El 11 de diciembre, el día antes de la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, bendije la hermosa estatua de bronce de Nuestra Señora en la cima del cerrito del Tepeyac, en los terrenos del Santuario del Beato Stanley Rother. Este fue el primer evento público del Santuario y estuvo abierto al público.
Aunque la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe es bien conocida en Oklahoma, no todos conocen la historia detrás de su aparición a San Juan Diego.
Siete años antes de la llegada de los primeros peregrinos a la costa este, sacerdotes de México cruzaron el Rio Rojo y llegaron hasta el Bois d’Arc y se establecieron en los cedros de la nación Kiamichi, en el lugar que más tarde se conocería como Oklahoma.
Desde los primeros momentos que Cortez puso pie en Veracruz, y a lo largo de la historia de la exploración de América, los esfuerzos misioneros españoles alcanzaron las tierras altas del Centro de los Estados Unidos, desde las sombrías costas de los tetones, a lo largo de la cordillera de las montañas rocosas y hasta la punta del noreste, en las planicies que después se convertirían en Oklahoma. El éxito de la evangelización española tuvo logros sorprendentes.
La fuente central de esta energía misionera estuvo inspirada por la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe. Esto fue lo que sucedió.
En 1531, en el cerro del Tepeyac, al norte de lo que hoy es la Ciudad de México, Juan Diego, que era un azteca en su cultura y lenguaje, pero católico en su fe y convicción, se encontró a una joven mujer que se llamó a sí misma la “Madre de Dios” y la “Virgen de Guadalupe”.
Le confió un mensaje para el obispo local, que quería que se construyera una iglesia en aquel lugar. Con algunas dudas, Juan Diego se apresuró a decirle al obispo y pedirle que cumpliera el mandato de la joven mujer.
Después de varios intentos fallidos de convencerlo, el obispo fue finalmente convencido de que lo que Juan Diego decía era verdad debido a la imagen milagrosa de Nuestra Señora de Guadalupe que apareció en las ropas de Juan Diego, en su tilma. Esa tilma se encuentra expuesta hoy en día en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en la Ciudad de México. Cuando el obispo se dio cuenta de la misión que se le había encargado a Juan Diego, y por su medio a la Iglesia, entendió: algo nuevo estaba sucediendo.
El encuentro era una expresión de la voluntad divina en la cima de este cerrito en México. Juan Diego vio a la joven mujer, vestida con el sol, hablándole en su propio idioma, rodeada de símbolos y vestida con imágenes de su propia tierra. Cuando la vio, entendió. El mensaje del evangelio y la historia del amor de Dios se habían dirigido a él y a su gente.
No se trataba solamente de una sugerencia para el obispo; era una visión de un mundo nuevo, la promesa de Dios para el pueblo de México, expresada en el idioma de su corazón y usando las profundidades de su propio arte. La aparición de Nuestra Señora de Guadalupe era tan solo un pequeño atisbo de la semilla de la venida de Dios que florecería en el suelo y el aire de México.
El obispo entendió de inmediato que la Iglesia que debía construir era mucho más que una capilla en el cerro del Tepeyac. La Iglesia que debía construir era el don de salvación que se ofrecía a todos los que habitaban esas tierras. A través de su imagen y su arte, de las complejidades del lenguaje y la poesía, el mensaje del evangelio de Cristo echó raíz y comenzó a florecer en el continente.
Ese fue el mensaje de Guadalupe; la misión de Juan Diego. Fue el mensaje que hizo que la evangelización de México tomara su rumbo y que se derramara hacia el norte y el sur del continente americano.
El mensaje de salvación de su divino Hijo que trajo Nuestra Señora llena hoy en día a la Iglesia de Oklahoma. En el don de aquellos que han venido desde México tenemos una conciencia renovada de la Misión de Guadalupe. La réplica del Cerrito del Tepeyac y las estatuas de bronce de Nuestra Señora y Juan Diego en el Santuario del Beato Stanley Rother son también un recordatorio de lo que implica esa visión.
Dios sigue trabajando aquí y ahora. Si nos detenemos a escuchar, lo escucharemos: debemos edificar la Iglesia, aquí.