Estamos por llegar al corazón del año litúrgico de la Iglesia, el Triduo Pascual. El Misal Romano nos explica, “en el Triduo Sagrado, la Iglesia solemnemente celebra el misterio más grande de nuestra redención, manteniendo por medio de celebraciones especiales el memorial de su Señor, crucificado, sepultado y resucitado”.
Durante los tres días más santos del año litúrgico, la Eucaristía se mantiene como la parte central de estos estas celebraciones litúrgicas especiales.
El Jueves Santo, las comunidades de creyentes a lo largo y ancho del mundo celebran la institución de la Santa Eucaristía en la Misa de la Última Cena. Como dice la oración colecta de esa Misa, Jesús instituyó en la Última Cena “el banquete de su amor, el sacrificio nuevo de la alianza eterna”. El banquete toma la forma de comida Pascual, una acción sacrificial en sí misma que conmemora la liberación de los Hebreos de la esclavitud de Egipto.
Este “banquete de sacrificio” que Dios había ordenado a su pueblo a celebrar como memorial del Éxodo, adquiere ahora un nuevo sentido cuando Jesús lo celebra con sus discípulos. Las palabras esenciales de Jesús que escuchamos en la Misa, “este es mi cuerpo”, “esta es mi sangre”, le dan al banquete un nuevo punto de referencia. No es ya un sacrificio de salvación de los muchos corderos que recordaban. Ahora, conmemoramos el sacrifico de salvación del único y verdadero Cordero.
Si creemos que la Eucaristía es el banquete de su amor, como lo oramos, entonces tenemos el deber de vivir en su amor. Si participamos de su sacrificio, entonces debemos estar dispuestos a hacernos parte de su sacrificio. Debemos estar dispuestos a vivir el amor de la manera radical que Jesús nos muestra.
Este amor es simbolizado en el lavatorio de los pies. Estamos llamados a lavarnos los pies unos a otros en servicio a los demás. “Ámense los unos a los otros; que, como yo los he amado, así se amen también entre ustedes” (Jn 13,34).
La Eucaristía es el amor de Jesús, el “signo de caridad suprema”, como lo define Santo Tomás de Aquino. De manera especial, la Misa de la Última Cena del Señor el Jueves Santo renueva en nosotros el deseo de ser un conducto para el amor de Jesús a nuestro mundo.
No hay Misa el Viernes Santo. El Viernes Santo, la Misa nunca se celebra porque el banquete sacrificial, el cual el Señor instituyó un día antes, debe ser completado en la cruz.
Por eso, el Viernes Santo está marcado por el memorial del evento central de nuestra salvación eterna. Leemos el relato de la Pasión de Jesucristo según San Juan y adoramos el instrumento de nuestra redención: la cruz. Este es sin duda el momento más emocional de la liturgia de la Iglesia Católica.
El himno que se canta para acompañar la veneración de la cruz, “Cruz Fidelis” (Oh Cruz Fiel), describe su significado de manera conmovedora, “¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza con un peso tan dulce en su corteza!”
Aun cuando no se celebra la Misa, la Eucaristía sigue siendo la parte esencial de la celebración de la Pasión del Señor. El día anterior se deben consagrar hostias suficientes para todos los que participarán el Viernes Santo. La Eucaristía se convierte entonces en el viático para el Triduo. Encarna la esperanza en la victoria sobre la muerte que Jesús mismo proclama.
La Esperanza Eucarística se nos hace presente el Viernes Santo y nos apunta al día en que recibiremos el viático Eucarístico al pasar de la muerte a la vida eterna.
El Sábado Santo, la historia de salvación es anunciada al mundo y vivida como sacramento en la Vigilia Pascual. La obra salvadora de Dios es proclamada en la lectura de los textos esenciales de la historia de salvación Judeocristiana. Es la Buena Nueva en papel. Pero esta Buena Nueva se hace vida sacramentalmente cuando los catecúmenos se hacen parte de esta historia de salvación al sumergirse en las aguas del bautismo para renacer con Cristo a la vida eterna.
Todos los fieles renuevan las promesas bautismales y aquellos que han sido preparados recibirán los sacramentos de iniciación. La Eucaristía es celebrada y recibida por toda la comunidad católica de creyentes. La obra de redención y reconciliación de Dios es celebrada sacramentalmente de manera poderosa en la recepción de la Santa Comunión.
La comunión final que recibimos durante el Triduo nos invita a una fe más profunda. El autor de la Carta a los Hebreos define la fe como la “garantía de lo que se espera y prueba de lo que no se ve” (Hb 11,1). La Eucaristía siempre apunta a la gloria de la resurrección: la resurrección de Jesús, la cual no vemos, y nuestra propia resurrección, la cual es la sustancia de nuestra esperanza. Nuestra fe en la resurrección se renueva al recibir a Cristo resucitado en la Eucaristía.
Nuestro camino cuaresmal nos lleva a la cruz y nos prepara para recibir la abundancia de su gracia al celebrar el Sagrado Triduo Pascual. La Iglesia nos invita de manera especial a recibir la Eucaristía en estos días para profundizar nuestra fe, esperanza y caridad. Por todo esto, pido al Señor que nos siga guiando mientras nos preparamos a celebrar los días más santos de nuestra fe católica.