Cada cuatro años se nos presenta la disyuntiva de “la elección más importante de nuestra historia”, y a lo mejor esta expresión sea precisa. Los grandes acontecimientos de la historia están marcados por el auge y la caída de imperios, reinos e incluso repúblicas democráticas. El éxito de nuestra república americana depende en gran medida de – como Benjamín Franklin advirtió en 1787 – “… si puedes conservarla”.
Nuestro segundo presidente, John Adams, expresó los mismos pensamientos al advertir: “Nuestra constitución fue creada sólo para un pueblo moral y religioso. Es totalmente inadecuada para el gobierno de cualquier otro pueblo”.
A fin de cuentas, la formación en nuestra fe católica tiene como objetivo el desarrollo de la virtud, la cual nos ayuda en nuestro camino hacia el fin último de la felicidad eterna con Jesús en el Cielo, pero cometeríamos un error si nos volviéramos “tan celestiales que no serviríamos para nada en la tierra”.
San Agustín escribió en su obra clásica la “Ciudad de Dios”, el mandato de transformar la Ciudad del Hombre, que se caracteriza por el vicio humano, hacia la Ciudad de Dios, marcada por la virtud.
Nos incorporamos a esa gran iniciativa mediante el bautismo en la Iglesia, y entre los deberes más esenciales para los ciudadanos de la Ciudad de Dios se encuentran los deberes de naturaleza cívica.
En una palabra: votar.
Tenemos la bendición de vivir en una nación de autogobierno fundada de forma única en la historia bajo el concepto de “derechos inalienables”. Aunque esto es un arma de doble filo. Sin una ciudadanía formada en la virtud, esos derechos son fácilmente pisoteados cuando el gobierno se convierte en una provincia de la Ciudad del Hombre.
Es precisamente por eso que nuestra participación en el autogobierno como cristianos católicos bien preparados es esencial.
Al comprometernos en la esfera cívica como embajadores de Cristo, transformamos vidas y nuestras comunidades. Como explicó hace unos años el arzobispo Charles Chaput en “Dad al César” – “Necesitamos hacer de la dimensión social del Evangelio una parte poderosa de nuestras vidas y de las de los demás. Tenemos que restaurar el compromiso de una acción verdaderamente católica en el proceso político, en la política de nuestros partidos, en nuestro voto y también en nuestro liderazgo político”.
El arzobispo Chaput continua diciendo: “Si realmente amamos a este país y si realmente apreciamos nuestra fe, vivir nuestras creencias católicas sin excusas ni disculpas, y promoverlas en el ámbito público, son las mejores expresiones de patriotismo que podemos dar a la nación”.
Es por este motivo que la Iglesia desarrolló su Doctrina Social Católica para que sirviera como un conjunto de principios por los que guiamos nuestra participación en la esfera cívica, y como una medida para las políticas que fomentan el desarrollo humano.
A través de los esfuerzos de la Conferencia Católica de Oklahoma, este marco nos ayuda a promover el desarrollo humano en seis áreas clave: Vida/dignidad humana; educación/salud/bienestar; matrimonio/familia/fe; justicia criminal/sanción; trabajo/economía/custodia; e inmigración/solidaridad.
Utilizamos estas categorías en las evaluaciones de los cargos electos para determinar si van a colaborar en nuestra defensa de una política sensata.
Del mismo modo, este marco puede y debe ser utilizado por todos los católicos como herramienta para orientar sus decisiones electorales.
Aunque las decisiones de voto pueden ser complejas y difíciles, abordarlas con una simple pregunta en mente facilita el proceso: “¿Qué candidato tiene más probabilidades de poner en marcha políticas que promuevan una comprensión verdaderamente católica del desarrollo humano?”
Igualmente importante es que dediquemos tiempo para dar prioridad a estas políticas. Como los obispos de EE.UU. hemos afirmado claramente en nuestro documento Formando conciencias para una ciudadanía fiel, la defensa de la santidad de la vida es y seguirá siendo la “prioridad preeminente”, con la esperanza de acabar algún día con el aborto en nuestro país. Elegir a un candidato que es más probable que promueva una política que respete la vida inocente es la consideración principal.
En noviembre, tenemos numerosos candidatos en las boletas electorales para la presidencia, el congreso, la legislatura estatal y los cargos locales para los que esta categoría nos será muy útil.
También habrá numerosos jueces de apelación en todas las boletas electorales en todo el estado, cada uno de los cuales debe postularse para la “reelección” para permanecer en el tribunal. La decisión de conservar o no a un juez puede ser difícil, por lo que hay recursos disponibles en línea (https://ocpathink.org/judicial-scorecard) que catalogan las decisiones de los tribunales y cómo ha votado cada juez en cuestiones que preocupan a la Iglesia Católica.
Estos jueces, en particular los miembros del Tribunal Supremo de Oklahoma, suelen pasar desapercibidos. Sirven como el punto final para saber si las leyes aprobadas por la legislatura estatal y firmadas por el gobernador sobreviven a la revisión judicial.
Cuando nos preparamos para considerar a cada uno de estos candidatos, necesitamos considerar las palabras de Jesús que el Arzobispo Chaput denominó como la primera y mejor guía del votante en la historia: “Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán” (Mateo 7,20).
Como católicos y ciudadanos fieles, los exhorto a votar el próximo 5 de noviembre.