Nota de la Editora: Debido a la importancia de la carta y su tema, el Arzobispo Coakley ha pedido que el periódico la vuelva a imprimir en letra grande y en español. La carta originalmente se lanzó el 30 de julio y se puede encontrar en línea en www.archokc.org.
Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Los frutos amargos de la revolución sexual siguen causando estragos en la sociedad humana, la familia y la Iglesia. Hace cincuenta años, el Beato Pablo VI advirtió en su encíclica profética, Humanae Vitae, de las desastrosas consecuencias de separar la intimidad sexual de la fertilidad y su lugar divinamente ordenado dentro de la santidad del matrimonio. Advirtió sobre una creciente falta de respeto hacia las mujeres, el aumento de la infidelidad marital y una disminución general de la moral en la sociedad.
Tal vez ni siquiera el Beato Pablo VI previó el fruto amargo que hemos tenido que enfrentar en la Iglesia Católica y en la sociedad debido al flagelo del abuso sexual de menores y jóvenes. Este rechazo horrible, incluso diabólico, del plan de Dios para la dignidad humana y la sexualidad ha causado un daño incalculable. Es aún más atroz cuando estos crímenes son perpetrados por miembros del clero y aquellos en puestos de confianza. Estos son algunos de los frutos más amargos del pecado.
En el 2002, los obispos de los Estados Unidos se reunieron para abordar el flagelo del abuso sexual de menores cometido por el clero. Reunidos en Dallas, los obispos elaboraron y aprobaron la Carta para la Protección de Niños y Jóvenes. La Carta establece un marco para educar, monitorear y reportar el abuso cometido por el clero. Es un compromiso de mayor supervisión, rendición de cuentas y transparencia en el tratamiento de estos delitos. Es un paso en la dirección correcta.
El reciente reconocimiento de acusaciones creíbles de abuso cometido por el Cardenal Theodore McCarrick ha sido un golpe más doloroso para todo el pueblo de Dios. Las acusaciones incluyen el abuso de un menor hace unos cincuenta años y abuso contra seminaristas, lo que llevó a acuerdos monetarios años más tarde. Desde entonces, se ha prohibido al arzobispo McCarrick ejercer cualquier ministerio público, se le ha instado a abrazar una vida de oración y penitencia mientras espera un juicio canónico, y ha sido removido del Colegio de Cardenales.
¿Cómo pudieron estas acusaciones permanecer bajo el radar por tanto tiempo? Parece que muchos escucharon rumores de su supuesto comportamiento criminal y pecaminoso. Parte del problema es una brecha en la Carta misma. La Carta no proporciona medios claros para responder a las denuncias de abuso cometidas por los obispos. Esta brecha ha contribuido a la erosión de la confianza en el liderazgo episcopal por parte de los sacerdotes, diáconos y fieles laicos. Reparar este vacío creando los mismos estándares y expectativas para todos, incluidos los obispos, contribuirá en gran medida a restablecer esa confianza.
En una carta del 24 de julio al Cardenal DiNardo, presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, destaqué esta preocupación y mi esperanza de que la próxima reunión del Comité Administrativo en septiembre se abordaría esta crisis de confianza y estas deficiencias de una manera clara y sólida.
Si bien los cambios de procedimiento y canónicos pueden ser necesarios, no serán suficientes. Lo que se necesita es un arrepentimiento humilde y una conversión continua para todos los que estamos en posiciones de liderazgo en la Iglesia de Dios. ¡Beato Stanley Rother, ruega por nosotros!
Atentamente en Cristo,
Reverendísimo Paul S. Coakley
Arzobispo de Oklahoma City