En menos de un mes, los norteamericanos asistiremos a las urnas para elegir a líderes locales, estatales y nacionales, incluyendo al presidente y vicepresidente. Este es una elección que tendrá importantes consecuencias, sea cual sea el resultado. Hay demasiado en juego.
Además del drama que produce todo ciclo electoral, no podemos negar el hecho de que esta elección se lleva a cabo en medio de confusiones sin precedentes. Estamos en medio de una pandemia global que ha reclamado cientos de miles de vidas en los Estados Unidos y más de un millón en todo el mundo. Una pandemia que ha producido además incertidumbre económica y pérdida de empleos en todo el país. Las tensiones raciales, por su parte, han provocado protestas y algunas se han tornado violentas. Los desastres naturales, tales como incendios forestales, huracanes, inundaciones y tornados nos han hecho pensar en la fragilidad de la creación, la cual, como el Papa Francisco nos recuerda, es “nuestro hogar común”. El miedo, la descortesía y la división están infectando nuestro mundo a través de la influencia, muchas veces nociva, de las redes sociales.
Por lo tanto, ¿cómo podemos evaluar todos estos factores, y muchos más, al tiempo que nos preparamos a ejercer nuestro valioso derecho al voto como ciudadanos responsables y fieles católicos?
Cada cuatro años, en un esfuerzo por ejercer la misión de enseñar la fe y aplicar principios morales que impacten y guíen las decisiones que tomamos, la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos publica el documento llamado “Ciudadanos Fieles”, para ayudarnos a acercarnos a las urnas de una manera que refleje no solamente los intereses de nuestro partido político, sino de manera especial nuestra fe católica.
En la versión del año 2020 del documento Ciudadanos Fieles, los obispos escriben: “Para todos los católicos, incluyendo aquellos que buscan ser elegidos para una posición púbica, la participación en partidos políticos o en otros grupos debe ser influenciada por nuestra fe, y no al revés.” Nuestra manera de entender los asuntos actuales debe ser guiada por nuestra identidad como seguidores de Cristo, y como hermanos y hermanas de todos aquellos que han sido creados a imagen y semejanza de Dios.
Sin duda que hay muchos asuntos que tienen peso moral e importancia social, sin embargo, no todos ellos merecen la misma atención y cuidado. Así que, ¿por dónde debemos comenzar? Los obispos de los Estados Unidos reafirmaron este año que “la amenaza del aborto continúa siendo una prioridad preeminente, porque ataca directamente a la vida misma, porque sucede bajo el santuario de la familia y por el número de vidas que destruye.” En pocas palabras, no hay ningún otro asunto social que represente un reto más grande a la dignidad y a la vida humana que el aborto.
Al día de hoy, más de 60 millones de niños no nacidos han muerto por causa del aborto en los Estados Unidos desde el año 1973. (Se practicaron 862,000 abortos en el 2017, de acuerdo con el Instituto Guttmacher). El aborto directo es un mal intrínseco, lo cual significa que el quitarle la vida a un niño no nacido inocente, sean cuales sean las circunstancias, es siempre y en todo lugar, moralmente incorrecto. La protección de la vida inocente es el fundamento de la defensa de toda vida, y nuestros hermanos y hermanas no nacidos son los más inocentes y vulnerables de todos. Si no defendemos la vida de los más inocentes, nuestra defensa y lucha por los derechos de cualquier otra persona humana, será inauténtica. Ciertamente que aun cuando hayamos propiamente considerado el impacto que nuestro voto tendrá en los niños no nacidos, no habremos hecho todo lo que debemos hacer.
El respeto a la vida comienza con la concepción y se extiende hasta la muerte natural. No es uno u otro. Son ambos. Debemos también luchar por los derechos de los pobres, los inmigrantes, los marginados de nuestra sociedad. Tenemos la obligación de defender los derechos de todos sin importar su raza, sexo, grupo étnico o religión, y de proteger la libertad para vivir lo que creemos dentro y fuera de los cuatro muros de nuestras iglesias. Tenemos la responsabilidad de cuidar nuestra casa común y pensar en los que vendrán después de nosotros. Debemos preocuparnos por los encarcelados y condenados, porque es a todos ellos que Jesús vino a proclamar la Buena Noticia y con quienes se identificó.
Como dijo Jesús cuando hablaba del juicio final, “¡cuanto hiciste o dejaste de hacer por el más pequeño de mis hermanos o hermanas lo hiciste, o dejaste de hacer, por mí!” (cf. Mt 25, 40,45).