El 28 de agosto celebramos la festividad de uno de los santos más intrigantes y conocidos del calendario: San Agustín; fruto de la Iglesia del siglo IV.
Aunque proviene de una remota periferia cristiana al norte de África, ha influido en el desarrollo del pensamiento católico desde su época hasta nuestros días. Podemos reconocer el alcance de su influencia observando el número de veces en las que el papa Benedicto XVI se refirió a él al tratar temas de actualidad. San Agustín ha sido un hombre para todos los tiempos.
En su juventud, Agustín era un estudiante brillante cautivado por la vida mundana. Probó los frutos placenteros de sus pasiones mientras buscaba una vida de ascenso, privilegio y éxito.
Pero, incluso con todos sus logros, se hastiaba y seguía inquieto. Quería ser famoso por su inteligencia y, al mismo tiempo, ser conocido como un hombre de ciudad. Su caos interior se resolvió cuando aceptó la fe católica y fue bautizado por san Ambrosio de Milán. Atribuyó su conversión al poder de la gracia de Dios que actuó a través de la Sagrada Escritura y a las oraciones perseverantes de su fiel madre, santa Mónica.
Tras su conversión, san Agustín vivió en Hipona, al norte de África, donde se convirtió en obispo. Puso sus grandes talentos al servicio de su fe y se hizo famoso en todo el mundo cristiano por la sabiduría expresada en sus vastos escritos.
Sus razonamientos y explicaciones han servido de base para la reflexión teológica sobre casi todos los aspectos del pensamiento cristiano.También escribió su primera autobiografía llamada “Confesiones” que se convirtió en el libro más popular del mundo cristiano – después de la Biblia – por más de mil años.
El pensamiento de Agustín se ha ganado una injusta reputación entre muchos por ser demasiado negativo, especialmente en lo referente a la sexualidad humana. Es cierto; es cauteloso a la hora de consentir la bondad natural de nuestros instintos humanos, lo cual es comprensible porque él mismo experimentó el poder del pecado.
Sin embargo, en comparación con la cruda realidad de nuestro tiempo, en la que los profesionales de la medicina aconsejan la mutilación y esterilización de niños en pos de una identidad de género imaginaria, el sombrío Agustín parece cada vez más sobrio y realista.
Su gran perspicacia era paralela a la de san Pablo. Al igual que Pablo, siempre era la persona más inteligente del lugar. Pero, cuando dependía sólo de sus propias habilidades, éstas lo llevaban a la ruina y a la frustración de su ambición. No fue hasta que empezó a adaptar su vida al Evangelio, cuando se entregó a Cristo, que comenzó a realizar la promesa que era suya.
Como bien lo dijo san Pablo, llegó a ser él mismo al entregarse a Jesús. Hemos sido creados a imagen y semejanza del otro; y sólo cuando nos entregamos a los demás nos convertimos en aquello para lo que hemos sido creados. Cuando Agustín se entregó a la voluntad de Dios, encontró la felicidad que buscaba. Tal como lo escribió en “Confesiones”: “Nos creaste para Ti, y está inquieto nuestro corazón hasta que descanse en Ti”.
Murió en el año 430, cuando la seguridad y la estabilidad del Imperio Romano se desmoronaban. Y aun así, en medio del fracaso de la política, él confiaba en el plan de Dios. Gracias a la fuerza de su fe, Agustín sabía que Dios sólo acababa de empezar.
A pesar de la oscuridad del momento, sabía que era el preludio del amanecer. Su confianza llena de esperanza puede animarnos en nuestro tiempo.
Por último, después de 35 años de obispo en Hipona, en el último año de su vida, san Agustín tenía tres prioridades principales como cabeza de la Iglesia (según el biógrafo Peter Brown). Tenía que encontrar sacerdotes que hablaran la lengua nativa de las tribus bereberes que se estaban convirtiendo a la fe.; necesitaba recaudar fondos para construir aulas que sirvieran para atender a los jóvenes de sus crecientes parroquias; y tenía que comenzar un programa de educación y certificación para aquellos que eran los educadores de la fe. ¡No ha cambiado mucho la vida de un obispo!
San Agustín es el campeón de los corazones inquietos que ansían conocer la vida en Cristo. Su pasado no lo descalificó del amor de Dios; y no nos descalificará a ninguno de nosotros cuando acudamos a Él. San Agustín es un gran testimonio de esperanza para todos nosotros.