Otra jornada de Cuaresma ha terminado con la gozosa celebración de la resurrección de Jesucristo en la Pascua. La Cuaresma nos ha dado la oportunidad de reflexionar sobre nuestra más profunda identidad como seres humanos, como hijos de Dios y, particularmente, como católicos.
Nos ha recordado que somos polvo, formados del barro de la tierra, y que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Tenemos dignidad. Nos ha recordado también que somos creaturas caídas en necesidad de redención y sanación. Nos ha ayudado a reconocer que, debido al pecado, nos hemos convertido en vasijas mal formadas. Durante la cuaresma, nos preparamos para el gozo de la Pascua poniéndonos en las manos del alfarero una vez más, para que corrija las imperfecciones.
Como dice Jeremías, “la vasija que estaba haciendo se estropeó… y volvió a empezar otra, transformándola en otra vasija diferente, como mejor le pareció al alfarero” (Jer 18,4). Si la Cuaresma nos hizo conscientes de nuestra debilidad, la Pascua renovará nuestro gozo de saber que podemos ser hechos de nuevo en las manos de Jesucristo, el maestro alfarero.
Uno de mis episodios favoritos de la Pascua es el último capítulo del Evangelio de San Juan (Juan 21). El Señor resucitado se encuentra con un grupo de sus discípulos a las orillas del Mar de Galilea. Después de haber pescado sin éxito toda la noche, Jesús se les reveló a través de una pesca milagrosa. Al saltar a tierra, vieron que Jesús había encendido una fogata y estaba preparándoles el desayuno.
La imagen de una fogata es solo mencionada dos veces en los evangelios. Una es en el capítulo 18 del mismo evangelio de San Juan, inmediatamente después de la aprehensión de Jesús y en el mismo lugar en el que Pedro lo negó tres veces. La segunda ocasión es precisamente en este episodio de su encuentro con el Señor resucitado a las orillas del mar de Galilea (Juan 21)
De alguna manera, nuestro camino de Cuaresma es una caminar por la primera fogata, donde reconocemos las muchas maneras en que hemos fallado siguiendo a Jesús y reconocemos nuestros pecados.
Reconocemos nuestra necesidad del perdón porque, al igual que Pedro lo negó tres veces, lo hemos negado nosotros muchas veces con nuestras acciones y omisiones. La Cuaresma nos reúne alrededor de la primera fogata y nos confronta con nuestros pecados.
Afortunadamente existe una segunda fogata, una que el Señor mismo ha encendido, y a donde nos pide que le acompañemos. Al reunirnos en torno al fuego Pascual en la Vigilia para comenzar la celebración de la Pascua, se nos invita a comprometernos de nuevo en amor y discipulado.
Jesús le preguntó tres veces a Pedro junto a una fogata, “¿me amas?” Seguramente este fue un duro recuerdo de las tres veces que Pedro lo había negado junto a otra fogata. La pregunta suena simple en español, pero en griego, el lenguaje en el cual el evangelio fue escrito, su significado y propósito eran bastante significativos. Jesús utilizó la palabra “agape”, la cual es una de las maneras de expresar amor en griego. Pero agape es un amor particular. No es un amor erótico, ni un amor de amistad. Es un amor que requiere sacrificio, una total donación de uno mismo.
En la vigilia Pascual, nos reunimos en torno al fuego de la pascua para meditar en el amor total y sacrificial de Dios por nosotros. ¿Cómo responderemos? Al encontrar ese amor, nosotros, al igual que Pedro, somos invitados a renovar nuestro compromiso de ir y hacer discípulos. Nos espera para amarnos como necesitamos ser amados. Nos espera como esperó a Pedro. Su pregunta será la misma: “¿me amas?”
Que el Señor nos dé la gracia de, después de haber pasado por el fuego de la cuaresma, responder con fervor y una fe renovada a su pregunta, “¿me amas?” De nuestra respuesta dependerá la manera en que el alfarero nos reconstruya durante este tiempo de Pascua.