by Pedro A. Moreno, O.P. Secretariado de Evangelización y Catequesis
Primero, amar a Dios; segundo, amar al prójimo; nuestro primer prójimo, nuestros padres
Honra a tu padre y a tu madre, para que tengas una larga vida en la tierra que el Señor tu Dios te da. (Ex 20,12 El Libro del Pueblo de Dios).
Está claro que la voluntad de Dios es que, después de nuestro amor, honor y respeto por Él, debemos honrar, amar y respetar a nuestros padres. Les debemos, al menos, nuestra vida y, si hemos tenido la bendición, también les debemos agradecimiento por haber compartido con nosotros su conocimiento y amistad con Dios.
También debemos manifestar cierto grado de honor y respeto a todos aquellos a quienes Dios ha confiado su autoridad. Aquí está el párrafo 2199 del Catecismo de la Iglesia Católica:
“El cuarto mandamiento se dirige expresamente a los hijos en sus relaciones con sus padres, porque esta relación es la más universal. Se refiere también a las relaciones de parentesco con los miembros del grupo familiar. Exige que se dé honor, afecto y reconocimiento a los abuelos y antepasados. Finalmente se extiende a los deberes de los alumnos respecto a los maestros, de los empleados respecto a los patronos, de los subordinados respecto a sus jefes, de los ciudadanos respecto a su patria, a los que la administran o la gobiernan. Este mandamiento implica y sobrentiende los deberes de los padres, tutores, maestros, jefes, magistrados, gobernantes, de todos los que ejercen una autoridad sobre otros o sobre una comunidad de personas.”
Es importante señalar que el cuarto mandamiento no usa explícitamente la palabra "amor", sino que habla de una relación única, una común unidad especial de vida y amor basado y protegido por la honra. San Juan Pablo II nos ilumina con implicaciones clave sobre este punto en su "Carta a las familias" de 1994, sección 15:
“Es profunda la relación entre «honra» y «amor». La honra está relacionada esencialmente con la virtud de la justicia, pero ésta, a su vez, no puede desarrollarse plenamente sin referirse al amor a Dios y al prójimo. Y ¿quién es más prójimo que los propios familiares, que los padres y que los hijos?”
Honrar a tu padre y a tu madre significa que les tienes profundo respeto o estima, admiración, deferencia, aprecio o reverencia. Esto es esencial para la vida familiar. Una vez más, cito la "Carta a las familias" de San Juan Pablo II:
“Si el cuarto mandamiento exige honrar al padre y a la madre, lo hace por el bien de la familia; pero, precisamente por esto, presenta unas exigencias a los mismos padres. ¡Padres, parece recordarles el precepto divino, actúen de modo que su comportamiento merezca la honra (y el amor) por parte de sus hijos! ¡No dejen caer en un vacío moral la exigencia divina de honra por ustedes! En definitiva, se trata pues de una honra recíproca. El mandamiento «honra a tu padre y a tu madre» les dice indirectamente a los padres: Honrad a sus hijos e hijas. Lo merecen porque están vivos, porque son lo que son: y esto es válido desde el primer momento de su concepción. Así que, este mandamiento, expresando el vínculo íntimo de la familia, manifiesta el fundamento de su cohesión interior.”
Las palabras de San Juan Pablo II “¡No dejen caer en un vacío moral la exigencia divina de honra por ustedes!” Se aplica a los padres y a todos los incluidos en este mandamiento: “tutores, maestros, jefes, magistrados, gobernantes, de todos los que ejercen una autoridad sobre otros o sobre una comunidad de personas”.
Necesitamos orar por nuestros padres, vivos o fallecidos, y todos aquellos que ejercen autoridad. Que sus vidas estén ausentes de vacíos morales que solo les traen deshonor a ellos y desunión entre todos nosotros.