En las últimas semanas, hemos visto un aumento sorprendente en actos de vandalismo contra imágenes católicas, santuarios y lugares sagrados. Las estatuas de santos como San Junípero Serra, nuestra Santísima Madre e incluso su Divino Hijo, Jesús, han sido marcadas con grafiti, derribadas e incluso decapitadas. El incendio de una histórica misión en California, así como el incendio de la catedral de Nantes en Francia, nos hacen dudar si estos también fueron actos deliberados.
Estamos viviendo una época de agitación cultural y crisis. Las instituciones, las estructuras de autoridad y las memorias culturales no solo se cuestionan, sino que se niegan y se descartan.
Las frustraciones sobre el racismo histórico y sistémico, la muerte violenta de George Floyd a manos de policías blancos y la muerte de otros hombres negros antes que él, han dado origen al movimiento Black Lives Matter (La vida de las personas negras importa). El lema, "Black Lives Matter" ha sido recibido con amplio descontento en muchos sectores de nuestra sociedad. La injusticia racial debe ser reconocida antes de que pueda solucionada. Sin embargo, el eslogan ha llegado a significar mucho más de lo que obviamente dice: que las vidas de las personas negras importan. Algunas personas asociadas con el movimiento y la organización abogan por posturas que se oponen fuertemente a nuestra fe católica.
Desafortunadamente, las protestas pacíficas después de la muerte de George Floyd se han vuelto violentas en algunos casos y la ira ardiente se convirtió en un estallido sostenido en lugares como Portland y Seattle.
Estos eventos tienen lugar en medio de una pandemia global, una que nuestro mundo no había visto en los últimos 100 años. El nivel de miedo y desconfianza asociado con la propagación y el control de COVID-19 está aumentando tan rápido como el número de personas que han sido infectadas en nuestro país. Todo esto ha sido fuertemente politizado a través de las redes sociales, debido en parte al hecho de que este es un año electoral cuyo resultado probablemente tendrá consecuencias de gran alcance para el país y el mundo en que vivimos.
No hay duda de que existen factores sociales, económicos, científicos, éticos y políticos que deben sopesarse y tenerse en cuenta al abordar estos desafíos. Sin embargo, para las personas de fe, hay todavía más.
Nuestra fe nos permite ver más allá de las apariencias hacia realidades más profundas. Hay consecuencias espirituales que deben ser reconocidas. Hay herramientas espirituales que deben ser empleadas. Muchas personas hoy en día ven la realidad a través del cristal de una "guerra cultural", y se enfocan en temas candentes y nuestra posición sobre ellos. Pero nuestra fe católica reconoce que hay una guerra mucho más antigua y con consecuencias mucho más profundas que se está librando. Es la antigua rebelión de la criatura contra su Creador.
"No te serviré" es el reclamo arrogante de Satanás que elige rebelarse contra Dios, a pesar de que perderá su lugar en el cielo. "Prefiero reinar en el infierno antes que servir en el cielo", afirma Satanás en el poema épico de John Milton, "Paradise Lost".
San Ignacio de Loyola llama a Satanás el "enemigo de nuestra naturaleza humana". Nuestra fe católica no deja de reconocer que existe esta lucha cósmica sobrenatural entre el bien y el mal que todavía se está librando en nuestro mundo. El resultado ya lo conocemos: Jesucristo ha vencido al pecado y la muerte con su propia muerte y resurrección. Aun cuando todavía hay fuerzas invisibles influyendo en los eventos mundiales, las mismas fuerzas que influyen en los corazones humanos.
Podemos ser parte de la victoria final de Cristo al reconocer nuestros propios pecados, arrepentirnos y humillarnos ante Dios. La oración, la penitencia, la adoración, los sacramentos y la limosna son herramientas poderosas que cada uno de nosotros debe emplear. Podemos también mirar a los santos, ya que ellos han salido victoriosos en su lucha contra del pecado, especialmente a María, cuya humildad es el antídoto perfecto contra el orgullo de Satanás.