Cuando hay tanto, ¿Qué es lo más esencial?
Por Pedro A. Moreno, O.P.
Secretariado de Evangelización y Catequesis
¡Feliz año nuevo 2018! Este año, mi columna incluirá temas seleccionados de nuestra amplia gama de verdades católicas.
Con un número limitado de ediciones disponibles durante todo el año, seleccionaré algunos temas claves de nuestro Catecismo. Los temas se han dividido en partes iguales y equitativas para cubrir los cuatro pilares del Catecismo.
Cada uno de los pilares del catecismo tiene una melodía única de verdades que hacen resaltar la bondad de Dios y el mensaje favorito del Señor para cada uno de nosotros: "¡Te amo!"
Estas diversas melodías de amor se unen para formar una sinfonía excepcional cuya belleza despierta alegría en cada corazón que está abierto a cada nota de verdad.
Cada nota de verdad de esta hermosa sinfonía nace y se revela a través de las muchas y variadas formas que Dios tiene para comunicarnos Su amor - la tradición apostólica, el mensaje oral con amor en su centro, es esa palabra hablada que se predica, enseña y comenta a todos aquellos que están dispuestos a escucharla a lo largo de los siglos; y la Sagrada Escritura, la Palabra de Dios inspirada e inerrante, que la Iglesia reconoce que inició como una tradición oral y que luego fue escrita para que otros leyéndola pudiesen encontrar, en y a través de estas santas palabras, la presencia amorosa y viva de Dios.
Sobre este fundamento sagrado, surgen los cuatro pilares de la verdad que revelan el amor y la bondad de Dios para cada discípulo que está buscando alimento sólido en las páginas del Catecismo de la Iglesia Católica.
Este catecismo tiene más de 2,800 párrafos de verdad sobre nuestro amoroso y misericordioso Dios. Todos ellos nos ayudan a crecer en la fe, la esperanza y el amor. Pero, con tantos párrafos llenos de verdades eternas, hay algunas preguntas que vienen a la mente. ¿Cuál es el mensaje esencial? ¿Cuál es la verdad número 1? ¿Cuál es el plan de Dios?
A lo largo de la historia del catolicismo, donde podemos encontrar la plenitud del mensaje cristiano, siempre hemos tenido un hilo común en cómo responder a esas preguntas; principalmente porque el plan de Dios, su mensaje esencial y su mensajero, son una misma realidad.
¡El plan de Dios, su mensaje esencial y el mensajero es el AMOR! Jesucristo mismo, el amor encarnado de Dios, quien compartió con nosotros la Buena Nueva del amor de Dios y nos ha vuelto a unir a nuestro Padre Celestial a través de Su amoroso sacrificio.
Todo es amor, y sin el amor nunca se puede comprender plenamente al catolicismo. Dejemos que el Catecismo, rico en citas bíblicas, traiga a un final esta primera columna del año.
457 “El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: ‘Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados’ … ‘El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo’ ‘Él se manifestó para quitar los pecados’: Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla, ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado?”
458 “El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: ‘En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él.’ ‘Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.’”
609 “Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, ‘los amó hasta el extremo’ porque ‘nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.’ Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres. En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: ‘Nadie me quita (la vida); yo la doy voluntariamente.’ De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando Él mismo se encamina hacia la muerte.”