Pentecostés es el cumpleaños de la Iglesia. Mientras escribo esta columna en anticipación al Domingo de Pentecostés, he estado reflexionando sobre la presencia y el poder del Espíritu Santo que ha producido frutos tan abundantes en la vida de esta iglesia local. ¡Hemos sido bendecidos de muchas maneras!
En esta gran fiesta, que concluye el tiempo de Pascua, celebramos el derramamiento del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y aquellos discípulos que se habían reunido en oración después de la Ascensión de Jesús al cielo.
Cuando el Padre derrama el Espíritu Santo sobre los discípulos de Jesús, derrama su vida y amor en sus corazones. También nos entrega la misión de Jesús, quien por la presencia y el poder del Espíritu Santo se convierten en sus manos, sus pies, sus ojos y su corazón para extender la oferta de la misericordia de Dios a todos.
El Espíritu Santo es la fuente de la vida divina y la energía espiritual que impulsa toda la actividad misionera de la Iglesia. Es el Espíritu Santo el que permite que los ministerios y apostolados de la Iglesia produzcan abundantes frutos. "Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia." (Mt 28, 19-20).
Mientras que el día de Pentecostés iniciaba la evangelización de las naciones, San Juan Pablo II dirigió nuestra atención insistentemente hacia la necesidad de un nuevo Pentecostés en nuestro tiempo. Lo que necesitamos hoy es un nuevo Pentecostés para una nueva evangelización. Necesitamos un nuevo fervor misionero que aviva las llamas de la fe que apenas resplandecen pues se ha enfriado en muchos corazones. Durante muchos años, esta ha sido mi oración diaria como sacerdote y obispo, “Concédenos Señor un nuevo fervor misionero.”
Veo evidencia de este nuevo Pentecostés en varios frentes. Es evidente en el renovado interés en las vocaciones y en nuestros ocho nuevos seminaristas que comenzarán la formación sacerdotal en el otoño. Veo evidencia en la multiplicación de grupos de discipulado en la arquidiócesis. La demostración más clara de esta obra del Espíritu Santo fue evidente en la extraordinaria beatificación del Beato Stanley Rother, que celebramos este otoño pasado.
Aquellos que estuvieron presentes nunca olvidarán ese día. El testimonio del Beato Stanley continuará siendo un estímulo de fe y una fuente de poderosa intercesión para nosotros y para toda la Iglesia.
También hemos embarcado en una histórica campaña capital arquidiocesana llamada "Una Iglesia, Muchos Discípulos" que nos ayudará a crecer juntos en una experiencia de comunión y misión mientras nos preparamos para un futuro lleno de esperanza. Ya, la respuesta a la campaña ha sido tremenda.
Muchas de estas iniciativas son el fruto de esfuerzos que comenzaron hace años. Hace cinco años, articulamos una visión que se expresó en una carta pastoral llamada "Vayan y Hagan Discípulos". Presentó un plan de cinco años enfocando nuestros esfuerzos en tres prioridades del ministerio: Nueva Evangelización, Formación en la Fe y Ministerio Hispano. Ahora estamos en el proceso de discernir hacia dónde el Espíritu Santo está guiando a la Iglesia a medida que enfrentamos los próximos años.
Así como los discípulos se reunieron en oración mientras esperaban el primer Pentecostés, estoy haciendo un llamado para que todos nos unamos en oración por un nuevo Pentecostés para la Iglesia en esta arquidiócesis. Por favor, únanse a mí para orar por la guía y una nueva efusión del Espíritu Santo en el desarrollo de nuestro Plan Pastoral Estratégico 2030. Necesitamos la sabiduría del Espíritu Santo, para que podamos escuchar lo que el Señor le está diciendo a la Iglesia hoy.
Por favor, conviértase en un miembro del equipo de oración de intercesión que se compromete a orar diariamente por el éxito de nuestro esfuerzo de planificación pastoral. ¡Ven, Espíritu Santo!