Entrevista al filósofo Rodrigo Guerra, recién nombrado Secretario de la Comisión Pontificia para América Latina (PCAL)
El profesor y filósofo mexicano Rodrigo Guerra, fundador del Centro de Investigación Social Avanzada, CISAV, fue nombrado por el Papa Francisco como Secretario de la Comisión Pontificia para América Latina (PCAL). Al conceder su primera entrevista tras su nombramiento, una serie de interrogantes le han sido planteadas por Aleteia
¿Quién es este laico que ocupará el más alto rango en la estructura de la jerarquía vaticana? ¿Qué podemos esperar con su arribo a Roma? ¿Cuál podrá ser su misión en esta Comisión que durante un par de décadas estuvo a cargo, hasta 2019, del uruguayo Guzmán Carriquiry? Sobre todo, ¿qué representa su llegada a Roma para la Iglesia de una región, América Latina y el Caribe, que agrupa a poco más del cuarenta por ciento de los católicos del mundo?
– El Papa Francisco te ha nombrado Secretario de la PCAL. De este modo, al parecer te conviertes en el laico con más alta posición dentro de la estructura de la Iglesia católica. ¿Qué significa esto para ti?
Primero que nada, agradezco al Santo Padre la confianza que conlleva este nombramiento. De repente me descubro enormemente limitado pero lleno de confianza en que Jesús llama cuando quiere y cómo quiere al seguimiento y al servicio. Y el llamado no es a los mejores, sino muchas veces a los más frágiles, que habiendo tocado fondo, se confían a la misericordia divina.
En el Vaticano existen, en efecto, laicos que colaboran como subsecretarios y como asesores. Hasta donde sé, sólo Guzmán Carriquiry, mi querido amigo y predecesor, ha ocupado un puesto de Secretario. Es un honor poder trabajar donde él ha entregado su vida. Espero que la próxima reforma de la Curia romana permita que más laicos participen en este tipo de responsabilidades por el bien de la Iglesia.
– Para el trabajo que has realizado, la teología y la vida espiritual son indispensables. ¿Cómo describirías tu perfil en estos campos?
Mi formación teológica es totalmente silvestre. Poco después de que me había convertido, hacia los 17 años, a través de un grupo de queridos amigos, recibí una educación cristiana fuertemente voluntarista, que deforma gravemente la mente y el corazón. Agradezco a Dios que conocí a los padres José Pereda Crespo– fundador de los Siervos de Jesús – y a los padres Siervos de Jesús Ricardo Aldana y Andrés Balvanera. Este último, al terminar mi licenciatura en filosofía en 1989, me regaló los siete volúmenes de “Gloria”, escritos por Hans Urs von Balthasar. Luego estudié los libros “gordos” del jesuita Henri de Lubac.
Posteriormente, me incliné hacia la teología moral. Tomé clases con monseñor Caffarra, estudié con cuidado la controversia con la moral de situación. Hacia 1993, Rocco Buttiglione me invitó a estudiar con atención a Gustavo Gutiérrez y al jesuita Juan Carlos Scannone. A ambos los conocería personalmente años después. En espiritualidad creo que lo más decisivo ha sido mi encuentro con la Liturgia de las Horas, con la Fraternidad de Comunión y Liberación, con las obras de Slawomir Biela, con los Ejercicios ignacianos y con el mensaje que la Virgen de Guadalupe le comparte a San Juan Diego.
– Hace algunos años, respondiste públicamente las dudas (“dubia”) que cuatro cardenales presentaron ante la publicación de la Exhortación “Amoris laetitia”. La controversia en torno al Magisterio del Papa Francisco no ha cesado. ¿Qué has aprendido de todo lo que ha sucedido?
Para mí fue muy dolorosa la controversia en torno a “Amoris laetitia”. Mi querido maestro, el cardenal Caffarra, se molestó mucho cuando supo que yo había publicado una respuesta teológico-filosófica a sus cuestionamientos. Gracias a Dios, Rocco Buttiglione, monseñor Víctor Manuel Fernández, el cardenal Schönborn y tu servidor escribimos ensayos que en su conjunto resultan sinérgicos y complementarios.
Creo que el principal aprendizaje de este asunto fue precisamente que debajo de una aparente discusión doctrinal, en realidad, la cuestión de fondo, es un asunto de fe. El ministerio del Sucesor de Pedro es un misterio que rebasa por mucho quién es el hombre elegido. El Papa, sea quien sea, realmente es Pastor Universal de la Iglesia y signo permanente de unidad eclesial, como nos enseña el Catecismo.
Si de manera tácita o explícita ponemos en cuestión su papel, rápidamente el subjetivismo gnóstico nos devora, aunque maquillemos los discursos con la palabra “Tradición”, con una lectura parcial y tendenciosa de las obras de Benedicto XVI o con apelaciones fragmentarias al Magisterio preconciliar. Esta lección, a mi parecer, aplica en tantas otras cosas que han sucedido: el sínodo panamazónico, Laudato si´, o el muy reciente documento “Traditionis custodes”. Con ropaje doctrinal, muchas veces se ocultan en lo profundo, actitudes del corazón y vanidades sutiles y no tan sutiles.
– ¿Qué podemos esperar de la relación entre PCAL, CELAM y Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR) con tu llegada como Secretario?
El Papa Francisco busca que vivamos en la Iglesia bajo el esquema de “pirámide invertida” y dentro de una dinámica de verdadera sinodalidad. Estas no son meras palabras ni ocurrencias. Son una forma pedagógica y metodológica de afirmar la importancia de vivir al estilo de Jesús, las diferentes responsabilidades eclesiales. La sinodalidad es una dimensión constitutiva de la Iglesia que es preciso recuperar con radicalidad. Todos somos convocados por Jesús a caminar juntos, desde nuestra particular vocación y ministerio.
La PCAL, con la guía del Santo Padre y del cardenal Marc Ouellet, más que nunca debe ser un espacio de servicio y no un estorbo. Hubo épocas, hace muchos, muchos años, en que la PCAL fue un dolor de cabeza para el CELAM y para la CLAR. Hoy todos tenemos que aprender una nueva actitud de servicio samaritano. La PCAL debe ser “diakonía” antes que burocracia, debe ser puente y no muro, debe ser una forma en que los obispos, los consagrados y los fieles laicos han de poder encontrarse realmente y a profundidad, con la mente y el corazón del Santo Padre. Así mismo, tiene que ser un lugar en que la pluriforme vida de la Iglesia latinoamericana y caribeña, debe poder hallar expresión, abrazo cercano y comprensión sincera.
– Para la Iglesia en México, tu nombramiento debe ser motivo de gran alegría y orgullo. Nunca antes un laico mexicano había sido nombrado para un puesto similar. ¿Qué te llevas de tu experiencia con los obispos mexicanos?
A través de los años he vivido cosas muy diversas al trabajar cerca de la Conferencia del Episcopado Mexicano. Hubieron épocas, en torno al año 2000, de graves difamaciones y calumnias. El tiempo ayuda a serenar los ánimos y a que las cosas encuentren su lugar. Me llevo ante todo un profundo sentimiento de agradecimiento al cardenal Carlos Aguiar, quien ha sido un amigo entrañable durante más de veinte años y aún en momentos de dura prueba y dolor; pienso de inmediato en monseñor Christophe Pierre, un verdadero maestro de prudencia pastoral y diplomacia evangélica; en monseñor Alfonso Cortés, obispo inteligente y bueno siempre preocupado por la educación; en monseñor Faustino Armendáriz, que ayudó a salvar al CISAV en momentos de crisis; y en monseñor Fidencio López que desde que era mi párroco me mostró que la misericordia es camino. Pienso en monseñor Rogelio Cabrera y en el cardenal Robles, que confiaron en CISAV aún en escenarios delicados. Recuerdo a algunos que ya se fueron: Don Sam (don Samuel Ruíz), Don Arturo Lona, Don Sergio Obeso, el Padre-obispo Talavera, Don Jacinto Guerrero y monseñor Chávez Joya.
Pero a quien más me llevo en el corazón es a monseñor Mario de Gasperín, maestro, pastor y amigo que con enorme paciencia ha acompañado todo tipo de proyectos y trabajos en los que me he visto involucrado en los últimos 24 años. Su paternidad me ha educado en la verdad y en la caridad, en el discernimiento y en la acción, en la oración y en el estudio. Gracias a él he conocido a buenos amigos, como tú, Jaime Septién. A él le debemos tantas cosas, que sería muy largo enumerarlas. Dios le de una larga vida. Tal vez tú, un día, puedas escribirlas para que otros descubran cómo un buen sacerdote puede dar fruto siempre, aún sembrando en terrenos pedregosos, como tú y como yo.