Hemos concluido el tiempo de preparación del Adviento y ahora celebramos el gozoso tiempo de Navidad. ¡Feliz Navidad a todos ustedes y a sus seres queridos!
Más que ningún otro tiempo, el tiempo de Navidad es uno de gozo y maravilla, y no solo para los niños, sino para todos los que aún tienen un corazón de niño. La Iglesia ha sido por mucho tiempo cautivada por el misterio salvífico de la encarnación que celebramos en la Navidad. El hecho de que el Hijo eterno de Dios haya tomado la carne humana a través de la Santísima Virgen María es objeto de oraciones, himnos y devociones populares en todas las culturas.
En la Sagrada Liturgia, normalmente reverenciamos la encarnación con una genuflexión. De manera similar, cuando rezamos el Angelus, normalmente doblamos una rodilla al tiempo que decimos, “y el Verbo se hizo carne”. Como lo proclama la Sagrada Escritura, “para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos” (Fil 2,10).
Ya sea que digamos su Santo Nombre o nos refiramos al misterio de la encarnación por medio del cual el Hijo de Dios recibió su nombre, nuestra fe reverencia la dignidad que Dios ha puesto sobre nuestra humanidad. Esto es especialmente cierto cuando se trata de reverenciar el misterio por medio del cual Dios se acercó tanto a nosotros hasta tomar nuestra propia carne.
Seguramente han notado esta reverencia en cada Misa, cuando recitamos el Credo. Normalmente inclinamos la cabeza cuando decimos las líneas que proclaman nuestra fe en la encarnación. Esa reverencia se convierte en una genuflexión en las Misas de la Solemnidad de la Navidad y la Solemnidad de la Anunciación.
Algunos de ustedes recordarán que hace unas décadas, muchas de las Misas terminaban con la lectura del rico pasaje teológico del prólogo del Evangelio de San Juan (Jn 1,1-4). Cuando se proclamaba ese pasaje del Evangelio, tanto el sacerdote como el resto de la congregación hacían una genuflexión al escuchar las palabras “Y el Verbo se hizo carne”.
Nuestro siempre ocupado mundo olvida pensar en la Navidad como una realidad rica y profundamente teológica. La cultura secular ha transformado la Navidad en un tiempo festivo de invierno. Muchas de las tarjetas de Navidad y las decoraciones no tienen nada que ver con la venida de Dios en la carne. Sin embargo, si hemos observado bien el Adviento y nos hemos preparado para la Navidad con arrepentimiento y paciente espera, entonces comprenderemos que necesitamos el amor generoso y la misericordia que solo Dios nos puede dar.
Para los católicos, y para todos que aquellos que se aferran a una visión cristiana del mundo, este es el centro de esta temporada, la cual está bendecida por el amor de Dios y sigue siendo un momento precioso para estar con la familia y los seres queridos.
No pretendo poner una sombra sobre el gozo de la Navidad. Sin embargo, ¿pueden nuestros ojos ignorar la paradoja de nuestro tiempo que se encuentra en gran medida en una guerra contra la dignidad de la carne humana? Un mundo que busca primero nuestro propio placer, que separa el amor esponsal de su fuente que busca que se comparta en el amor fructíferamente creativo de Dios. Nuestra fe católica proclama que el amor sexual es parte del compromiso matrimonial de un hombre y una mujer y que la concepción de una nueva vida debe ser recibida como una bendición. Pero nuestro mundo comúnmente acepta que el ser más vulnerable en el vientre materno puede ser eliminado si es visto como una inconveniencia.
Enraizados en nuestra fe, proclamamos la dignidad inherente de los no nacidos y de toda persona humana. Algunas tendencias culturales problemáticas dicen que nuestro mundo está en guerra con la carne humana enfrentando al individuo contra su propio cuerpo. La carne (y toda dignidad humana) que hemos recibido puede ser rechazada por ideologías de género que ven la carne como una proyección de nuestra mente y como una identidad de género que cada uno elige.
Ciertamente el mundo en el que el Hijo de Dios decidió nacer tenía tantos problemas como nuestro mundo hoy en día. Vino a salvarnos del pecado y a dar una dignidad nueva a la carne humana. Todos los que celebramos el verdadero significado de la Navidad proclamamos la verdadera dignidad de la persona humana y las consecuencias de la encarnación de Dios en nuestro mundo. Que el testimonio de nuestras vidas proclame las Buenas Nuevas y nos lleve a una mayor reverencia hacia la manera como Dios nos ha dignificado, ¡convirtiéndose en uno de nosotros en la carne!