Al salir del desierto del COVID y regresar a nuestras rutinas normales, pensé que sería bueno ofrecer reflexiones sobre los Mandamientos de la Iglesia. Estos mandamientos (algo así como un “barandal”) sobre los que he reflexionado en mis pasadas dos columnas, resaltan la conexión que existe entre el vivir una vida moral correcta y la fortaleza espiritual que obtenemos de la Liturgia de la Iglesia y los Sacramentos.
Tal y como lo dice el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, “Los preceptos de la Iglesia tienen por finalidad garantizar que los fieles cumplan con lo mínimo indispensable en relación al espíritu de oración, a la vida sacramental, al esfuerzo moral y al crecimiento en el amor a Dios y al prójimo” (431). El segundo y tercer mandamiento de la Iglesia, que se refieren a la recepción del Sacramento de la Penitencia (Reconciliación) y la Eucaristía, establecen estos estándares mínimos de manera clara.
No podemos faltar a estos preceptos sin lastimar de manera seria nuestro progreso en la vida cristiana. En este artículo, reflexionaré sobre el segundo mandamiento de la Iglesia.
El Segundo Mandamiento de la Iglesia dice que debemos, “confesar los pecados al menos una vez al año” (CIC 2042). Este mandamiento está dirigido particularmente a aquellos que son conscientes de un pecado grave, para que puedan disponerse de manera digna a recibir la Eucaristía (de acuerdo con el tercer mandamiento). La pregunta que surge es: ¿es suficiente confesarse una vez al año? Recuerden que estos mandamientos se refieren al “mínimo indispensable”.
Como respuesta al amor y la misericordia de Dios, nosotros los cristianos deberíamos nunca sentirnos satisfechos con el mínimo. A través del bautismo estamos llamados a la santidad y deberíamos buscar todo aquello que nos lleva a una mayor santidad y una más profunda amistad con Dios.
La recepción frecuente del Sacramento de la Penitencia es un remedio necesario para el pecado y un medio eficaz para crecer en santidad. La frecuencia puede variar de persona a persona, dependiendo de su historia y sus hábitos, pero se recomienda la confesión mensual como un buen ritmo para la mayoría de los católicos.
El Sacramento de la Reconciliación se nos ha sido dado por el Señor no solo para prepararnos para recibir la Santa Comunión de manera digna y fructífera, sino también para asistirnos en el proceso de conversión que comenzamos en el bautismo. El Sacramento de la Reconciliación nos reconcilia con Dios y con la Iglesia, pero también nos ofrece la gracia sanadora y los remedios que necesitamos para vencer los efectos nocivos, e incluso mortales, del pecado. Nos fortalece y nos mantiene vigilantes en nuestra batalla contra la tentación y la debilidad humanas.
Existen, por supuesto, diferentes grados de pecado, dependiendo de su gravedad y sus efectos. El Pecado Venial daña nuestra relación con Dios y debilita nuestro propósito de no volver a pecar. El Pecado Mortal, por otra parte, como su nombre lo indica, es mortal. Es una violación grave de la ley de Dios, que aleja al alma del amor divino y destruye la vida de gracia en nosotros.
Para cometer un pecado mortal, deben existir tres elementos: el acto u omisión deben ser graves, debemos saber que es grave e incorrecto y debemos decidir hacerlo aun a pesar de saberlo. Se necesitan los tres elementos para un pecado mortal.
Para poder ser perdonados, debemos mostrar arrepentimiento genuino de nuestros pecados, alejarnos de ellos y acercarnos a Dios. Lo cual significa que debemos también comprometernos a no volver a cometerlos en el futuro. Todos aquellos que hayan cometido un pecado mortal, deben recibir el Sacramento de la Penitencia y deben reconciliarse con Dios y con la Iglesia antes de volver a recibir la Eucaristía. Esto se encuentra en el corazón de este Segundo mandamiento de la Iglesia. Aquellos que reciben el Santísimo Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo estando en pecado mortal, agrandan el pecado al cometer sacrilegio.
Dada la importancia de este Sacramento, los pastores de le Iglesia tienen la obligación seria de enseñar y predicar sobre la importancia del Sacramento de la Penitencia y deben ser generosos en ofrecer oportunidades para que los fieles se confiesen.
Ya sea que se trate de un medio de reconciliación para aquellos que han cometido un pecado grave, o de un remedio espiritual para aquellos que avanzan en el camino del discipulado hacia la santidad, el Sacramento de la Penitencia es un momento privilegiado de encuentro con la misericordia de Dios. ¡Qué don tan precioso!