Hemos comenzado nuestro camino de Cuaresma hacia la Pascua. Es un camino espiritual, un camino de fe, pero el destino no es un destino físico. No veremos un cambio en la geografía o el lugar cuando lleguemos, pero el camino es totalmente real. Si perseveramos en el camino, nos moveremos de una manera vieja de relacionarnos con Dios a una nueva.
Este camino de Cuaresma es muchas veces representado como un caminar en el desierto, en recuerdo de los 40 años que Moisés y los israelitas pasaron en el desierto después de haber sido liberados de la esclavitud de Egipto.
Esta imagen del desierto es también evidente en el Evangelio del Primer Domingo de Cuaresma, el cual nos cuenta cómo Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu Santo. Ahí, fue tentado por el maligno durante 40 días, en los cuales Jesús puso en evidencia su naturaleza divina y sin pecado, al mantenerse firme y unido al amor de su Padre Celestial.
Como lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica, “La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de la Gran Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto” (CIC 540).
Este camino cuaresmal es un tiempo de oración y de dar limosna, pero también es un tiempo de penitencia, una palabra que muchas veces tiene connotaciones negativas.
La penitencia es simplemente una conversión continua e intencional de nuestra vida, apartándonos de confiar en nosotros mismos para depender más profundamente de Dios.
El desierto ha sido por mucho tiempo asociado con la penitencia, debido a que los primeros cristianos dejaban las ciudades, con sus valores mundanos, para irse a un lugar desértico para vivir ahí el Evangelio de manera radical. En el desierto, nos hacemos dolorosamente conscientes de nuestra vulnerabilidad y dependencia de Dios.
La Cuaresma es un tiempo para que nos adentremos en el desierto y experimentemos la misma dolorosa conciencia de nuestra propia vulnerabilidad y dependencia del amor de Jesús.
Realizamos este camino con Jesús, y acompañados por otros miembros de la Iglesia, siguiendo juntos los pasos de muchos cristianos a lo largo de los siglos que han hecho este camino antes que nosotros.
En nuestro deseo de santidad, algunas veces nos acercamos a la Cuaresma confiando en nosotros mismos y no creciendo en nuestra dependencia de Dios. Usamos la Cuaresma como un concurso de levantamiento de pesas espiritual, en el cual tratamos de demostrarle a Dios, a nosotros mismos y a los demás, lo que somos capaces de hacer. Al igual que Jesús, seremos tentados en el desierto, y esta actitud puede ser una tentación que se convertirá en obstáculo en nuestro crecimiento espiritual.
Entonces, ¿cómo debemos vivir la Cuaresma?
Comencemos con los tres elementos bíblicos tradicionales de oración, ayuno y limosna. Pero si estas buscando dirección en el comienzo del tiempo de Cuaresma, te sugiero que te preguntes: ¿Cuál es el más grande obstáculo que debo vencer para poder aceptar y depender del amor de Dios? ¿Es un pecado en particular? ¡Si es así, ayuna de ese pecado!
La Cuaresma es un camino que nos lleva más allá de los obstáculos que nos mantienen atrapados en hábitos, relaciones o cosas que no son Dios. Podemos comenzar nuestro camino cuaresmal pidiéndole a Dios, en fe, que remueva ese obstáculo. Le podemos también pedir a Dios que nos muestre cuáles otras prácticas de oración, penitencia y limosna nos llevarían a dejar de confiar en nosotros mismos y depender más profundamente del amor de Dios.
Con estas recomendaciones en mente, recuerda también ir ligero de equipaje. Algunas veces menos, es más. No necesitamos hacer demasiado para demostrar nuestro punto. Acompañados por Dios y bajo su dirección, podemos identificar, poner atención y buscar ir más allá de las cosas que dificultan nuestro progreso.
El objetivo de la Cuaresma no debería ser un crecimiento en la confianza en nosotros mismos, sino crecer en la confianza en Dios.
Durante estos días de Cuaresma, le pido a Jesús que nos dé a cada uno de nosotros la gracia de superar los obstáculos que no nos permiten disfrutar el amor de Dios en su totalidad. Haré oración por ustedes, por favor, oren por mí.