La canonización no es un premio a la buena conducta. La santidad, o mejor dicho, ser santo, es algo más profundo – algo aún más profundo que una conducta moral apropiada. En la Sagrada Escritura, se refiere a los santos como “los consagrados”, que también se usa para referirse a los miembros de una parroquia local.
Teológicamente, un santo es alguien elegido por Dios para que habite en él el Espíritu Santo. Un santo es alguien transformado por el poder del Espíritu Santo y consumido por el amor a Dios. Cuando Dios habita en nosotros, sin que se oponga nuestro orgullo o egocentrismo, nos santificamos.
Entre los grandes tesoros de la Iglesia, uno de los más inspiradores es su lista, canónica, de hombres y mujeres santos que profesamos que están en el Cielo, rodeando el trono de Dios. Estos son los intercesores a quienes acudimos en busca de ayuda: María, la madre de Dios; san José; san Antonio; santa Teresa de Lisieux, beato Stanley Rother y miles más. Como miembros de la Iglesia peregrina, estamos especialmente cerca de los corazones de estos santos y beatos. Ellos interceden por nosotros, y nos piden que perseveremos en el camino del discipulado que conduce al Cielo.
Además de la lista conocida de los que han sido declarados santos, hay un número mayor, incontable, de aquellos cuyo amor a Dios los ha transportado a los reinos celestiales. Sin duda, muchas de estas almas parecían bastante comunes durante sus vidas terrenales, el tipo de creyentes con los que usted y yo nos topamos en la Misa o en nuestras actividades cotidianas. Conmemorar a esta enorme muchedumbre es un importante ejercicio espiritual, porque nos recuerda que es posible, por la gracia de Dios, vencer el pecado y llegar al Cielo. En virtud de nuestro bautismo, todos estamos llamados a ser santos.
Tal es la alegre esperanza del Día de los Fieles Difuntos. Esta solemnidad es una celebración del poder de la misericordia de Dios. Las almas que busquen encontrarán y las que llamen entrarán. Antes de su Muerte, Jesús les aseguró a sus discípulos que iba a preparar un lugar para nosotros, por lo que se sabe es nuestro verdadero hogar que nos espera entre los santos del Cielo.
Inmediatamente después de que la Iglesia celebra la victoria de todos los santos el 1 de noviembre, dirige su corazón a las almas que aún luchan en el purgatorio durante la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos el 2 de noviembre. Creemos firmemente que, después de la muerte física, las almas heridas por el pecado y manchadas por los pecados veniales pueden esperar aún la purificación de Dios. Esta purificación del pecado es el eje central de la doctrina Católica sobre el purgatorio.
Como lo explicó el papa Gregorio Magno: “Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que, si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el venidero. En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este mundo y algunas en el otro”.
Las almas del purgatorio necesitan las oraciones de la Iglesia. En el Día de los Fieles Difuntos, la Iglesia se reúne para celebrar la Misa y ofrecer oraciones por sus hijos e hijas que han fallecido y aún no han llegado a la casa del Padre. Aunque murieron en amistad con Dios, es decir, en “estado de gracia”, tal vez las almas del purgatorio luchan, como solemos hacerlo nosotros, por desprenderse de cosas terrenales. Tal vez les cuesta perdonar.
Sea lo que sea lo que los ata, sabemos que no debemos permitir que el año concluya sin ofrecer oraciones por ellos. De hecho, muchas parroquias registran los nombres de los difuntos e intensifican las oraciones por ellos incluso después del Día de los Fieles Difuntos. Todo el mes de noviembre es un tiempo apropiado para recordar en la oración a los fieles difuntos.
Hay una antigua devoción que recomiendo para el Día de los Fieles Difuntos, o en cualquier momento de noviembre. Con el rosario en la mano, visita un cementerio y reza los Misterios Dolorosos por tus familiares y amigos difuntos. Cuando hayas terminado, pide al Señor que escuche tu oración en favor de alguna pobre alma olvidada, un alma sin amigos creyentes ni familiares que recen por ella. Sigue rezando otra decena de tu rosario por esa alma. Quizás un día te encuentres con esa alma en el Cielo y te agradezca tus oraciones. Al fin y al cabo, rezar por los difuntos es una de las obras de misericordia espirituales.
Tanto el Día de Todos los Santos como el Día de los Fieles Difuntos son una afirmación de los lazos de fe, esperanza y caridad que nos unen. Ambas son una afirmación de la victoria final de Jesucristo sobre el poder del sepulcro.
¿Cuántas veces saluda nuestro Señor a sus discípulos con la expresión: “No tengan miedo”? La Iglesia contempla la realidad de la muerte física, pero lo hace sin miedo. Como escribió una vez san Pablo: “No seamos como los demás, que no tienen esperanza”. Los que han fallecido en Cristo resucitarán. Persevera en tu fe y llegará el día en que ocuparás tu lugar entre los santos.
“Vi una muchedumbre tan grande, que nadie podia contarla. Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas. Todos estaban de pie, delante del trono y del Cordero; iban vestidos con una tunica blanca y llevaban palmas en las manos y exclamaban con voz poderosa: ‘¡La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!’” -Apocalipsis 7,9