A estas alturas, supongo que la mayoría de nosotros nos hemos preguntado o nos han preguntado: “¿A qué estás renunciando en esta Cuaresma?” Este es un tema muy popular en los entornos católicos, en las familias católicas, en los grupos de amigos e incluso entre los sacerdotes.
La pregunta llega al centro de nuestra práctica cuaresmal: el sacrificio.
Para los católicos, de hecho, para todos los cristianos, el sacrificio es el centro del culto. En el sacrificio de la Misa, adoramos al Padre a través del sacrificio de Jesús en la Cruz. Pero san Pablo también nos exhorta: “por la misericordia de Dios, que se entreguen ustedes mismos como sacrificio vivo y santo que agrada a Dios: ése es nuestro culto espiritual” (Romanos 12,1).
Nuestro sacrificio cuaresmal debe estar orientado a este culto auténtico “en espíritu y en verdad”, al que Jesús nos llama. Una confusión frecuente en Cuaresma es centrarse en el sacrificio en sí, sin situarlo en el contexto más amplio de nuestra relación con Dios Padre y con los demás.
Renunciar a algo puede revelar un vacío, frecuentemente experimentado por quienes solemos tener más de lo que necesitamos, y debe abrirnos los ojos para ver las necesidades de los demás y la presencia de Dios siempre con nosotros.
Permítanme sugerirles tres necesidades específicas por las que pueden ofrecer su sacrificio cuaresmal en este tiempo.
En primer lugar, el tiempo de Cuaresma está propiamente dedicado a los catecúmenos, los que se preparan para el Bautismo. En la Iglesia antigua, los que iban a ser bautizados en la Pascua ayunaban durante un tiempo antes de su iniciación completa, y la comunidad de creyentes se unía a ellos en su ayuno para prepararse para la efusión de la gracia. La Iglesia sigue acompañando a los catecúmenos que se preparan para el Bautismo en la Vigilia Pascual, en un período de purificación e iluminación. Debemos tener presentes a los catecúmenos de todo el mundo, al ofrecer nuestros sacrificios durante la oración, el ayuno y al dar limosna.
En la Arquidiócesis de Oklahoma City, tenemos más de 700 catecúmenos que se preparan para el Bautismo y son candidatos que serán recibidos en comunión plena con la Iglesia Católica. Los conocimos y les dimos la bienvenida en el Rito de Elección en el Santuario del Beato Stanley Rother el Primer Domingo de Cuaresma.
Los invito para que se unan a mí en la oración por ellos en esta Cuaresma. Podemos extender esta intención y ofrecer nuestros sacrificios cuaresmales por los miles de niños que se confirmarán o recibirán la Primera Comunión durante este tiempo de Cuaresma y el próximo tiempo de Pascua, por los dos jóvenes que ordenaré sacerdotes este verano y por los 20 que ordenaré diáconos permanentes este otoño.
En segundo lugar, sugiero que ofrezcamos nuestros sacrificios y oraciones cuaresmales por los muchos afectados por las guerras y los conflictos violentos alrededor del mundo. Las noticias tienden a centrarse en los graves conflictos internacionales de Ucrania e Israel, pero sabemos que hay muchos más conflictos violentos alrededor del mundo.
Las guerras civiles en Myanmar y Sudán, las disputas territoriales en Asia y Medio Oriente, la violencia criminal en México y la inestabilidad política en innumerables países de todo el mundo afectan a cientos de millones de personas.
Aunque no podamos detener las guerras nosotros mismos, podemos ofrecer nuestros sacrificios en oración con las palabras del profeta Isaías: “¿No saben cuál es el ayuno que me agrada? Romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libres a los oprimidos, y romper toda clase de yugo?” (Isaías 58,6).
Nuestros sacrificios se convierten en testimonio de nuestra fe en la Resurrección, que no da lugar a disputas violentas por los bienes del mundo. Recemos para que quienes perpetran tales injusticias y violencia vean el verdadero bien revelado por Jesús en su Sacrificio Pascual.
Por último, los animo para que recuerden a sus propios familiares y amigos. ¿Quién de ellos necesita una efusión del espíritu de arrepentimiento y de la gracia de la conversión? Debemos recordar especialmente a estos seres queridos durante el tiempo de Cuaresma, los que se han alejado de Dios o han sido apartados de Él por las tentaciones del mundo, de la carne o del demonio.
La celebración de la Pascua para la que nos estamos preparando proclama que Jesucristo es el vencedor del pecado y de la muerte. El poder del Espíritu Santo es transformador y puede ablandar hasta los corazones más duros.
En la noche anterior a su crucifixión, Jesús suplica por todos aquellos que el Padre le ha dado: “Yo quiero que allí donde estoy yo, estén también conmigo y contemplen la gloria, que tú me diste, porque me amabas antes que comenzara el mundo” (Juan 17,24). Ofrecemos nuestros sacrificios cuaresmales en unión con esa oración de Jesús, para que no se pierda ninguno de los que le han sido entregados.
Al acercarse la Pascua, pidamos a María, nuestra Madre, que a lo largo de este tiempo nos recuerde a quienes se benefician de nuestros sacrificios. Que Cristo sea alabado, adorado y venerado por todos los que se sacrifican durante este tiempo de Cuaresma.