El papa Francisco ha invitado a toda la Iglesia a celebrar un Año de Jubileo. Para todo el año 2025 se nos ha prometido una abundancia de bendiciones, un derrame excepcional de la bondad y la gracia de Dios.
En el Antiguo Testamento, el Año de Jubileo era un tiempo en el cual toda la comunidad disfrutaba de los frutos de la generosidad de Dios. Durante el tiempo del Jubileo todas las deudas se cancelaban, toda la tierra volvía a su dueño original y toda la sociedad restablecía su equilibrio armonioso original previsto por Dios.
Era una invitación a restaurar todas las relaciones a sus propósitos originales. Se revitalizaban todos los aspectos de la vida comunitaria. Era un reinicio. Todo lo que se había desequilibrado se restablecía y se renovaba.
Este Año Jubilar nos invita a una versión de la misma experiencia. Se nos invita a buscar la restauración en nuestra relación con Dios y con los demás. Las prioridades de este año son la reconciliación, la peregrinación y la esperanza.
Estamos invitados a ser “Peregrinos de esperanza”. Peregrinamos llenos de la esperanza de encontrar la gracia abundante de Dios y sus bendiciones. Además, tenemos el valor de buscar la reconciliación porque confiamos en que Dios está dispuesto a concedernos su don de perdón y misericordia.
Durante estos meses de Jubileo, procuramos que nuestra vida exprese la renovación que encontramos en la disponibilidad de Dios para acercarse a nosotros y renovar todas las cosas.
La reconciliación es una expresión de la renovación que todos deseamos. Entendemos que así como a Israel se le ofreció un “reinicio” y todas sus relaciones fueron renovadas, de igual manera también nosotros podemos encontrar un nuevo comienzo juntos al caminar con Dios más íntima y profundamente.
Este es un gran regalo para la Iglesia. La Reconciliación es uno de los sacramentos establecidos por Jesucristo para restaurar nuestras vidas y renovar todas las cosas. Es un don que podemos celebrar con un agradecimiento renovado durante este Año Jubilar.
Sin embargo, la dolorosa realidad es que no siempre sabemos cómo reconciliarnos, por lo que no siempre acudimos al lugar adecuado ni buscamos la medida justa. Esto es especialmente cierto cuando empezamos a reflexionar sobre nuestras propias vidas durante este tiempo extraordinario de Jubileo.
Para disfrutar plenamente de este tiempo, no debemos pasar por alto un aspecto de la reconciliación – cómo reconciliarnos con la verdad de nuestro pasado.
Este aspecto del perdón suele ser el más difícil en nuestra sociedad, y es por eso por lo que con frecuencia no podemos encontrar las palabras o disfrutar de su expresión en nuestras vidas. Pero, saber que es difícil es razón suficiente para encontrar una bendición renovada en este tiempo extraordinario.
Entendemos lo que significa buscar la reconciliación con Dios como nuestro Padre, al conocer su Ley y nos examinamos a nosotros mismos y entendemos nuestras ofensas contra su bondad. Pedimos perdón, tratamos de reparar el daño que hemos causado y aceptamos el perdón que se nos ofrece.
No siempre es fácil abrir el corazón a lo que Dios ofrece, ya que nuestros corazones duros nos impiden aceptar la gracia y la misericordia que se nos da.
Lo mismo ocurre cuando buscamos la reconciliación con nuestro prójimo. Si han pecado contra nosotros, sabemos que estamos llamados a perdonar. Se nos pide que abandonemos los resentimientos y las cargas que arrastramos y nos liberemos del peso de las ofensas que tenemos unos con otros. Y, si hemos ofendido a un hermano o hermana, sabemos que debemos pedir y aceptar el perdón que él o ella pueda ofrecernos.
Nuestro objetivo es claro: Esforzarnos por vivir como hermanos y hermanas, y liberarnos de todo lo que pueda dañarnos a nosotros y a nuestras relaciones. Pero, no siempre tenemos muy claro lo que debemos hacer cuando buscamos reconciliarnos con la verdad de nosotros mismos.
Con frecuencia no sabemos qué hacer cuando vemos en el espejo de nuestra vida los errores y pecados que hay en ella. Cuando nos damos cuenta de la verdad de los pecados en nuestras vidas, normalmente no sabemos cómo reconciliarnos con lo que hemos elegido o con las consecuencias de lo que hemos hecho.
Uno de los mayores retos de nuestro tiempo es encontrar la paz con nosotros mismos. Nuestra invitación del Jubileo es a aceptar el perdón que Jesús nos ofreció por nuestros pecados y errores, especialmente aquellos que atormentan nuestro pasado.
Es frecuente que lo que perdonamos fácilmente en los demás, nos cueste perdonarlo en nosotros mismos. El testimonio de otra persona que describe sus faltas o pecados perdonados por Dios es algo ante lo que podemos maravillarnos o incluso llorar cuando lo escuchamos.
Pero, conociendo la misma falta en nosotros mismos, podemos aferrarnos obstinadamente a ella, sin permitir que ninguna medida de amor indulgente penetre en ella o la altere. Nos resistimos a aceptar el amor indulgente de Dios en nuestro pasado para transformarlo y sanarlo.
Este Año de Jubileo es una invitación para acoger el perdón y la sanación que Dios ofrece en cada parte de nuestras vidas. El Sacramento de la Confesión es un buen comienzo. El ayuno, la oración y la limosna son formas tradicionales de abrir las puertas de nuestros corazones para recibir las gracias extraordinarias de este tiempo de renovación.
En este momento, cuando las gracias de la Iglesia se derraman abundantemente sobre nosotros, a lo mejor podemos encontrar el valor para examinarnos más a fondo a nosotros mismos. Pero cuando repasemos nuestras vidas, hagámoslo con delicadeza a través de los ojos misericordiosos de Jesús.
Sólo desde esta perspectiva y bajo su mirada bondadosa podemos encontrar la gracia de aceptar la promesa de que todo se renueva en Cristo, incluido nuestro pasado. Cada porción de nuestras vidas ha recibido el don del amor que perdona.
En este Año Jubilar, se nos invita a recibir lo que se nos ofrece.