El pasado 17 de julio, viajé en autobús junto con 200 peregrinos de la arquidiócesis de Oklahoma City para asistir al X Congreso Eucarístico Nacional en Indianápolis. En el 2021, mis hermanos obispos y yo decidimos celebrar este Congreso Eucarístico Nacional en el marco de los tres años del Avivamiento Eucarístico.
En ese entonces, era difícil imaginar cómo sería, ya que celebraríamos el primer Congreso Eucarístico Nacional en los Estados Unidos en más de 80 años. Pero el acontecimiento que presenciamos en Indianápolis ¡superó todas las expectativas! Fue una celebración de gran intensidad y júbilo en torno a la riqueza de nuestra fe Católica y a la vitalidad de la Iglesia en nuestra nación.
Durante la primera noche, miles de participantes se arrodillaron en adoración mientras los representantes de las cuatro rutas nacionales de peregrinación, que habían recorrido el país, convergieron en el Lucas Oil Stadium portando la Eucaristía desde los cuatro puntos cardinales de nuestra nación; y fue ante el Santísimo Sacramento, que el obispo Andrew Cozzens oró por la sanación y renovación.
A lo largo del congreso, ponentes de todo el mundo dieron testimonio del significado del Misterio Eucarístico en sus vidas y en la vida de la Iglesia.
Por último, el domingo, el cardenal Luis Antonio Tagle, delegado pontificio, celebró una Misa en el Lucas Oil Stadium, a la que asistieron unas 60,000 personas, entre ellas cerca de 1,000 sacerdotes y varios centenares de mis hermanos obispos.
Se trataron varios temas a lo largo del Congreso, pero quiero destacar tres que surgieron con notable claridad: Unidad, sanación y la misión.
En una nación y un mundo divididos por la política, la economía y las ideologías, la Eucaristía es el centro y fuente de unidad para la Iglesia y el mundo. Nuestra fe en la presencia de Jesucristo que habita sacramentalmente entre nosotros nos une de un modo radical.
El obispo Cozzens subrayó esta unidad al afirmar: “Lo hermoso es que estamos unidos aquí con nuestros obispos. Fueron los obispos quienes nos convocaron”.
Quizá lo más palpable fue la unidad que experimentamos en la Procesión Eucarística de una milla de recorrido el sábado por la tarde por las calles del centro de Indianápolis.
Estuve caminando con docenas de mis hermanos obispos y cientos de sacerdotes, religiosos y religiosas. Las calles estaban llenas de decenas de miles de fieles católicos. Cantamos juntos, rezamos juntos y caminamos juntos, unidos en nuestra fe eucarística.
Juntos, adoramos a Jesús, presente en la Eucaristía, en lo alto del altar del Indiana War Memorial. Nunca olvidaré ese momento en el que el obispo Cozzens levantó la custodia para la bendición. Fue un momento de profundo significado en el que Jesús bendijo a toda la Iglesia americana, unida en adoración.
La Eucaristía, a la vez que une, también sana. Los últimos seis años han sido difíciles para la Iglesia en los Estados Unidos. Escándalos de abuso, COVID y voces provocadoras en el panorama eclesiástico y político estadounidense han contribuido a herir y quebrantar los espíritus.
Pero, como nos recuerda san Pablo, donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia. La Eucaristía, con su poder restaurador, llama al arrepentimiento y trae la sanación, al tiempo que ofrece consuelo y tranquilidad en estos tiempos difíciles.
La Eucaristía es sanadora porque llama al arrepentimiento y trae consuelo. Fue hermoso ver las filas de personas que volvían al Sacramento de la Confesión durante todo el Congreso.
Miles de personas al día encontraban la misericordia del Señor en ese sacramento, lo recibían en la Misa y se arrodillaban ante Él en adoración. Son recordatorios sacramentales de que Dios sigue con nosotros, llamándonos al arrepentimiento y amándonos a pesar de nuestras debilidades. El padre Mike Schmitz nos recuerda: “Nunca se puede tener un avivamiento sin arrepentimiento”.
Por último, la Eucaristía lleva a la misión. El cardenal Tagle resumió esta dimensión misionera de la Eucaristía en su homilía de clausura del congreso. “Los que elijan quedarse con Jesús serán enviados por Jesús… Vayamos a anunciar a Jesús con fervor y gozo por la vida del mundo”.
La Eucaristía no es sólo para los que la recibimos. No es sólo para los que contemplamos y adoramos a Jesús. Se da para ser compartida. Lo que hemos recibido como don, ¡debemos darlo como un don! Es el alimento y sustento para la misión.
La misión es el fruto de un auténtico y duradero avivamiento eucarístico. De hecho, la misión ha comenzado: Provoca un renacimiento del asombro eucarístico que reaviva la fe en los corazones de muchos que se han alejado de su primer amor.
La iniciativa “camina con uno” (eucharisticrevival.org/walk-with-one) es una manera práctica de comprometernos en la misión que el Señor nos ha encomendado.
Animo a cada uno de nosotros a orar y preguntarle a Dios a quién quiere que acompañemos en su viaje de regreso a la Iglesia. Imagine el impacto de nuestro acompañamiento mientras encaminamos a otros ¡a un encuentro con el Dios vivo en la Eucaristía!
Al reflexionar sobre mi propia experiencia de estos días llenos de gracia del Congreso Eucarístico, es evidente que ha impactado profundamente a todos los que participaron, ya sea en persona o unidos a través de la oración.
El congreso demostró vivamente los elementos unificadores, sanadores y misioneros de la Eucaristía, dejando una huella duradera en las personas, las familias y la Iglesia en América. A medida que interiorizamos los mensajes de unidad, sanación y misión del congreso, nos corresponde a nosotros transmitir activamente este espíritu de avivamiento.
Abracemos de todo corazón el llamado a la misión y acompañemos con fervor a otros en su camino hacia el encuentro con el Dios vivo en la Eucaristía, plenamente convencidos de que a través de este encuentro sagrado se pueden transformar vidas y reavivar la fe.