela y desea tu corazón? ¿Qué te trae una sonrisa?
Así como nuestros cuerpos desarrollan sus apetitos y antojos, también lo hacen nuestras almas; nuestros corazones. Todos fuimos creados con un anhelo y apetito interno especial, un deseo interno único, que no podemos nombrar ni definir de inmediato. Al principio, no estamos seguros de qué es eso que nos falta en nuestras vidas, pero, a pesar de no saberlo, nos esforzamos por encontrarlo y saciar ese deseo interior.
Algunas personas, por razones que no puedo explicar, tienen la suerte de aprender desde muy temprano en la vida cómo satisfacer ese deseo interno. Otros llevan vidas llenas de aciertos y desaciertos, una tras otra. Siguen buscando e intentando, buscando e intentando, buscando e intentando, sin éxito. Muchas veces, creen que finalmente lo encontraron, pero, algunos meses después y con profunda tristeza, se dan cuenta de que, una vez más, esto ni siquiera está cerca de lo que anhelaban.
Exasperado, algunos abandonan la búsqueda. Frustrados, algunos toman el camino equivocado y concluyen que lo que desean ni siquiera existe y se conforman con imitaciones baratas o con las sobras desechadas de otras búsquedas, y viven sus vidas lo mejor que pueden.
El Catecismo de la Iglesia Católica habla de este deseo. El Gran Deseo, común a todas las mujeres y hombres, es nuestro deseo por el Dios que es amoroso, da vida y es eternamente misericordioso. Sí, nacimos deseando, anhelando y apeteciendo el amor. No solo cualquier amor. Hemos sido creados para desear el mejor y más grande amor de todos, ¡Dios! Solo Dios puede traernos una alegría sin fin combinada con la sonrisa más alegre.
Esto es lo que dice el Catecismo sobre nuestro deseo por Dios:
27 "El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar:"
29 "... esta "unión íntima y vital con Dios" puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente por el hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos: la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas, el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes del pensamiento hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios y huye ante su llamada.".
30 “‘Alégrese el corazón de los que buscan a Dios.’ Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, "un corazón recto", y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios. …A pesar de todo, el hombre, pequeña parte de tu creación, quiere alabarte. Tú mismo le incitas a ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti.”
Entonces, la próxima vez que tu estómago empiece a gruñir y tengas hambre; Cuando tus antojos y deseos comiencen a despertar tu anhelo de comida reconfortante, pregúntese: “¿Cómo estoy alimentando el deseo de Dios en mi corazón?”
Entonces, invítame a compartir una rica y jugosa hamburguesa. ¿Amén?