Durante este mes de octubre se ha desarrollado en Roma un acontecimiento especial. Hace tres años, el papa Francisco convocó a una consulta mundial que culminará este mes con lo que denominó el “Sínodo sobre la Sinodalidad”. Pero ¿de qué se trata? ¿Qué es concretamente un sínodo, un sínodo de obispos?
Según el Código de Derecho Canónico #342: “El sínodo de los Obispos es una asamblea de Obispos escogidos de las distintas regiones del mundo, que se reúnen en ocasiones determinadas para fomentar la unión estrecha entre el Romano Pontífice y los Obispos, y ayudar al Papa con sus consejos para la integridad y mejora de la fe y costumbres y la conservación y fortalecimiento de la disciplina eclesiástica, y estudiar las cuestiones que se refieren a la acción de la Iglesia en el mundo”.
La raíz griega de la palabra sínodo significa “caminar juntos”. El dicasterio del sínodo de los obispos fue establecido como una oficina permanente de la Curia Romana por el papa Pablo VI después del Concilio Vaticano II con el fin de reunir periódicamente a obispos del mundo para asesorar al Sumo Pontífice en los temas éste propusiera. El sínodo actual se perfila como diferente a los anteriores, todos ellos compuestos exclusivamente por obispos.
Éste ha buscado un tipo de participación más amplia e incluye como miembros con derecho a voto no sólo a obispos, sino también a sacerdotes, religiosos e incluso laicos.
Hace tres años, el papa propuso hacer un sínodo sobre la sinodalidad, diciendo que quería que la Iglesia discutiera sobre cómo realmente “caminamos juntos” como Iglesia. ¿Cómo involucramos a cada miembro de la Iglesia y sus dones en la misión de hacer discípulos? Según los documentos oficiales, el tema de este sínodo es “comunión, participación y misión”.
Sinceramente, el concepto de sinodalidad es difícil de asimilar y la forma en que se ha implementado el proceso sinodal lo ha hecho aún más complicado. Se puso en marcha una consulta mundial, estructurada en fases diocesanas, regionales y continentales. Lamentablemente, en su gran mayoría, el proceso no ha producido los niveles de participación esperados en muchas partes del mundo.
En la arquidiócesis de Oklahoma City participaron unas dos mil personas, ya fuera asistiendo a una sesión en persona o respondiendo a una encuesta en línea. Si bien agradecemos la participación de los fieles de nuestra arquidiócesis, se trata de un número muy reducido para una diócesis que cuenta con más de doscientos mil católicos.
Las preguntas de diálogo presentadas en el documento de trabajo de 40 páginas abarcaban desde quién debe participar en la toma de decisiones hasta las maneras en las que colaboramos con organizaciones seculares, tales como medios de comunicación y redes sociales.
En palabras del papa, quiere que la Iglesia escuche más e involucre a más personas en los procesos de toma de decisiones, y no sólo al clero. Esto es bueno. En este sentido, creo que la Iglesia en los Estados Unidos ya es muy “sinodal”.
Quizá sea una de las iglesias más sinodales del mundo. Tenemos consejos y comités que involucran a católicos de todos los estados de vida en el discernimiento de nuestras prioridades pastorales y en la toma de decisiones. En nuestra arquidiócesis, por ejemplo, estoy rodeado de sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos que participan regularmente en casi todas las decisiones que afectan a la vida de nuestra Iglesia local.
Por ejemplo, un consejo vocacional me asesora sobre los jóvenes que van a ser aceptados en el seminario y su proceso de formación sacerdotal. Dicho consejo vocacional está formado por un sacerdote, una religiosa, un laico y una laica que ofrecen perspectivas particulares. Esto es, en mi opinión, una expresión de la sinodalidad en acción.
Sin embargo, el papa Francisco procede de Sudamérica, donde esto no es una realidad. En América Latina, rara vez hay laicos trabajando en los departamentos y oficinas de la curia diocesana. Es realmente raro encontrar consejos y comités de consulta trabajando junto con los obispos en la misión de gobernar, enseñar y santificar encomendada a los obispos. En cambio, nuestra Iglesia en los Estados Unidos es una Iglesia muy sinodal.
Desafortunadamente, las buenas intenciones del pontífice de escuchar y aumentar la participación han sido malinterpretadas por algunos. Para algunos, el sínodo se ha convertido en una consulta no sobre la sinodalidad, no sobre la comunión, la participación y la misión, sino sobre cuestiones de doctrina que a algunos les gustaría reconsiderar si la mayoría está de acuerdo en que deben cambiar.
Esto ha creado expectativas poco razonables y confusión sobre lo que es modificable y lo que es permanente en la constitución y las enseñanzas de la Iglesia. Hasta ahora, el papa ha optado por no corregir de forma inequívoca esta concepción errónea de sus intenciones iniciales para el sínodo.
Para los católicos preocupados por las conclusiones que se pudieran arrojar en este sínodo, quiero reafirmar que no hay nada malo en la sinodalidad. No hay nada malo en entender que la Iglesia somos todos nosotros, y estamos en este “caminar juntos” al Cielo. Es bueno subrayar que el trabajo de hacer discípulos nos corresponde a todos; tanto a ustedes, como a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos y a los padres de familia.
Creemos en la comunión, en la participación y en la misión de la Iglesia. Demostramos que somos una Iglesia sinodal a través del trabajo de cada consejo pastoral parroquial, en cada junta que supervisa y guía los diferentes ministerios y apostolados de la Iglesia, y en los muchos otros organismos consultivos, como las consejos de las escuelas y los consejos financieros. Si bien recibimos con agrado la sinodalidad, también promovemos las verdades de la fe y afirmamos que deben ser valoradas y protegidas incluso mientras se desarrollan auténticamente.
Nuestro Santo Padre tiene muchas virtudes destacadas y evidentes. Tiene un profundo compromiso y un auténtico amor por los pobres, los vulnerables, los excluidos y los que viven en las periferias. Le apasiona proteger la creación de Dios, que es nuestro hogar en común.
Sin embargo, en ocasiones puede resultar ambiguo al hablar, lo que puede crear dudas sobre la intención de sus palabras. Aun así, creo sinceramente, que la redefinición de la doctrina no era la intención del papa Francisco al convocar este sínodo.
Ruego para que este Sínodo sobre la Sinodalidad sea un momento de gracia para la Iglesia. Los invito a orar por el papa Francisco y por todos los participantes en el sínodo para que colaboren con el Espíritu Santo prometido por Jesucristo que guía a la Iglesia en la verdad, la comunión y la caridad.