Hay muchas cosas que distinguen nuestra fe católica y su práctica de otras expresiones de fe cristiana y, desde luego, de la fe secular dominante en nuestra cultura.
Indagadores pudieran preguntar a los católicos acerca del papel del papa, nuestra veneración a María y nuestra creencia en la Eucaristía como el Cuerpo de Cristo. Pero, entre estas cosas distintivamente católicas, hay otra que destaca como verdaderamente desconcertante para muchas personas.
¿Por qué un crucifijo? La imagen de un hombre crucificado se expone de forma destacada en todas las iglesias católicas y también lo encontramos en la mayoría de los hogares católicos. Se coloca en lugares destacados de nuestras escuelas y otras instituciones católicas. Es, por supuesto, la imagen de Jesús crucificado. Es el Hijo de Dios que, por misericordia, se hizo hombre para salvarnos de nuestros pecados al padecer y vencer a la muerte.
Para los católicos, es tan común ver un crucifijo que tendemos a pasar por alto la realidad que representa. Pierde su valor de impacto. Ya no vemos la cruz como algo “escandaloso” ni reconocemos “la locura” de que la cruz puede ser motivo de tropiezo para los no creyentes.
Pero, pensándolo bien, aún debería escandalizarnos que demos tanta importancia a esta cruel imagen de un hombre que muere de la forma más espantosa e indigna posible. Incluso celebramos litúrgicamente la Fiesta de la Exaltación de la Cruz el 14 de septiembre de cada año. Dedicamos un día de nuestro calendario litúrgico para celebrar la gloria que proviene de la aceptación voluntaria por parte de Jesús de una muerte cruel, motivada por su amor misericordioso hacia nosotros.
Esta es una hermosa paradoja de nuestra fe. Reconocemos la brutalidad y la violencia que Jesús padeció por nuestros pecados, y celebramos que el Señor, en su amor por nosotros, asumiera ese sufrimiento para salvarnos y rescatarnos del poder de la muerte.
Es mediante la cruz que somos salvados, y es en la cruz que encontramos la vida eterna. Es a través de la cruz que Jesús triunfa, y nosotros triunfamos en él. San Ireneo escribió célebremente: “La gloria de Dios es el hombre vivo”. Y es sólo en la cruz de Cristo donde el hombre encuentra su vida plena, libre del pecado y del poder de la muerte. Mediante la fe encontramos sentido al sufrimiento, que permite asumirlo, aceptarlo y vencerlo en Cristo.
Vivimos en un mundo que rechaza el mensaje de la cruz porque ese mundo sin fe no ve el sentido ni el valor del sufrimiento. La postura habitual es evitar o al menos mitigar el dolor, que es una parte tan natural de la vida.
En un mundo así se nos anima a hacer todo por nosotros mismos y a maximizar el placer. Muchos buscan la plenitud en cosas y relaciones que nunca la proporcionarán, lo que conduce a una mayor frustración y a un sufrimiento aún peor.
Como discípulos misioneros de Jesucristo, es nuestro deber proclamar a Cristo, y a éste crucificado. Estamos llamados a transmitirle a la gente la Buena Nueva de que Dios asumió en particular nuestra naturaleza humana para compartir nuestro sufrimiento y para darle sentido. Vino para que nuestro sufrimiento, causado por el pecado, se convirtiera en un medio de redención y salvación. Esta es la buena noticia que nuestro mundo necesita escuchar tan desesperadamente, porque es un mensaje que promete plenitud y paz en un mundo lleno de caos y oscuridad.
Al celebrar la Exaltación de la Cruz, oremos para que encontremos el amor misericordioso de Dios a través de nuestra participación en su cruz y en su victoria.