by Pedro A. Moreno, O.P. Secretariado de Evangelización y Catequesis
No puedes creer en Jesús y no amar la vida
“Jesús contestó: ‘Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.’” (Jn 14,6).
“Le dijo Jesús: ‘Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre.’” (Jn 11, 25-26).
“Yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud.” (Jn 10,10).
La vida humana, el tema de esta columna, es el regalo divino de nuestra existencia como imagen de Dios en el mundo. Deberíamos estar gritando esta verdad desde los tejados como lo que es, una clara señal de amor infinito y divino, y por lo tanto, bueno.
Toda vida humana es sagrada y nunca se debe romper, infringir o deshonrar de ninguna manera. La dignidad de cada persona, una consecuencia de que cada uno de nosotros sea la imagen de Dios, debe ser defendida. Cualquier amenaza a la dignidad y la vida humana debe afectarnos a cada uno de nosotros de una manera profunda. Necesitamos siempre proclamar las Buena Nueva de cuan sagrado es la vida en todos los lugares donde late un corazón.
Si bien cada vida está en las manos de Dios, estamos llamados a colaborar con el Señor para proteger cada vida humana. Dios no creó la muerte y la muerte no fue parte de su plan original. Romanos 5, 12 nos recuerda que: “Pues bien, un solo hombre hizo entrar el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte. Después la muerte se propagó a todos los hombres, ya que todos pecaban.” Dios es vida y el pecado es muerte.
Nuestro Dios es amor y vida y estos dos, amor y vida, están eternamente unidos en Dios. Cualquier separación de estos dos no es de Dios, sino del pecado, un rechazo voluntario y deliberado de Dios, sus leyes y su voluntad. La vida es tan importante para Dios que nos ha dado un mandamiento que nos prohíbe matar. San Juan Pablo II, en su encíclica "Evangelium Vitae", párrafo 41, nos habla sobre el mensaje central de este quinto mandamiento:
“...el mandamiento de Dios para salvaguardar la vida del hombre tiene su aspecto más profundo en la exigencia de veneración y amor hacia cada persona y su vida. Esta es la enseñanza que el apóstol Pablo, haciéndose eco de la palabra de Jesús, se dirige a los cristianos de Roma: “En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud”.
La decisión deliberada de privar a un inocente ser humano de su vida siempre es moralmente malo, un grave acto de desobediencia a Dios y siempre inmoral. Decir “no” al asesinato, el aborto, la eutanasia y la pena de muerte es un firme “sí” a Dios, el autor de cada vida.
Tan definitiva es la postura de Dios sobre la vida que el Vaticano recientemente hizo una mejora en uno de los párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica. Aquí está la nueva versión del párrafo 2267 sobre la pena de muerte que se insertará en todas las próximas ediciones del Catecismo de la Iglesia Católica.
“2267. Durante mucho tiempo el recurso a la pena de muerte por parte de la autoridad legítima, después de un debido proceso, fue considerado una respuesta apropiada a la gravedad de algunos delitos y un medio admisible, aunque extremo, para la tutela del bien común.
Hoy está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves. Además, se ha extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las sanciones penales por parte del Estado. En fin, se han implementado sistemas de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos, pero que, al mismo tiempo, no le quitan al reo la posibilidad de redimirse definitivamente.
Por tanto la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que ‘la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona’, y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo.”
Hermanos y hermanas, la vida viene de Dios; es buena, y es hermosa incluso cuando está débil, enferma o ha perdido el rumbo. No toca defenderla y amarla siempre. Amén.