by Pedro A. Moreno, O.P. Secretariado de Evangelización y Catequesis
Son expertos en no guardar el octavo mandamiento
Hace unos 136 años, el famoso personaje Pinocho nació en Italia. Fue en Roma, el 22 de diciembre de 1882, cuando una publicación infantil con el título "Giornale per i bambini" publicó la novela infantil de Carlo Lorenzini, "Las Aventuras de Pinocho".
Lorenzini, más conocido por su seudónimo Carlo Collodi, nos contó la historia del viejo tallador de madera y fabricante de marionetas, Geppetto, una forma cariñosa del nombre italiano Giuseppe (José), quien talló de un pedazo de madera a un niño al que llamó Pinocho. Un elemento de la historia era cómo le crecería la nariz de Pinocho cada vez que dijera una mentira.
Hoy tenemos muchos Pinochos, probablemente más que nunca en la historia, pero con una gran diferencia. Todos nuestros Pinochos modernos son expertos en mentir, muy convincentes como mentirosos, y todos han tenido rinoplastias, por lo que no podemos ver que están mintiendo. Cada mentira desprecia, derrumba y destruye el valor de lo veraz y es una ofensa a nuestro Dios de la belleza, la bondad y la verdad. Las mentiras socavan nuestra relación con Dios y con los demás.
Dios es la fuente de toda verdad. Su Palabra es verdad y Su ley es verdad. Puesto que Dios es verdadero, y su mayor verdad es nuestro Señor y salvador Jesucristo, se deduce que cada discípulo está llamado a vivir en la plenitud de la verdad.
El párrafo 2466 del Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda: “El discípulo de Jesús, ‘permanece en su palabra’, para conocer ‘la verdad que hace libre’ y que santifica. Seguir a Jesús es vivir del ‘Espíritu de verdad’ que el Padre envía en su nombre y que conduce ‘a la verdad completa’. Jesús enseña a sus discípulos el amor incondicional de la verdad: ‘Sea vuestro lenguaje: sí, sí; no, no.’”
¡El octavo mandamiento, que prohíbe la mentira, no se limita a los pecados veniales! Nuestra cultura actual parece estar adicta a las mentiras y no lo piensa dos veces. El verdadero liderazgo comienza con la verdad porque la verdad es la base y el fundamento del amor.
No darás falso testimonio contra tu prójimo (Ex 20:16)
El Catecismo introduce este mandamiento en el párrafo 2464: “El octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo. Este precepto moral deriva de la vocación del pueblo santo a ser testigo de su Dios, que es y que quiere la verdad. Las ofensas a la verdad expresan, mediante palabras o acciones, un rechazo a comprometerse con la rectitud moral: son infidelidades básicas frente a Dios y, en este sentido, socavan las bases de la Alianza.”
Cada discípulo debe estar enamorado de la verdad, Veritas en latín. Amar la verdad es amar a Dios. ¡La verdad o la veracidad es una virtud! Consiste en vivir vidas basadas en la realidad actual y no en realidades alternativas de nuestra propia conveniencia. Debemos mostrarnos veraces en nuestras acciones y en nuestro discurso. Nuestras vidas siempre deben protegerse contra duplicidades, tergiversaciones y engaño. Los verdaderos seguidores de Jesucristo están constantemente vigilantes para evitar caminos de hipocresía que debilitan nuestro testimonio del Señor y contradicen Su Buena Nueva, que es noticia real y verdadera, no noticia falsa o ficticia.
Jesús es el camino, la verdad y la vida. No guardar el octavo mandamiento puede significar que nos hemos extraviado, nos hemos ahogado en mentiras y estamos muertos. Si no hay verdad, no hay paz, amor o vida.
Estoy convencido de que podemos aprender algo de Pinocho.