El vino ocupa un lugar especial en el ideario católico. A lo largo de la Biblia, el vino representa un don de Dios para su pueblo y Jesús incluso promete que ese gran don estará presente en el Reino de Dios (Lucas 22,18). La Misa no se puede celebrar sin vino y, de acuerdo a mi experiencia, ninguna buena fiesta católica se puede celebrar sin vino. El vino es algo más que una bebida alcohólica o un elixir de vida. De hecho, es un símbolo de júbilo y el fruto de nuestra amistad con Dios y entre nosotros.
A lo mejor es menos impactante para la mente si hablamos del origen del vino: la viña. De hecho, las lecturas del Evangelio de los tres últimos domingos han hecho referencia a dicho lugar en tres parábolas distintas pronunciadas por Jesús. El 24 de septiembre, que fue el XXV Domingo del Tiempo Ordinario, leímos acerca de un propietario que “salió a contratar trabajadores para su viña” (Mateo 20,1-16a), el 1 de octubre, XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, leímos sobre el hombre con dos hijos que les pide a cada uno “ve a trabajar hoy en la viña” (Mateo 21,28-32) y el 8 de octubre, XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, leímos acerca de “un propietario que plantó un viñedo… luego lo alquiló a unos viñadores” (Mateo 21,33-43).
Jesús no está obsesionado simplemente con los viñedos, el vino o los propietarios de las tierras. Al igual que el vino ocupa un lugar especial en el ideario católico, la viña ocupaba un lugar en el ideario de los discípulos de Jesús. Seguro que se acordaban del salmo en el que se comparaba su salvación de la esclavitud en Egipto con la plantación de una viña: “Una viña de Egipto arrancaste, expulsaste naciones para plantarla a ella” (Salmo 80,9). Y, como lo afirma Isaías: “La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantación preferida” (Isaías 5,7).
El “fruto de la vid” por el que bendecimos a Dios en la Misa proviene “del trabajo del hombre” en la viña, que asimismo debe ocupar un lugar especial en nuestra mente. Como dice la Constitución Dogmática de la Iglesia del Concilio Vaticano II, “Lumen Gentium” sostiene: “La Iglesia es labranza, o arada de Dios… El celestial Agricultor la plantó como viña escogida” (LG 6, CIC #755). En efecto, la viña es un don especial de Dios, tan valioso como el vino.
Aunque sea un don, Jesús señala el inevitable drama de la viña: trabajadores resentidos al compararse a sí mismos y a su trabajo, hijos faltos de palabra y decisión para ayudar a su padre y viñadores desalmados que traicionan al propietario. ¿Acaso no podemos ver cómo se representan cada uno de estos dramas en la larga historia de la Iglesia? Aun así, la viña nunca es destruida en las parábolas de Jesús. Continúa rindiendo frutos: el vino vivificante que tanto apreciamos.
Trabajar en un viñedo es, sin duda, difícil y complicado. Después de visitar algunas empresas vinícolas en California, me impresiona la complejidad de sus operaciones y el arduo trabajo que conlleva la elaboración del vino. Imagínese cuánto más laborioso y complejo era ese proceso ¡hace dos mil años!
Así también, el quehacer de la Iglesia requiere muchas manos. A lo mejor ha visto a los muchos voluntarios y personal que ofrecen generosamente su tiempo para los ministerios que realizan. Como arzobispo, doy gracias diariamente por el trabajo de tantos en la arquidiócesis que colaboran para dar buenos frutos en beneficio de nuestra iglesia local en el centro y oeste de Oklahoma. Imagine cómo se multiplica esta labor de la Iglesia en los Estados Unidos ¡y alrededor de todo el mundo!
Como trabajadores en la viña del Señor, debemos vernos unidos en la misión mientras animamos a nuestros compañeros en esta labor. Debemos responder con prontitud y fidelidad al llamado del Señor, y debemos confiar en el propietario y colaborar con los servidores que envía.
¿Cómo se vive y se trabaja fructíferamente en la viña? El primer paso es abrir los ojos para ver lo que está ocurriendo en su parroquia y en la arquidiócesis. Dedicar tiempo para leer el boletín de su parroquia y el Sooner Catholic le permitirá ver la amplitud de la labor en la viña. Desde los eventos en el Centro Pastoral Católico o en el Santuario beato Stanley Rother, hasta las iniciativas del Avivamiento Eucarístico o la Radio Católica de Oklahoma, pasando por las celebraciones propias de las parroquias, comunidades e individuos. El leer el Sooner Catholic y el boletín de su parroquia local pueden inspirarlo para sentirse orgulloso de pertenecer a la Iglesia, la viña plantada en la casa del Señor.
Entonces, al leer lo que está sucediendo, puede que escuche la voz de Dios invitándolo a participar en una u otra parte de la labor. Nuestra colaboración en la viña es fundamental para edificar el Reino de Dios en lugar de derribarlo con nuestras críticas y resentimientos.
Sintámonos orgullosos de la viña que es nuestra Iglesia y pidamos al Señor un espíritu dispuesto a entregarnos como sus trabajadores. Que la viña sea siempre tan apreciada como el vino que produce.