En febrero de 2007, el Papa Benedicto XVI nos regaló su Exhortación Apostólica "Sacramentum Caritatis", sobre Sobre La Eucaristía, Fuente y Culmen de la Vida y de la Misión de la Iglesia. Era el 22 de febrero, la Fiesta de la Sede de San Pedro. Me gustaría ofrecer siete citas de esta exhortación que mejor resumen su teología eucarística. Comencemos con el primer párrafo donde la Eucaristía como amor se expresa claramente.
(1) Sacramento de la caridad, la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable Sacramento se manifiesta el amor ‘más grande’, aquel que impulsa a ‘dar la vida por los propios amigos’. En efecto, Jesús ‘los amó hasta el extremo’. Con esta expresión, el evangelista presenta el gesto de infinita humildad de Jesús: antes de morir por nosotros en la cruz, ciñéndose una toalla, lava los pies a sus discípulos. Del mismo modo, en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos ‘hasta el extremo, hasta el don de su cuerpo y de su sangre. ¡Qué emoción debió embargar el corazón de los Apóstoles ante los gestos y palabras del Señor durante aquella Cena! ¡Qué admiración ha de suscitar también en nuestro corazón el Misterio eucarístico!
¡El Papa Benedicto conecta la Eucaristía con toda la Santísima Trinidad en el párrafo siete!
(2) La primera realidad de la fe eucarística es el misterio mismo de Dios, el amor trinitario. En el diálogo de Jesús con Nicodemo encontramos una expresión iluminadora a este respecto: ‘Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él’ (Jn 3,16-17).
Estas palabras muestran la fuente más profunda del don de Dios. En la Eucaristía, Jesús no nos da una "cosa", sino nos entrega su propio ser, se da a sí mismo; él nos ofrece su propio cuerpo y derrama su propia sangre. Por lo tanto, nos da la totalidad de su vida y revela el origen último de este amor. Él es el Hijo eterno, que nos regaló el Padre celestial.
El siguiente paso es conectar la Eucaristía con la Historia de la salvación en el párrafo ocho.
(3) “En la Eucaristía se revela el designio de amor que guía toda la historia de la salvación. En ella, el Deus Trinitas, que en sí mismo es amor, se une plenamente a nuestra condición humana. En el pan y en el vino, bajo cuya apariencia Cristo se nos entrega en la cena pascual, nos llega toda la vida divina y se comparte con nosotros en la forma del Sacramento.”
“Dios es comunión perfecta de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ya en la creación, el hombre fue llamado a compartir en cierta medida el aliento vital de Dios. Pero es en Cristo muerto y resucitado, y en la efusión del Espíritu Santo que se nos da sin medida, donde nos convertimos en verdaderos partícipes de la intimidad divina.”
“Jesucristo, pues, ‘que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha’, nos comunica la misma vida divina en el don eucarístico. Se trata de un don absolutamente gratuito, que se debe sólo a las promesas de Dios, cumplidas por encima de toda medida. La Iglesia, con obediencia fiel, acoge, celebra y adora este don. El ‘misterio de la fe’ es misterio del amor trinitario, en el cual, por gracia, estamos llamados a participar. Por tanto, también nosotros hemos de exclamar con san Agustín: ‘Ves la Trinidad si ves el amor’.”
El siguiente paso es la conexión de la Eucaristía con el misterio de la cruz en esta parte del párrafo nueve.
(4) “Como he tenido ya oportunidad de decir: ‘En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es el amor en su forma más radical’. En el Misterio pascual se ha realizado verdaderamente nuestra liberación del mal y de la muerte. En la institución de la Eucaristía, Jesús mismo habló de la ‘nueva y eterna alianza’, estipulada en su sangre derramada. Esta meta última de su misión era ya bastante evidente al comienzo de su vida pública.”
La Eucaristía es alimento para nuestra peregrinación.
(5) “El Señor Jesús, que por nosotros se ha hecho alimento de verdad y de amor, hablando del don de su vida nos asegura que ‘quien coma de este pan vivirá para siempre’. Pero esta ‘vida eterna’ se inicia en nosotros ya en este tiempo por el cambio que el don eucarístico realiza en nosotros: ‘El que me come vivirá por mí’.”
Después de nutrirnos con el amor divino de la Eucaristía, debemos llevarlo al mundo, debemos llevar a Cristo a los demás.
(6) “En la homilía durante la Celebración eucarística con la que he iniciado solemnemente mi ministerio en la Cátedra de Pedro, decía: ‘Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él’. Esta afirmación asume una mayor intensidad si pensamos en el Misterio eucarístico.”
“En efecto, no podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. Éste exige por su naturaleza que sea comunicado a todos. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él. Por eso la Eucaristía no es sólo fuente y culmen de la vida de la Iglesia; lo es también de su misión: ‘Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera’.”
La Eucaristía nos acerca al amor y a perseverar en ese amor de esta vida a la próxima y encontramos esta realidad en la iglesia. El Papa Benedicto cierra su exhortación con estas palabras:
(7) “La Eucaristía nos hace descubrir que Cristo muerto y resucitado, se hace contemporáneo nuestro en el misterio de la Iglesia, su Cuerpo. Hemos sido hechos testigos de este misterio de amor. Deseemos ir llenos de alegría y admiración al encuentro de la santa Eucaristía, para experimentar y anunciar a los demás la verdad de la palabra con la que Jesús se despidió de sus discípulos: ‘Yo estoy con vosotros todos los días, hasta al fin del mundo’ (Mt 28,20).
Visite a nuestro Señor en el sagrario para crecer en su amor, luego comparta su amor con los demás. Solo pídele: “Señor, ayúdame a ser tu discípulo de amor. Amén."