El 19 de abril de 1995, el miércoles después de la Pascua, una bomba estratégicamente colocada al frente del edificio federal Murrah en el centro de Oklahoma City, apagó las vidas de 168 personas, muchos de ellos niños que se encontraban en la guardería del edificio. La bomba alarmó a la nación, especialmente cuando nos enteramos de que se trataba de un caso de terrorismo doméstico. Se trataba del ataque de terrorismo doméstico más terrible en la historia de nuestra nación.
Las heridas que el bombardeo nos dejó eran irreparables. Por semanas, hombres y mujeres hurgaban entre los escombros en busca de cuerpos con vida. Las procesiones de los funerales, algunas de ellas de millas de largo, se multiplicaban por toda la ciudad. El montón de ruinas del edificio sirvieron como claro recordatorio del poder inmenso de la violencia. El mundo entero puso sus ojos en Oklahoma y se preguntaba cómo podría esta ciudad superar la devastación física, emocional y espiritual que había vivido.
Muchos recuerdan lo que pasó después. Una ciudad más compasiva y generosa emergió de la destrucción. Una expresión sin precedentes de amor y simpatía le recordó al mundo que el odio nunca debe tener la última palabra. De las ruinas nació el “Oklahoma Standard”. Miles hicieron filas para donar sangre; las iglesias se llenaron con personas deseosas de orar; la ayuda financiera se hizo presente para apoyar a las víctimas y sus familias.
Al conmemorar otro aniversario del bombardeo en Oklahoma City, recordamos las vidas que se perdieron; a los sobrevivientes que aun llevan consigo las cicatrices; a los que se dedicaron generosamente a sanar nuestros corazones y a todos aquellos que fueron afectados en aquel día.
Para sorpresa de muchos, la Ciudad de Oklahoma City tomó la decisión de reinventarse después del bombardeo, de convertirse en una comunidad mejor y más fuerte. A la gente de Oklahoma City se le puso una prueba muy cruel, pero no permitió que sus corazones se dieran por vencidos, o que el odio tuviera la última palabra. La única explicación para esto es la gracia de Dios.
El edificio memorial del bombardeo es un lugar sombrío, pero también hermoso, y les recomiendo que hagan una visita este mes, para recordar y para orar. Solo cruzando la calle, en la parroquia de San José Antigua Catedral (que fue terriblemente dañada por la bomba), se encuentra una emotiva estatua de Jesús llorando por los sufrimientos de su pueblo. Esta estatua es un buen lugar para detenerse y recordar, y quizá para orar la Coronilla de la Divina Misericordia. Ese lugar sagrado es un testamento de la misericordia de Dios en medio de la violencia y el pecado.
Al tiempo que avanzamos en el tiempo de Pascua, se darán cuenta que el Señor le enseña a sus discípulos muchas veces las heridas de su crucifixión. Las cicatrices de sus manos, sus pies y su costado eran prueba de que había, de hecho, sufrido la muerte, pero que había sido resucitado por el Padre.
Hoy en día, aun veneramos las heridas de Jesús; que nos recuerdan lo que él sufrió para salvarnos del silencio de la muerte eterna.
De la misma manera, Oklahoma City no ha olvidado las heridas que aun lleva consigo después de los violentos actos del 19 de abril. Por el contrario, los “oklahemenses” reconocemos las muchas pérdidas que sufrimos y el camino de vida que hemos elegido, yendo hacia arriba y hacia adelante, hacia la luz. Nuestras heridas nos unen a Jesús.
Que las almas de todos los que murieron en el bombardeo descansen en paz eternamente. Y que aquellos que los amaron y aun los siguen llorando encuentren la paz y el consuelo. Recordamos.