¿Adónde se fue esta Cuaresma? Ya estamos acercándonos a la Semana Santa ¡y a la celebración de los días más solemnes del año litúrgico de la Iglesia!
A partir del Domingo de Ramos, acompañamos a Jesús durante su última semana en la tierra, preparándonos para la celebración de su Resurrección el Domingo de Pascua. Una de las cosas más hermosas de la liturgia de la Iglesia, especialmente durante la Semana Santa, es que podemos participar en los acontecimientos reales del Misterio Pascual a medida que suceden. En las liturgias de los tres días que preceden el Triduo Pascual, que comienza el Jueves Santo, encontramos dos figuras centrales en las lecturas del Evangelio en la Misa: Jesús y Judas. Los pasajes del Evangelio nos llevan a reflexionar sobre la traición de Judas a Jesús, y las diferentes maneras en que también nosotros traicionamos a Jesús en nuestras propias vidas. Anticipamos el momento en que Judas se aleja definitivamente del Señor y percibimos el amargo sabor de su angustia y oscuridad. El lunes de la Semana Santa, Judas se queja del hermoso gesto de ternura que María de Betania prodiga a Jesús, diciendo que el costoso aceite que utiliza para ungir los pies de Jesús podría haber tenido mejor uso que esta expresión derrochadora de su amor por Jesús.
El martes, leemos y reflexionamos sobre una escena de la Última Cena en la que Jesús predice la traición de Judas y la negación de Jesús por parte de Pedro esa misma noche.
Finalmente, el miércoles, la Iglesia nos ofrece el pasaje en el que Judas arregla la traición de Jesús a cambio de treinta monedas de plata. Estos son los acontecimientos sobre los que se nos invita a reflexionar mientras nos preparamos para iniciar nuestras conmemoraciones del Misterio Pascual el Jueves Santo, el Viernes Santo, el Sábado Santo y el Domingo de Resurrección.
¡Qué contrastes tan significativos! Y qué recordatorio tan importante. La forma en que la Iglesia yuxtapone estos acontecimientos es un recordatorio de por qué el Misterio Pascual es tan necesario. Se nos muestra que los sucesos del Triduo Pascual no son sólo el resultado del acto de traición de Judas, sino también la respuesta de Dios al mismo. Cada día de nuestras vidas, tú y yo traicionamos al Señor con nuestros pecados.
Rechazamos el amor del Señor por nosotros y decidimos que queremos hacer las cosas a nuestra manera y para nosotros mismos en lugar de hacerlas para el Señor y para los que nos rodean. Si nos dejamos llevar, caemos tan fácilmente como lo hizo Judas. Cada día nosotros mismos decidimos que hay cosas más importantes en nuestras vidas que nuestro amor por Dios. Cedemos a la tentación, eligiendo la oscuridad en lugar de la luz de Cristo. Procuramos avanzar buscando nuestra propia gloria, aunque eso signifique que el Señor deba pasar a un segundo plano.
Es precisamente por estos pecados por lo que necesitamos un Salvador.
La Muerte de Jesús en la Cruz es la respuesta de Dios a nuestras traiciones. Entregó su vida en la Cruz porque nos ama, incluso en nuestro pecado. Nos redime, nos ofrece el perdón y nos invita a una vida nueva, con una amistad renovada. Judas podría haber recibido este don de la misericordia de Dios, porque si se hubiera arrepentido de su traición, Jesús lo habría aceptado con los brazos abiertos. En cambio, Judas se rindió a la desesperación y creyó en la mentira de que su pecado nunca podría ser perdonado; que Jesús había dejado de amarlo por la gravedad de su traición.
Esta fue la mentira máxima del maligno y la caída de Judas. Aprovechemos que se nos da la oportunidad de hacer lo que Judas no se atrevió a hacer. Reconozcamos la verdad de que no hay pecado que nos ponga fuera del alcance de la misericordia de Dios. Debemos permitir que el Señor nos ame incluso cuando lo hayamos negado y traicionado. Podemos ser renovados por la misericordia de Dios en lugar de ceder a la desesperación y rendirnos a las tinieblas.
Al iniciar la Semana Santa, los invito a que, con la ayuda de la gracia de Dios, renueven su confianza en la misericordia de Dios expresada en estos misterios salvíficos.
Participa en estas sagradas liturgias con la humilde conciencia de tu propia necesidad de la misericordia de Dios y permite que te transformen, para que la Resurrección del Señor pueda producir una verdadera renovación y una experiencia de vida nueva.