by Luis Soto, Subdirector Ejecutivo del Secretariado de Evangelización y Catequesis
Nuestra primer y más importante identidad es que somos hijos e hijas de Dios. Todo lo que somos, todo lo que tenemos, es todo un don de Dios para nosotros como sus hijos. Nos ha creado a su imagen y semejanza, lo cual significa no solo que nos parecemos y tenemos su dignidad, sino que somos, en verdad, sus hijos.
El génesis dice que Dios nos ha creado a su imagen y semejanza (Gen 1,27), pero en el mismo génesis vemos que esto realmente significa que nos ha hecho sus hijos e hijas (Gen 5,3).
No solo somos hijos e hijas de Dios, sino que nos hace dignos de la confianza de darnos todo cuanto somos y tenemos. No basta con saber que podemos confiar en Dios, debemos también saber que Dios confía en nosotros. Como sus hijos que somos. Y dado que confía en nosotros, nos da todo cuanto tenemos y todo cuanto somos.
Nosotros no somos más que administradores de las muchas bendiciones de Dios. Somos administradores del don de ser padres, del don de ser madres, del don de ser hijos e hijas, hermanos, amigos, esposos, esposas. Administradores de nuestra propia vida y talentos. Administradores de nuestro tiempo y administradores de nuestro tesoro.
Incluso los bienes materiales que poseemos son don de Dios. Son suyos y nosotros solo somos los administradores a los cuales Dios les ha confiado su cuidado. Su amor por nosotros es tan grande que no solo nos hace sus hijos y nos confía los dones más preciados. Sino que realmente tenemos su confianza para ser sus buenos administradores.
Al darnos cuenta de esta realidad, la mejor y única manera que justamente podemos responder es con gratitud. Por eso la eucaristía significa acción de gracias. Porque venimos a ella a darle gracias a Dios por el don ser sus hijos, por el don de toda nuestra vida, nuestra familia, nuestras bendiciones en general. Todas sus bendiciones.
El agradecimiento es el gesto mínimo que se esperaría de un hijo o hija que ha recibido todo tipo de dones de parte de Dios. Y el agradecimiento se demuestra con actos de amor y de sacrificio. Es la mejor manera de mostrarle a alguien que le importas y le estas agradecido. Amándole y con gestos concretos de amor.
Mis hermanos, cuando venimos a misa los domingos. Venimos a darle gracias a nuestro Padre Dios que nos ha hecho sus hijos dignos de su confianza y nos entrega todo cuanto somos y tenemos para que seamos buenos administradores. Por eso venimos a darle gracias con actos de amor y sacrificio.
En español, erróneamente, nos referimos a la ofrenda como limosna. Como dar algo que me sobra. Como dar algo al que necesita. Pero lo que en realidad debemos traer a la misa es una ofrenda. Un sacrificio. Un gesto concreto que demuestre a nuestro Padre Dios cuan agradecimos estamos como hijos suyos dignos de toda su confianza.
Históricamente los hispanos hemos tenido problemas en la manera como nos relacionamos con el dinero que ofrendamos a la Iglesia. Históricamente somos hijos de una Iglesia misión. Nunca entendimos que a un acto de amor se le responde con otro acto de amor. Hemos creído que no debemos darle a la Iglesia, porque la Iglesia no lo necesita. Sin embargo, no damos una ofrenda porque la Iglesia lo necesita, sino porque nosotros necesitamos decirle a Dios gracias y mostrárselo con un gesto concreto y un sacrificio. Con un gesto real.
La próxima vez vengas a misa, asegúrate de no salir de tu casa sin haber meditado en oración y en sinceridad, ¿cómo le voy a mostrar al Señor mi agradecimiento? ¿Cuál será el monto de mi ofrenda? Enséñale a tus hijos e hijas el valor de la generosidad. No basta con que le des una moneda para que la deposite en la canasta. Enséñale el valor del dar. De dar de manera agradecida.
Estamos en tiempos de pandemia y muchas familias sufren dificultades cuando se trata de tener trabajos e ingresos seguros. Tu parroquia está pasando por una situación similar. Pero sobretodo, tu necesitas mostrarle a Dios tu amor y agradecimiento como buen hijo e hija que comprende que amor, con amor se paga. Literalmente.