by Pedro A. Moreno, O.P. Secretariado de Evangelización y Catequesis
Los últimos dos Mandamientos
No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo (Ex 20:17).
Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt 5:28).
Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón (Mt 6:21).
Con la llegada de la temporada navideña, y las muchas compras de regalos, una pregunta común en las tiendas, comerciales de televisión y mensajes de texto: “¿Qué quieres para la Navidad este año?”
Agregue a esto los muchos niños que gritan “¡Quiero eso!” O “¡Cómprame eso!”
Los comerciales tienen una habilidad única para convencernos de que necesitamos comprar estos artículos o nos convencen de que no podemos vivir sin ellos. ¿Cuántas veces después de ver un comercial de pizza dijiste “¡Eso sería genial ahora mismo!” ¿Y terminaste por alcanzar el teléfono y pedir una?
Demasiados miembros de la familia, muy bien intencionados, nos malacostumbraron. Se nos acercaron con frases como “Lo que tú quieras”, “Lo que tu corazón desee” y “Te daremos lo que quieras y a mano llena”.
Nos hemos convertido en adictos a las infinitas opciones, y el escoger y tener todo lo que queramos, lo que nuestro corazón desee, ya sean personas, lugares o cosas. El establecimiento de límites y fronteras se ha convertido en algo malo.
Muchos suponen que, si tu corazón lo desea, y eso te trae lo que tu entiendes como alegría y felicidad, entonces debe ser bueno. Pero ¿si esos deseos de tu corazón están equivocados? ¿Qué pasa si los deseos de tu corazón te alejan de tu primer amor, Dios? ¿Y si tenerlo o hacerlo a tu manera no es la voluntad de Dios?
Los dos últimos Mandamientos nos piden que ejercitemos dominio sobre nuestro propio corazón. Un discípulo está consciente de su propia naturaleza caída y cómo “lo que nuestros corazones desean” podrían ser una tentación muy sutil que termina creando una distancia entre Dios y uno. El corazón debe ser enseñado, debe ser entrenado, debe ser educado y formado; y esto no puede hacerse cediendo siempre a lo que uno quiere, ya sea personas, lugares o cosas.
El amor de Dios por nosotros y nuestro amor por Dios deben ser lo que nos guíe en nuestras decisiones y nuestros deseos. No todo lo que parece bueno, es bueno. Necesitamos ejercer dominio sobre nuestro corazón. Necesitamos apreciar los límites, las fronteras y decir “¡No!”. Si no lo hacemos, seremos esclavos de nuestras pasiones y deseos. Si no lo hacemos, hemos vendido nuestra libertad al mejor postor por aquello que termina siendo solo una alegría temporal, una felicidad a corto plazo y una extendida vida llena de arrepentimientos. Confía en Dios, confía en sus Mandamientos, confía en su Amor por todos nosotros.
El Papa Francisco terminó su serie sobre los Mandamientos con estas palabras:
“He aquí para lo que sirve buscar a Cristo en el Decálogo: para fecundar nuestro corazón para que esté cargado de amor y se abra a la obra de Dios. Cuando el hombre sigue el deseo de vivir según Cristo, entonces está abriendo la puerta a la salvación, la que no puede hacer otra cosa que llegar, porque Dios Padre es generoso y como dice el Catecismo, ‘tiene sed de que el hombre tenga sed de Él’”.