by Luis Soto, Subdirector Ejecutivo del Secretariado de Evangelización y Catequesis
El 9 de diciembre de 1531, Nuestra Señora de Guadalupe se apareció por primera vez al indio San Juan Diego. De acuerdo a los relatos de las apariciones, nuestra Señora le pidió a Juan Diego que fuese a casa del Arzobispo de México y le dijera que era voluntad de la Madre de Dios que un templo se construyera en el cerro del Tepeyac. Juan Diego así lo hizo, pero sin suerte. No fue escuchado y regresó al cerro para contarle a “la Señora del Cielo” lo que le había pasado. De acuerdo al “Nican Mopohoa”, relato original de las apariciones, Juan Diego refirió a la Virgen su resultado con las siguientes palabras:
“Señora, la más pequeña de mis hijas, Niña mía, fui a donde me enviaste a cumplir tu mandato; aunque con dificultad entré a donde es el asiento del prelado; le vi y expuse tu mensaje, así como me advertiste; me recibió benignamente y me oyó con atención; pero en cuanto me respondió, pareció que no la tuvo por cierto, me dijo: "Otra vez vendrás; te oiré más despacio: veré muy desde el principio el deseo y voluntad con que has venido...” Comprendí perfectamente en la manera que me respondió, que piensa que es quizás invención mía que Tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no es de orden tuya; por lo cual, te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que a alguno de los principales, conocido, respetado y estimado le encargues que lleve tu mensaje para que le crean porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, y Tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro. Perdóname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía”.
La Virgen escuchó atentamente, con amor diría yo, las palabras de Juan Diego, y con paciencia y también firmeza le respondió: "Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por entero mi voluntad, que tiene que poner por obra el templo que le pido. Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía… Tú eres mi embajador, muy digno de toda confianza.”
A la actitud inicial de San Juan Diego, esa de no creer en sí mismo y lo que podía hacer; esa de pensarse menos que los demás; esa de creerse no digno de tal o cual cosa; esa de creer el famoso “no se puede”, es a la que yo llamo el “Síndrome” de Juan Diego. Y creo que desafortunadamente es muy común entre nosotros los católicos, particularmente los católicos hispanos. Cuántos jóvenes nos se quedan a mitad del camino en su educación por faltar un poco de fe en sí mismos y lo que pueden lograr. Cuántas veces no pensamos que en la Iglesia no podemos ser parte de los grandes acontecimientos y decisiones. Cuántas veces dejamos de participar en el Consejo Parroquial, el de finanzas y otros importantes grupos, por pensar que “no andamos en esos lugares”. Cuántas veces dejamos de confiar en nosotros mismos y el potencial que tenemos, lo que tenemos que ofrecer a nuestra sociedad y a nuestra Iglesia.
Gracias a Dios existe una “vacuna” contra ese “síndrome”, y Juan Diego la recibió y la supo utilizar. La “vacuna” nos la da Nuestra Señora de Guadalupe. Con sus palabras, con su insistencia, con su orden de convertirnos en “embajadores dignos de toda confianza”. Con su confianza plena en nosotros y lo que podemos hacer.
Mi invitación es a que “levantemos nuestra cabeza” (Cfr. Lc 21,28). Los hispanos podemos ser una bendición para la Iglesia en los Estados Unidos, es hora de creerlo, es hora de ponerlo en práctica, es hora de demostrarlo. Acércate a tu párroco y dile que quieres participar, que quieres contribuirle, que quieres ser embajador, que quieres ser puente que sirva de unión para la Iglesia, que quieres ser mensajero de buenas noticias. Toma el riesgo, aprende inglés, estudia, prepárate mejor en tu fe, defiende tu fe en la vida pública, da testimonio de Cristo a cada momento. Tenemos una misión grande frente a nosotros. Muchos dicen que es el momento hispano en la sociedad, sin duda que lo es, pero también lo es en la Iglesia. Hoy en día, además de creer firmemente en Dios, es hora que nosotros los católicos sepamos que Dios cree firmemente en nosotros, sus “embajadores dignos de toda confianza.”