Los funcionarios del gobierno de Oklahoma planean llevar a cabo siete ejecuciones en los próximos cinco meses. Serán las primeras ejecuciones en el estado de Oklahoma en los últimos siete años.
Esto sucede al tiempo que una corte federal ha acordado evaluar la problemática de las inyecciones letales en el estado como parte de una demanda legal que cuestiona la constitucionalidad de una inyección letal que se suponía era para anestesia. Esta es una oportunidad para que Oklahoma detenga el uso de la pena capital como medio de castigo y encuentre otras maneras de proteger a la sociedad y buscar justicia para las víctimas de crimen y sus familias.
La Iglesia Católica enseña que cada persona nace con una dignidad inherente a la que no renunciamos por nuestros errores, ni siquiera cuando cometemos crímenes que causan un daño grave. Enraizados en esta creencia, la Iglesia enseña que la pena capital es un tema fundamental en la protección de la vida y la considera inadmisible en todos los casos, especialmente cuando existen otras maneras de hacer pagar a los culpables de crímenes.
Las ejecuciones causan lamentos en cualquier lugar, pero especialmente en Oklahoma, dado que exponen preocupaciones serias. Nuestro estado tiene la desafortunada reputación de ejecutar el mayor número de personas per cápita en la era moderna de la pena de muerte. De hecho, en años recientes, Oklahoma ha llevado a cabo varias ejecuciones gravemente erradas.
Más allá de las consideraciones morales, existen sólidos argumentos prácticos contra la pena de muerte. Es más caro mantener un preso en espera de su muerte que encarcelarlo de por vida. El sistema de la pena capital está lleno de fallas, incluyendo el número alarmante de convicciones erróneas, las amplias tendencias raciales, arbitrariedades y la proclividad a tener poblaciones vulnerables como objetivo, tales como personas con discapacidades intelectuales y enfermedades mentales severas.
Por estas y otras razones, la pena capital ha caído cada vez más en su popularidad en las últimas décadas, tanto en los Estados Unidos como en todo el mundo. La mayoría de los Estados se han alejado de la pena de muerte, 23 de ellos declarándola ilegal y 13 más sin hacer una sola ejecución en los últimos 10 años o más.
No hay ninguna duda que nuestra sociedad ha superado la necesidad de la pena de muerte. La enseñanza católica afirma que existen hoy en día maneras de hacer a los individuos responsables por los crímenes graves que hayan cometido, y al mismo tiempo “asegurar la protección de los ciudadanos y darle a la persona culpable la oportunidad de redimirse”.
La pena de muerte es un método inmoral y anticuado de castigar crímenes serios y su uso en Oklahoma está irreparablemente mal aplicado. La Iglesia reconoce el daño grave que se hace a las víctimas y la necesidad de sanación y justicia. Pero también comprende que las ejecuciones sólo perpetúan ciclos de violencia y muchas veces no traen la sanación de las familias. Después de casi 7 años sin una sola ejecución, creo que nuestro estado está listo para abrirse alternativas de castigo que honren la dignidad humana y promuevan la restauración.
Oponerse a la pena de muerte no significa ser blando contra el crimen. Por el contrario, significa ser duro en la defensa de la dignidad de la vida. El peso del trauma y la violencia es una carga pesada que lleva nuestro país y el mundo estos días; tenemos la oportunidad de rechazar la cultura de la muerte y construir una cultura de la vida.