Dios nos ama. Esta es una verdad eterna y perdurable, pase lo que pase. Dios siempre está tratando de acercarnos a él e invitándonos a vivir unidos a él, vivir en comunión con él. A través de él también encontramos el camino principal y mejor para estar más cerca los unos de los otros. En conclusión, para Dios, lo importante son nuestras relaciones.
Las amistades y la comunión amorosa nacen de la libertad y nunca se imponen ni se exigen de manera forzosa.
La Cuaresma es un buen momento para hacer una pausa, y si has sido bendecido con algo de tiempo extra, incluso detenerte por completo de nuestras carreras diarias y examinar el estado de estas relaciones. La forma en que manejamos nuestras relaciones dice algo sobre nosotros.
Comenzando desde el libro de Génesis y toda la Biblia hasta el libro de Apocalipsis, encontramos la historia del amor de Dios y su deseo de constantemente buscarnos para establecer, o renovar, una relación de amor con nosotros.
Los momentos especiales en la relación continua de la humanidad con Dios se conocen como alianzas divinas. Cuando esa relación va bien, existe una buena posibilidad de que todas las demás relaciones también salgan bien. La Eucaristía es nuestra celebración de como Jesús cumplió y realizó la nueva alianza.
La nueva alianza de amor, realizada por la pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesús, los misterios pascuales, se celebra continuamente en cada Eucaristía porque Jesús nos pidió: “Hagan esto en memoria mía”. Para comprender y apreciar mejor esta nueva alianza y la presencia amorosa del Señor en la Eucaristía, una mirada a las alianzas anteriores celebradas en el Antiguo Testamento puede ser muy útil.
Una mirada a la alianza divina entre Dios y Abrahán nos ayudará a comprender mejor lo que sucedió el Viernes Santo y lo que se nos adelantó el Jueves Santo en la Última Cena, nuestra primera Eucaristía.
El texto clave se encuentra en Génesis 22: 1-19, La prueba de Abraham, también conocido como el sacrificio de Isaac. Los invito a abrir su Biblia para orar y reflexionar sobre este pasaje. Vea por qué nos referimos a Abraham como nuestro padre en la fe; Vea su amorosa obediencia y su esperanza en Dios. Vea al padre que valora y aprecia tanto la relación entre Dios y la humanidad que, después de que su hijo carga con la madera cuesta arriba, está dispuesto a sacrificarlo y derramar su sangre, para poder mantener vigente la relación de amor, la alianza con Dios.
El final es hermoso. Dios le proporciona a Abraham un carnero para el sacrificio. Muchos años después, Dios proveerá a su propio hijo, Jesús, quien lleva el madero de la cruz hasta la cima del Calvario, derrama su sangre y se sacrifica por la nueva y eterna alianza. Una alianza anticipada el Jueves Santo cuando, por primera vez, Jesús tomó pan y vino y nos dio su cuerpo y sangre.
Las alianzas divinas nos acercan a Dios y, a través de la Eucaristía, nuestra celebración de la nueva y última alianza, nuestra relación de amor con Dios se fortalece, renueva y reafirma.
La Eucaristía, la más perfecta de todas las alianzas divinas, es la cumbre y la fuente de nuestra existencia cristiana diaria. La Eucaristía nos hace quienes somos, miembros del Cuerpo de Cristo, unidos y en comunión con Dios y entre nosotros a través de la presencia real y vivificante de Cristo. ¡La Eucaristía hace a la Iglesia!
Se trata de nuestras relaciones con Dios y unos con otros en Cristo. Lo mejor para nosotros, aquí en la tierra, será nuestra plena participación en todas y cada una de las Eucaristías que celebramos. Sí, es posible encontrar signos de la Eucaristía en el Antiguo Testamento.
Visite a Jesús en el sagrario y agradézcale por este hermoso regalo de la nueva alianza y su presencia real.
“Señor Jesús, gracias por esta nueva alianza que nos diste con tu vida. Gracias por tu presencia real aquí en la Eucaristía. Gracias por la hermosa amistad que nos ofrece a todos y cómo, a través de ti Señor, somos una Iglesia. Ayúdame a cumplir mi parte de las responsabilidades de la alianza y gracias por haber cumplido con las tuyas. Amén."